Hubo un tiempo en que se multiplicaban los quehaceres, aunque no dejaban de ser rutinas que se repetían y repetían monótonas día a día. Antes, los quehaceres eran más bien deberes que nos mandaban y que teníamos que cumplir; ahora nuestros quehaceres han menguado y apenas si ya tenemos algo que hacer. Poco más que el aseo, y las necesidades fisiológicas, comer, dormir, y sentarse ante el televisor o mirar por la ventana, para ver el ir y venir de gentes apresuradas y siempre con prisas que ahora nosotros no llegamos a comprender, porque hemos olvidado que también nosotros, en otros tiempos, también estábamos agobiados por las prisas. ¡Que tiempos aquellos!
Ahora nuestros quehaceres son otra cosa, aunque tenemos uno que nos ocupa gran parte de nuestro día, y no es esto de escribir para publicar en el blog, no, me estoy refiriendo a lo de atender al móvil.
Nada más que levantarte ya tienes ocho o diez WhatsApp’s, un par o tres e-mails, todos de propaganda, eso si, y varios “estados” de tus contactos, que hay que ver y decirles algo, para que sepan que lo has visto. Y luego está lo del Facebook que te informa de todo lo que pasa por el mundo, sin olvidarte de los blogs de los amigos, para ver qué se les ha ocurrido hoy.
Pero lo más peligroso, sin duda, son los WhatsApp’s. Tienes que tener mucho cuidado porque ya sabes que los carga el diablo, y mucho más si son de grupos... son peligrosisimos.
Y es que hay muchas clases de contactos: los políticos... pero de esos no voy a hablar para no herir sensibilidades; están los gastronómicos que te llenan el móvil de fotos con las comidas de todos los días, los folkloricos que te mandan todas las canciones que a ellos les gustan y que a ti te parecen una horterada, los botánicos que te mandan flores para desearte los buenos días o las buenas noches, los religiosos que te recuerdan las oraciones de cuando eras chico, y los cansinos que no te paran de mandar todas las chorradas que encuentran, sobre todo esos vídeos tan largos que terminan por ocupar toda la memoria del móvil. Pero los más peligros, sin duda, son los que tienen que decir la última palabra; como un día quieras ser tu quien la diga, podéis pasaros toda la noche intercambiando emoticonos.(Yo no los utilizo nunca)