Érase un lejano, muy lejano país. Un país muy pequeño, tan pequeño que sólo aparecía en los mapas grandes, representado por un diminuto punto que más bien parecía el punto diminuto de una “i”. Un país tan pequeño que nadie conocía su nombre y todos le llamaban “Pequeño país”. Un país que tenía un río que no pasaba de arroyo, un bosque en miniatura, un castillo de juguete y una pequeña ciudad donde vivían sus escasos paisanos. Pero un país en el que había un poderoso rey con una pequeña corte que se ocupaba de dar boato a todas las grandes celebraciones de palacio.
Era un pequeño pero bonito país.Después de largos años de espera, su alteza serenísima, la amada reina del pequeño y bonito país, alumbró una preciosa niña que ocupó desde ese momento, a pesar de ser aún tan pequeña, el primer escalón en la sucesión al trono de su padre. La llamaron Leonor.
Como era de esperar, los cortesanos se apresuraron a preparar los fastos y celebraciones para conmemorar tan importante acontecimiento y se confeccionó la lista de invitados al gran baquete que el rey ofrecía por el nacimiento de la princesa.
Entre los invitados, nadie se acordó de “Jamala”. Vivía en el bosque pequeño, en una mansión que durante muchos años había compartido con su esposo que fue consejero del padre del rey actual. Durante los largos años en que su marido ejerció este cargo tuvo que sortear las intrigas de sus enemigos entre los que se encontraba el mismísimo príncipe que no dudó en prescindir de sus servicios cuando fue coronado rey a la muerte de su padre.
Vivía sola porque su única hija había muerto de niña, en extrañas circunstancias, después de una larga enfermedad causada, aparentemente, por la picadura de un desconocido insecto en el dedo índice de su mano derecha. Aquella tragedia se llevó, unos meses más tarde, a su marido que murió de pena y melancolía y, poco a poco, todos se fueron olvidando de ella. Los invitados iban llegando a palacio con regalos para la princesa recién nacida.
Todo eran fiestas y alegría. Sólo “Jamala” lloraba el olvido de los monarcas mientras recordaba que en tiempos pasados ella y su marido ocupaban los asientos de privilegio junto a los reyes. Ella había sido siempre alegre y el canon de la elegancia en la moda del pequeño país. Su afable carácter se fue agriando con el vinagre de la soledad y el acíbar del olvido, su fama se fue transformando, algunas gentes del pequeño país empezaron a llamarla “bruja” y la mayoría aseguraba que era muy “mala”. Alguien unió las dos palabras, un niño se encargó de abreviarlo y desde entonces “Jamala” se convirtió en la viva representación de la más depravada maldad.
Ella, en cambio, guardaba los buenos sentimientos de antaño y quiso también hacer un presente a la princesita, y pensó que nada mejor que enviarle la rueca, que ahora descansaba, casi olvidada, en un rincón de su desván y que los actuales monarcas, hacía mucho tiempo, habían regalado a su infortunada hija.
Pasaron los años, “Jamala” estaba enferma y nadie la visitaba, por eso no llegó a enterarse de la extraña enfermedad que postró a la princesa en un sueño profundo del que nadie la podía despertar. El consejo de médicos, que en realidad estaba formado por los dos únicos médicos del país, sólo pudo diagnosticar que podía provenir de una picadura que se apreciaba en el dedo índice de la mano derecha de la princesa.
Como no se conocía la procedencia del insecto que lo podía haber causado, la maledicencia de las gentes del pequeño país empezó a correr el rumor de que bien podía ser un pinchazo con la aguja de la rueca que le había regalado “Jamala”. El rumor fue cobrando fuerza y llegó a ser la justificación oficial de los males de la bella princesa durmiente.
Muchos años después la princesa despertó, y decían que el milagro lo había obrado el beso de amor del príncipe de un país lejano, pero “Jamala” nunca llegó a enterarse porque había muerto sola y abandonada en su casa del bosque en miniatura de aquel lejano y pequeño país que era tan pequeño que sólo se podía ver en los mapas grandes, y eso si no lo confundías con el diminuto punto de la “i” del nombre del país vecino.