La semana pasada sentí un fuerte
dolor en el tobillo izquierdo, punzante, agudo y persistente que me subía por
toda la pierna y me llegaba hasta la cintura. Después de tres días a base de
paracetamol, decidí que debía ir al médico.
Como siempre que iba a su consulta me dijo que debía
dejar de fumar, aunque ya le había dicho cientos de veces que lo dejé hace ya más de treinta años, me dijo también que mi
problema era que pesaba unos kilitos de más y no tenía más remedio que
adelgazar.
Luego me dijo que el dolor del
tobillo era la consecuencia de mi edad y de mi vida sedentaria, por lo que
debía darme un largo paseo todos los días y tomarme unas pastillas buenísimas
que me recetó y que debía tomar, con un protector gástrico, tres veces al día.
Me fui a la farmacia y según me
dijo el mancebo, eran nuevas, carísimas y me aseguró que daban muy buenos
resultados a todos los que las estaban tomando.
Yo, generalmente, me tomo las
pastillas que me manda el médico sin preocuparme de nada, pero resulta que las
pastillitas que me dieron en la farmacia, que eran tan nuevas y tan caras,
venían en una caja bastante grande y en vez del prospecto habitual que suelen
traer las medicinas, éstas traían un pequeño librito de veinte paginas en el
que se indicaban las propiedades de la medicina y sobre todo, resaltadas con
letras en negrita, sus contraindicaciones.
En quince páginas en letra
diminuta decía que no eran aconsejables para los que padeciesen insomnio, para
los propensos a retener líquidos, y un largo etcétera que yo creo recogía todas
las circunstancias en que se puede encontrar una persona normal.
Luego se detenía en facilitar el
porcentaje de posibilidades de poder sufrir alguno de los síntomas que podían causar
las pequeñas pastillitas; porque además de nuevas y muy caras, las pastillas
eran pequeñas, muy pequeñas… y de color
malva.
Un uno por ciento podría sufrir
mareos; un 2 por ciento, pequeñas urticarias. Recomendaba que el uno por mil
que solía sentir nauseas, debía acudir urgentemente al médico, porque podía ser
peligroso. Un tres por diez mil, si se prolongaba el tratamiento, podía sentir
desfallecimientos e incluso lipotimias recurrentes. Llegaba a indicar que en
una o dos ocasiones, de que se tenía constancia, el paciente había llegado a
sufrir un infarto de miocardio. Pero que por todo lo demás, las pastillitas
eran buenísimas para el dolor de tobillo, y sobre todo si era el izquierdo.
Al final del prospecto se
indicaba también que a un uno por diez millones de los que había tenido un
tratamiento de larga duración con este medicamente, le había tocado el primer
premio de la lotería nacional (Aunque esto no estaba totalmente constatado)
Yo, que soy bastante aprensivo, me limité a tirar las
pastillitas al cubo de la basura, porque lo de la lotería no era probable que
me tocase, pero seguro que no me libraba de alguno de los demás síntomas con
los que amenazaba el dichoso prospecto.