El reflejo púrpura de aquel anochecer primaveral daba una apariencia irreal al gran salón, ahora, totalmente desierto.
Se acercó al interruptor y encendió una pequeña luz para dirigirse al salón contiguo.
- Luis María, ya se han marchado todos, vamos a dar un paseo.
El Cardenal pareció salir de sus ensimismamientos. Dejó sobre la mesa el breviario que tenía en la mano y bajó del pequeño estrado para dirigirse hacia su hermana.
Ella, como era su costumbre, le besó el anillo de su mano derecha, y él, ayudándola a incorporarse, la besó en la frente.Había sido para ambos una gran alegría el volver a reunirse después de tantos y tantos años de separación. El día 21 de febrero del año 2000, por decisión del Consejo de Ministros de su Majestad el Rey Juan Carlos I, último representante del derecho dinástico familiar de la que ellos mismos formaban parte, los dos hermanos volvían a vivir en la misma residencia, en salones contiguos y los dos inmortalizados por ese genial amigo de su padre, más conocido como Francisco de Goya y Lucientes. Y realmente fue un encuentro feliz y costoso, pues el Estado Español pagó cuatro mil millones de las pesetas de entonces -unos veinticuatro millones de euros-, a los anteriores propietarios del retrato de María Teresa, la familia Rúspoli Morenés, que lo había heredado de antepasados suyos en el título del Condado de Chinchón.Los hermanos Luis María y María Teresa de Borbón y Vallábriga, desde entonces, cuando el museo cerraba sus puertas y los últimos bedeles apagaban las luces de las salas, y todo se quedaba en paz y sosiego, gustaban de reunirse para dar un paseo por los interminables salones y solazarse en la contemplación de tantas y tantas obras de arte que les rodeaban.Solían pasar por delante del cuadro familiar de su primo Carlos IV, que también había pintado Goya y que tan malos recuerdos les traía, sobre todo por la presencia de la reina, María Luisa de Parma...
- La mala pécora hizo que me casara con Manuel, para tenerle a su lado y cubrir las apariencias...
- Sí, pero gracias a eso nos fueron restituidos los títulos que nuestro tío Carlos nos había despojado...
- Tienes razón, al menos, de esa infidelidad, sacamos algún provecho... y si hubiera sido sólo ella... Ahí tienes a la Pepita Tudó... y a la Condesa de Alba... la muy...
- Por Dios, María Teresa, parece mentira que después de tanto tiempo no hayas podido ya olvidar.
- Si ya casi lo tenía olvidado, pero fue volver aquí y verlas pintadas de majas... ¡desvergonzadas..! No me hagas volver por aquellas salas...
El cuadro que más les gustaba visitar era el gran retrato de familia que Van Loo había pintado a sus abuelos, Felipe V e Isabel de Farnesio, porque en él podían ver a su querido padre, cuando todavía era un niño.
- No sé si te lo he contado; en una ocasión estuve en una exposición en el Museo de Cleveland y me colocaron junto al retrato de papá que también pintó don Francho... en ese que estaba tan elegante y que se parecí tanto a su hermano Carlos...
- Yo vi el cuadro, por última vez, en una exposición a la que asistí en la Fundación Magnani Rocca de Parma.
- Se podría decir que mis "dueños" siempre sacaron buenos beneficios a mi costa...
Los dos hermanos gustaban rememorar los viejos tiempos en los que habían vivido juntos. Cuando la muerte de su padre, su tío, el rey Carlos III, se había encargado de separarlos, encomendando su educación al arzobispo de Toledo: Luis María fue trasladado al Palacio Arzobispal y María Teresa y su hermana pequeña entraron en el Monasterio Cisterciense Bernardas de Toledo, todo ello con el objeto de evitar la descendencia de esta rama de la familia Borbón.
Muchos años después, el 17 de marzo de 1808, cuando estalla el Motín de Aranjuez, que conduce al encarcelamiento de Godoy y a la abdicación de su primo Carlos IV, María Teresa ve la oportunidad de abandonar a su esposo después de tantos años de humillación, deja a su hija Carlota, a la que nunca había querido porque le recordaba a su padre, con los depuestos reyes y se traslada a Toledo junto a su hermano el Cardenal.
El 2 de mayo de 1808 se inicia el alzamiento popular contra los franceses, el 10 de mayo Fernando VII abdica en favor de Napoleón y éste en su hermano José I. Luis María se vio obligado a reconocer al rey José. Entre mayo y junio, sin autoridades legítimas, el pueblo asume el ejercicio de su soberanía mediante la creación de las juntas provinciales, que se ocuparon de dirigir y organizar la resistencia al invasor. En julio la tropas del general Castaños vencen en Bailén y en agosto recuperan Madrid, los franceses pierden en todos los frentes.
El 25 de septiembre de 1808, delegados de las Juntas se reunieron en Aranjuez y decidieron asumir el poder con el nombre de Junta Central Suprema, presidida por el conde de Floridablanca. En noviembre, Napoleón llega al frente de un importante ejército y durante 1809 ocupa toda la península a excepción de Cádiz (protegida por la Armada española y británica). Luis María y su hermana María Teresa huyen de Toledo a Andalucía con la comitiva de la Junta Central y toman parte activa en los acontecimientos liberales.
A principios de 1810, ante los fracasos militares, la Junta Central convoca elecciones de diputados a unas nuevas cortes y se disuelve dejando un Consejo de Regencia constituido el día 29 de enero y presidido por el obispo de Orense.
El 24 de septiembre de 1810 se constituyen, en Cádiz, las nuevas cortes, donde, tras la misa del Espíritu Santo celebrada por el cardenal Luis María de Borbón, la Regencia cede a las Cortes el destino del país. Allí se dictaron numerosas leyes de corte liberal, Luis María firmó el histórico decreto de abolición del tribunal de la inquisición.
El 19 de marzo de 1812 las Cortes aprueban la Constitución, en la que debería basarse toda la vida del país, empezando por el rey. El 7 de agosto de 1812, el obispo de Orense, presidente del Consejo de Regencia, se niega a acatarla y es expulsado del país. Luis María, siendo el único miembro de la familia real en suelo español, fue reconocido regente del reino hasta el regreso de Fernando VII.
- Aquellos fueron años azarosos pero intensos, en los que tuvimos que asumir decisiones importantes para el futuro de España, cuando otros miembros de la familia real no supieron estar a la altura de las circunstancias.
Pero antes, los jóvenes Vallábriga fueron creciendo lejos de su madre, que tardó siete años en volver a verlos. Luis María sintió desde muy joven inclinación por estado sacerdotal. Fue decisivo en su vida el ser educado por el culto cardenal Lorenzana y vivió alejado de la corte hasta que el matrimonio de su hermana María Teresa con Manuel Godoy vino a catapultar su carrera.
Tras tomar las órdenes sacerdotales, fue investido, en 1793, arcediano de Talavera y al año siguiente fue autorizada su sucesión en el condado de Chinchón, título que cedió a su hermana María Teresa en el año 1795. Era un joven culto y de espíritu liberal, pero de acentuado carácter sombrío, débil y flexible.
En 1797 la reina María Luisa, deseosa de mantener al querido Manuel Godoy bajo su órbita y aparado de su amante oficial, urdió la boda del favorito con María Teresa. Tras la boda, celebrada en el Escorial el 11 de septiembre de 1797, una lluvia de cargos y honores comenzó a caer sobre los hermanos Vallábriga.
El 4 de agosto de 1799 fueron elevados a Grandes de España de primera clase, en marzo de 1800 Luis María fue creado arzobispo de Sevilla, en junio de ese mismo año les fue reconocido el derecho al uso del apellido Borbón y de las armas de la casa real; Luis María recibió la orden de Carlos III y su madre y hermanas la de la reina María Luisa, y en diciembre, Luis recibe la mitra toledana con sus ricas rentas, fue creado, también, Marqués de San Martín de la Vega y nombrado gran Canciller de Castilla y consejero de estado.
En octubre de 1800, a los 28 años, Luis María, recibe de Roma el capelo cardenalicio, con el título de Santa María della Scala, que ya había llevado su padre. Su elevación es festejada en Toledo con mucha pompa. Toda la ciudad se engalana y Goya, que había pintado por primera vez a don Luis María a la edad de seis años, vuelve a pintarlo cuando se pone la púrpura cardenalicia.
Ya a la vuelta hacia las salas donde estaban colgados los cuadros de sus retratos, los dos hermanos quedaron inmóviles; allí, en el amplio paredón que hasta ayer estaba vacío, como una aparición, descubrieron un cuadro que les traía entrañables recuerdos. Ante ellos, el cuadro de la Asunción de Nuestra Señora, que Goya había pintado a petición de su hermano Camilo para el altar mayor de la Iglesia de Chinchón, antigua capilla de los condes.
Ellos lo habían visto en distintas ocasiones, pero siempre en la lejanía de su ubicación en el centro del alto retablo de la Iglesia; ahora, a la altura de sus ojos, la figura de la Virgen, con su túnica rosa y su manto azul, rodeada de ángeles o ángelas, refulgía entre las nubes que la elevaban al cielo. Se atrevieron a encender todas las luces de la sala, y así, durante horas, estuvieron contemplando ese dulce rostro de la virgen que, según decían, era el de una modesta joven de Chinchón a la que llamaban "La graja".
Los primeros rayos del sol traspasaron los cristales del ventanal de oriente, los dos hermanos se apresuraron en apagar las luces y tomaron posiciones en sus cuatros: María Teresa, estiró su vestido de seda y tomó asiendo en el sillón dorado, apoyando su antebrazo izquierdo y juntó las manos procurando dejar bien visible los dos grandes anillos; ladeó la cabeza y dirigió la mirada hacia el lado izquierdo esbozando una tenue sonrisa mientras su mente se perdía en los recuerdos de su niñez...
Luis María llegó apresurado a su cuatro, tomó el libro en la mano derecha, se colocó el collar cardenalicio, alisó sus hábitos rojos y se ajustó el solideo. Como era su costumbre, inició sus oraciones matutinas; esta vez comenzó con un Ave María en honor de Nuestra Señora de la Asunción...
No mucho más tarde las salas se empezaron a llenar de visitantes.
- Y aquí pueden contemplar un acontecimiento excepcional. Durante unos meses tenemos expuesto en el Museo del Prado el impresionante cuadro de la Asunción de Nuestra Señora que pintó Francisco de Goya y Lucientes, a petición de su hermano Camilo, que era capellán de los condes de Chinchón. Este cuadro está habitualmente en el retablo de la Iglesia Parroquial de Chinchón, y ahora lo podemos admirar aquí mientras duren las obras de reparación que allí se están realizando...