La otra noche, en el Estadios “Sánchez Pizjuán” de Sevilla, el público recibió con un gran aplauso al presidente señor del Nido, que acababa de ser condenado a más de siete años de cárcel por un delito, en el llamado “Caso Minutas”, por irregularidades en Marbella. Antes, en una rueda de prensa había anunciado que no dimitía de su cargo de presidente del club de fútbol de Sevilla, mientras no se lo prohibiese la legislación vigente, puesto que pensaba recurrir la sentencia.
Hace unos meses, el expresidente Camps, que ahora está siendo juzgado en Valencia, ganaba por mayoría absoluta en las elecciones autonómicas a pesar de estar inmerso en el escándalo “Gurtel” por el que ahora se le juzga.
Podemos ver periódicamente -no sé decir con qué frecuencia- a don Mario Conde en Intereconomía, dando lecciones de moralidad en una tertulia con varios jóvenes, o sentado en el “Gato al agua” opinando cómo se debe actuar en política económica, después de haber cumplido no sé cuantos años de prisión por la condena del “Caso Banesto”.
Vemos a delincuentes como el Dioni, Julián Muñoz, Luis Roldán, otros pendientes de juicio, como la Pantoja, y otros pendientes de imputación como Urdangarín, que aparecen en la tele o en la prensa recibiendo “parabienes” y aplausos en sus comparecencias públicas, como si hubiesen ganado un “nóbel” o descubierto una vacuna contra el cáncer.
Todos ellos son unos sinvergüenzas -con perdón-, o al menos han demostrado tener muy poca vergüenza para apropiarse de lo que no era suyo con toda desfachatez y sin demostrar ningún arrepentimiento y, desde luego, sin ninguna intención de restituir lo ilegalmente apropiado.
O sea, que debemos estar un poco locos para aplaudir a esta gentuza que se vanagloria de sus “hazañas” en vez de encerrarse avergonzados en sus casas, en tanto que no les encierren en la cárcel.
Alguien dirá que estas son reminiscencias de la clásica picaresca española; pero no. Los pícaros de nuestros clásicos eran buenas personas que no tenían más remedio que buscarse las lentejas para sobrevivir en una sociedad que no tenía ninguna misericordia con ellos. Éstos no. Estos son unos caraduras sin escrúpulos y sin principios que quieren aprovecharse impunemente del dinero de todos. Posiblemente, la excepción entre todos estos personajillos que he nombrado podría ser el Dioni, y también Julián Muñoz, que podrían asemejarse un poco al Lazarillo de Tormes y al Buscón llamado don Pablos que retrató Quevedo.
Alguien dirá que estas son reminiscencias de la clásica picaresca española; pero no. Los pícaros de nuestros clásicos eran buenas personas que no tenían más remedio que buscarse las lentejas para sobrevivir en una sociedad que no tenía ninguna misericordia con ellos. Éstos no. Estos son unos caraduras sin escrúpulos y sin principios que quieren aprovecharse impunemente del dinero de todos. Posiblemente, la excepción entre todos estos personajillos que he nombrado podría ser el Dioni, y también Julián Muñoz, que podrían asemejarse un poco al Lazarillo de Tormes y al Buscón llamado don Pablos que retrató Quevedo.
Vamos, digo yo.