Chinchón, desde sus orígenes, huele y sabe a ajos, vino, y aguardiente de gran calidad. Su tradicional anís, es un aguardiente de vino de orujo endulzado y perfumado con granos de anís-matalahuga. Es el mejor embajador de Chinchón en toda España y numerosas partes del mundo. A finales del siglo XVIII, cuando prácticamente no existían carreteras por donde transportar los vinos hasta los mercados de las grandes ciudades, y todavía no se conocía el método que inventaron los franceses para conservarlo, había que consumir toda la producción en su lugar de producción por ser un producto perecedero. En Chinchón se inicia su fabricación de forma industrial para utilizar los excedentes del vino que se producía aplicando los sistemas centenarios conocidos, dado que en todas las casas de labor había una bodega y un alambique donde destilar el aguardiente anisado típico de Chinchón. Este aguadiente consiguió el primer premio en la Exposición Universal de París del año 1889. El 2 de febrero de 1909, para poder cumplir con la normativa de la nueva ley de Alcoholes, los principales productores de anis fundan la Sociedad “Alcoholera de Chinchón”.
La tradición del ajo se remonta al siglo XVIII, es un producto de buena calidad, condimento indispensable en la cocina. Sin ninguna duda, el ajo es el cultivo más representativo de Chinchón. El ajo blanco, fino de Chinchón, alcanzó un gran prestigio y cotización, que perduró hasta que a alguien se le ocurrió conservar los ajos en cámaras frigoríficas.
Efectivamente, el ajo fino de Chinchón, además de un sabor delicado característico, tiene la propiedad de mantener intactas sus propiedades durante todo un año, sin necesidad de una especial conservación. Cuando otras variedades habían perdido las condiciones para ser consumido, los ajos de Chinchón eran los únicos que se mantenían en el mercado hasta que llegaban los tempranos ajos de la huerta de Murcia, lo que les hacía ser un producto cotizado y codiciado.
Pero el ajo de Chinchón tiene un problema: no es muy grande y tiene unos dientes pequeños con una cierta dificultad para pelarlos, lo que llevaba a las amas de casa -no sensibilizadas con la calidad- a preferir otras variedades con los dientes más grandes.
Se hicieron probaturas hasta conseguir una variedad de ajo blanco que perdiendo parte de su fino sabor tenía un mayor tamaño, pero que también perdía la característica de su duración. Pero como la ciencia adelanta que es una barbaridad, esto no fue problema, porque guardando los ajos en potentes cámaras frigoríficas podían pasar meses sin que los ajos perdiesen sus condiciones óptimas de consumo. Y además, la nueva variedad era más rentable porque su rendimiento en kilos era mayor por hectarea.
A partir de ese momento se firmó la sentencia de muerte para el ajo fino de Chinchón. Aunque no hay ni punto de comparación entre la calidad de uno y otro, aunque cualquier parecido en el sabor es pura coincidencia; los sagrados valores del mercado y de la rentabilidad han ido consiguiendo que el ajo fino de Chinchón sólo se siembre para el consumo familiar y cada vez sea más difícil encontrarlo. Es verdad que durante unos años se subvencionó su cultivo desde la Comunidad de Madrid, pero sería necesario hacer un esfuerzo de información para que el consumidor conociese la gran diferencia existente entre uno y otros.
Los vinos de Chinchón eran ya conocidos en 1393, época de Enrique III el Doliente. Son ligeros, suaves y aromáticos y actualmente están integrados en la denominación de origen de “Vinos de Madrid”.
El capítulo más importante de su historia lo protagoniza la célebre “Mojona”, la Sociedad de Cosecheros de Vino, Vinagre y Aguardiente de Chinchón, que, además de conseguir que sus productos alcanzasen fama internacional, hicieron una gran labor social, económica y cultural en favor de Chinchón, durante los años de su existencia, de 1853 a 1938.
Pero el ajo de Chinchón tiene un problema: no es muy grande y tiene unos dientes pequeños con una cierta dificultad para pelarlos, lo que llevaba a las amas de casa -no sensibilizadas con la calidad- a preferir otras variedades con los dientes más grandes.
Se hicieron probaturas hasta conseguir una variedad de ajo blanco que perdiendo parte de su fino sabor tenía un mayor tamaño, pero que también perdía la característica de su duración. Pero como la ciencia adelanta que es una barbaridad, esto no fue problema, porque guardando los ajos en potentes cámaras frigoríficas podían pasar meses sin que los ajos perdiesen sus condiciones óptimas de consumo. Y además, la nueva variedad era más rentable porque su rendimiento en kilos era mayor por hectarea.
A partir de ese momento se firmó la sentencia de muerte para el ajo fino de Chinchón. Aunque no hay ni punto de comparación entre la calidad de uno y otro, aunque cualquier parecido en el sabor es pura coincidencia; los sagrados valores del mercado y de la rentabilidad han ido consiguiendo que el ajo fino de Chinchón sólo se siembre para el consumo familiar y cada vez sea más difícil encontrarlo. Es verdad que durante unos años se subvencionó su cultivo desde la Comunidad de Madrid, pero sería necesario hacer un esfuerzo de información para que el consumidor conociese la gran diferencia existente entre uno y otros.
Los vinos de Chinchón eran ya conocidos en 1393, época de Enrique III el Doliente. Son ligeros, suaves y aromáticos y actualmente están integrados en la denominación de origen de “Vinos de Madrid”.
El capítulo más importante de su historia lo protagoniza la célebre “Mojona”, la Sociedad de Cosecheros de Vino, Vinagre y Aguardiente de Chinchón, que, además de conseguir que sus productos alcanzasen fama internacional, hicieron una gran labor social, económica y cultural en favor de Chinchón, durante los años de su existencia, de 1853 a 1938.
Aquí también podrás encontrar buen aceite, elaborado por la Cooperativa Aceitera “Virgen del Rosario”, buenos productos de la huerta y exquisitas legumbres que te ofrecerán los propios agricultores en las puertas de su casa, o puestos en la plaza. A precios muy bajos, comparados con los de los mercados, podrás comprobar su calidad, por estar cultivados por los métodos tradicionales.