Onofre Sansegundo y Gómez era una persona cabal. Cabal, honrado y de una reputación intachable. Su palabra era letra de cambio aceptada y susceptible de ser avalada por cualquiera que le conociese. Durante toda su vida dio muestras de sensatez, buen gusto y su criterio era valorado incluso por sus enemigos, que algunos tenía. De mente preclara y recto raciocinio se mostró siempre ecuánime en sus apreciaciones y justo en sus valoraciones. Sólo tenía el defecto de su intransigencia con la injusticia, la irresponsabilidad y, sobre todo, con el mal gusto y la chabacanería.
Pudo vivir respetado durante toda su vida, pero un día perdió el juicio y le condenaron a cien años de soledad. Ahora deambula perdido y sin sentido en su obligado arresto domiciliario.
Pudo vivir respetado durante toda su vida, pero un día perdió el juicio y le condenaron a cien años de soledad. Ahora deambula perdido y sin sentido en su obligado arresto domiciliario.
En la ilustración: El juicio de Friné de J. Léon Geromo (1861). No tiene demasiado que ver con el texto, pero me ha parecido que es digno de que ser conocido. (Algún día le diré a mi amigo Jesús que nos cuente la historia de Friné).