sábado, 17 de abril de 2010

LOS VELOS DE LA MEMORIA. CAPÍTULO XXI

XXI


Tres años después doña Margara cumplió los setenta y cinco.

Sacra, a sus 50 años parecía mayor que su madre. No había llegado a superar que Dios no hubiese querido darles hijos. José decía que no debía culpar a Dios, porque los médicos habían llegado a la conclusión de que era él quien no podía engendrarlos. Decía también que deberían estar contentos porque tenían a Nicolasita. Efectivamente la niña colmaba todas sus aspiraciones, la querían como a una hija, y ella los quería como a unos padres; posiblemente más que los suyos propios. Pero cuando llegaban las vacaciones y ella se marchaba a Extremadura, la casa quedaba triste y Sacra solía entrar en depresiones que sólo terminaban cuando volvía la niña.
Porque doña Margara se las había compuesto para que Nicolasita siguiese volviendo a Recondo para continuar aquí el Colegio. Y la verdad es que no fue necesario llegar a ninguna clase de presiones para conseguirlo. Petronila se volvió a quedar embarazada nada mas llegar a Plasencia y cuando nació Julio José parecía lógico que la mayor quedase con su abuela y con sus tíos para ellos atender mejor al pequeño.
Iba a terminar el curso y doña Margara pensó que debía aprovechar que vendrían a recoger a la niña para pasar las vacaciones en Extremadura para celebrar de nuevo su cumpleaños. Eran setenta y cinco años y, después de todo, había que dar gracias a Dios por todo lo que le había dado en estos tres cuartos de siglo.
Sin embargo, Sacra no parecía alegrarse con la celebración. Sólo de pensar que se marcharía la pequeña, había vuelto a caer en una depresión que la tenía dando tumbos por la casa, llorosa, cabizbaja y presa de lúgubres pensamientos. Y no era la primera vez que le pasaba. Cuando José le preguntaba en qué pensaba, siempre contestaba que en nada y empezaba a llorar, por lo que decidió no volver a preguntarle cuando la veía así.
En cambio doña Margara sí sabía lo que realmente pensaba.
- Vamos a ver, Sacra, ya volvemos a lo mismo…
- Sí, madre. No puedo evitarlo…Es que no se me puede olvidar…que por nuestra mentira hayan pagado unos inocentes…
- Pues lo tienes que olvidar… no queda más remedio… Además ya te confesaste, ¿no?... Pues no hay nada más que decir… Dios te ha perdonado y sólo tienes que olvidarlo… Yo también me confesé y ya me ves… Además no eran tan inocentes, ellos fueron realmente los culpables de la muerte de tu hermano… Ya está todo olvidado… Así que anímate que van a ser mis días y hay que celebrarlo por todo lo alto…
Lo que doña Margara no dijo a su hija es que el cura se había negado a darle la absolución hasta que no confesase públicamente su pecado, y eso ella, por supuesto, nunca lo haría.
Llegaron Petronila y Julio con el pequeño a recoger a Nicolasa y aquel año en el Solar se organizó una gran comida para conmemorar el 75 aniversario de la señora.
Esa mañana habían acudido todos a la parroquia para oír la misa de acción de gracias que había encargado doña Margara, para agradecer a Dios su ayuda para sobrellevar tantas vicisitudes como el destino había puesto en su vida. Ahora, en su vejez, todo era tranquilidad y sosiego. Ya casi se habían olvidado los crueles acontecimientos vividos y parecía que, al menos al final de sus días, le había llegado la felicidad.
Al día siguiente, se reunió toda la familia para tratar de la marcha de la economía. José estaba achacoso y ya no se podía ocupar de labrar la tierra, por lo que se habían dado todas las tierras en aparcería lo que limitaba considerablemente los ingresos. Por otra parte, tampoco era aconsejable sacar a la venta demasiadas monedas de oro que pudiesen alertar a los que compraron las tierras. Los gastos de la casa eran cada vez mayores para poder mantener el nivel de vida al que estaban acostumbrados, y Petronila había pedido ayuda a su madre para comprar una nueva casa en Plasencia, porque la que tenían se había quedado pequeña, y había surgido una oportunidad que no se podía dejar pasar. También Sacramento aprovechó entonces la ocasión para decir que se podía comprar un pisito en la capital para pasar en él los inviernos que eran tan crudos en Recondo. Allí podrían también pasar unas temporadas doña Margara y podría servir para cuando la pequeña fuese mayor y tuviese que estudiar; y así se ahorrarían el alquiler que ahora tenían que pagar.
Entre todos convencieron a doña Margara que era buena la idea de vender las fincas que ya casi no les daban rendimiento e invertir en casas que siempre mantendrían el valor. Doña Margara se dejó convencer, no sin antes asegurar que ella no saldría nunca del Solar, y que la compra de la casa para Petronila se podría pagar con las monedas de oro, ya que si se utilizaban en Extremadura sería mucho más difícil seguir su rastro. Julio aseguró que él se encargará de realizar el cambio discretamente, porque tenía contactos de total confianza.
A cambio, todos quedaron de acuerdo en que la pequeña Nicolasita seguiría en Recondo con su abuela y sus tíos, donde seguiría estudiando en el Colegio de las monjas hasta que fuese mayor y pudiese estudiar en la Universidad, ya que demostraba unas grandes aptitudes según decían sus maestras.
Lejos de allí, en la capital, Genaro y Rosa habían decidido también vender el piso de su madre. Ellos vivían bien, ambos tenían una buena vivienda y pensaron que el piso deshabitado no tenía ningún sentido. Además la demanda de pisos había subido en los últimos años y ahora era el momento oportuno para realizar la venta.
Los dos estaban bastante ocupados y desde que murió su madre, hacía ya casi tres años, no habían vuelto por el piso. Ahora, para venderlo, pensaron que debían sacar todo lo que hubiese de valor.
A Rosa le costaba tener que reencontrarse con los antiguos recuerdos, y dijo a su hermano que fuese él solo, pero Genaro la convenció de que era mejor ir los dos juntos.
El piso estaba lleno de polvo a pesar de que todo había quedado cerrado. Pero también el aire que había entrado por las rendijas de las ventanas y las puertas había mantenido la casa libre de humedad, aunque, extrañamente, conservaba aquel olor de su niñez. Todavía olía al perfume que usaba su madre. Aquel perfume de unos frasquitos muy pequeños que solía traer su padre cuando venía a verlos.
Abrieron todas las ventanas y empezaron a recorrer las habitaciones. Todo estaba en orden y no se atrevían a tocar nada. Era como si fuesen a profanar la intimidad de sus padres, de la que realmente sabían bastante poco.
Abrieron las puertas del armario. Era un armario con dos puertas en una de las que, por dentro, había un espejo ante el que su madre pasaba minutos y minutos mirándose, cuando estrenaba un vestido. A ellos les pareció que su imagen había quedado gravada en el azogue del espejo de forma imperecedera. Sus ropas todavía estaban allí. Sus antiguos vestidos de los que no había querido desprenderse nunca. Su abrigo con un cuello de garras de astracán negro, que le había regalado su padre cuando nació Genaro. Su ropa interior; aquel viejo camisón transparente que ellos nunca habían visto antes, la ropa de cama, mantelerías y toallas, todo perfectamente ordenado, como si el tiempo se hubiese detenido en aquella casa y no hubiesen pasado nada más que unas horas desde la última vez que estuvieron allí. Fueron abriendo los cajones, encontraron algunas ropas de cuando ellos eran pequeños, y más ropa de cama y mesa, y blusas perfectamente dobladas, y una caja de hoja de lata. Era una de aquellas latas que, una vez usadas, se solían utilizar para guardar documentos porque allí estaban a salvo de la humedad. Eran la caja fuerte y la cámara acorazada de los pobres. Aunque el tiempo había casi borrado las inscripciones de la tapa, aún se podía leer algo como "Carne de Membrillo de Puente Genil: el mejor del mundo" y se podía adivinar lo que debía ser una paisaje con árboles y el busto de una mujer con el traje típico de Córdoba.
Rosa lo cogió, se sentó en la cama y lo puso sobre sus piernas. Dejó la tapa a su lado y empezó a ir sacando los papeles que estaban cuidadosamente doblados y recogidos en pequeños paquetes, atados con hilos de colores. Había de todo. Recibos de la modista, facturas de muebles, recetas de los médicos, algunas entradas del teatro y un pequeño cartel de toros de una corrida en la que toreó Marcial Lalanda, Rafael Ortega y Manolete a la que debieron asistir sus padres. En el fondo, también atado y medio oculto en una cuartilla doblada, un sobre en el que había escrito: "A Rosita y Genaro: Para vosotros dos, cuando yo me haya muerto"
Genaro, que se había sentado en la cama al lado de su hermana, sintió como una descarga eléctrica por todo su cuerpo. Los dos hermanos se miraron sin decir nada.
- ¿La abro?
- Sí, por favor... date prisa...
Intentó que el sobre no se rompiese, estaba cerrado. No fue difícil porque el tiempo había degrado el pegamento. Dentro, dos papeles de tamaño de un folio: Partida de Nacimiento de Rosa Martínez Buitrago... y en la otra, Genaro Martínez Buitrago... tenían un sello redondo de tinta violeta del Registro Civil y varios timbres como pago de los arbitrios. Cada uno cogió la suya. No figuraba el nombre del padre. Ambas estaba en perfecto estado; se podía deducir que habían estado siempre guardadas, porque la luz no había decolorado el papel; incluso el color violeta del sello permanecía inalterado. Rosa fue la primera que lo advirtió:
- Mira Genaro... mira lo que pone aquí...
Al dorso, escrito a mano con tinta azul, y con una letra de cuidada caligrafía se podía leer:
"Yo Nicomedes Gómez Carretero, mayor de edad, y en uso de mis plenas facultades mentales, certifico que la niña que aparece en la presente partida de nacimiento es hija mía. Aunque no la puedo reconocer como hija legítima por imposiciones familiares, quiero dejar constancia que soy su verdadero padre. Y para que conste lo firmo..."
Y una leyenda similar al dorso de la partida de nacimiento de Genaro. Por la fecha de la firma lo debió hacer a los pocos meses de haber nacido el niño.
Dentro del sobre también había otra nota. Estaba escrita por su madre.
"Vuestro padre os quería. Yo le pedí que firmara un documento diciendo que era vuestro padre. Él no puso ninguna objeción; incluso a él se le ocurrió hacerlo al dorso de vuestra propia partida de nacimiento. Me dijo que algún día vosotros podríais demostrar con este documento que también erais sus hijos y que podríais tener todos los derechos. Os quiero. Rosa."
Los dos hermanos se abrazaron y lloraron en silencio.
- Ahora me alegro de haber puesto a mi hijo el nombre de nuestro padre.

FIN DEL CAPÍTULO XXI
El sábado 20 de marzo, el siguiente capítulo.
¡PUEDE HABER SORPRESAS!

LOS VELOS DE LA MEMORIA. CAPÍTULO XXII.

XXII


Cuando Nicolasita hizo la primera Comunión.

Al año siguiente pensaron que la niña ya era mayor para hacer la primera Comunión. Su abuela encargó a Sacra que comprara en la capital el vestido más caro.
Era un vestido de organdí, blanco, por supuesto. La falda, larga hasta los pies, era lisa, pero en la parte de abajo tenía varios volantes plisados a mano con tenacillas calentadas al fuego. Este proceso era muy delicado, porque había que ir limpiando concienzudamente las tenacillas, después de calentadas entre las brasas, para evitar que manchasen una tela tan delicada. Estos volantes se repetían en la parte superior formando un canesú y llegaban hasta las mangas que iban ciñéndose a los bracitos hasta terminar en puños con presillas y botonadura de perlas. El tocado era también de organdí con adornos florales de la misma tela que terminaba en un velo de tul ilusión para el que adaptaron el que había llevado la tía Sacra en un su boda.
La muda de la ropa interior de la niña se la encargaron a las monjas clarisas que la bordaron a mano. Era de crespón blanco terminado en encaje y unos lacitos de raso. En la camisita le habían bordado las iniciales N.E. No quisieron cobrar nada porque era lo menos que podían hacer para agradecer las importantes limosnas que periódicamente enviaba al convento doña Margara. Los zapatitos blancos de charol y los calcetines de perlé, eran regalo de sus padrinos que los habían comprado también en la capital.
La niña había asistido a la catequesis, donde enseñaban las oraciones que todos los niños debían conocer para poder comulgar, aunque ella ya las sabía todas porque se las habían enseñado su abuela y su tía desde que aprendió a hablar. También les habían dicho que el vestido no era lo importante, sino la pureza del alma para recibir al niño Jesús, aunque a ella le hacía mucha ilusión estrenar el vestido tan bonito que le había comprado su abuela.
Los días previos a la fiesta, doña Margara expuso toda la ropa de la niña en la salita de la planta baja, para que la pudieran admirar los familiares y las amistades que fueron pasando por el Solar, para ver las ropas de la comunión. Esa era la costumbre en Recondo. También se hacía cuando se celebraba una boda; entonces se exponía el traje y toda la dote de la novia y el traje del novio en sus respectivas casas. Incluso, se solía hacer con la ropa que estrenaría el mozo que entraba en quintas. Eran las oportunidades que se tenían para demostrar la alcurnia de la familia.
Sus padres le trajeron una librito con pastas de nácar con todas las oraciones de la comunión y que ella ya sabía leer. También tenía unos dibujos muy bonitos de ángeles y niños santos. A ella lo que más la impresionó fue una estampa en la que se veía a las almas condenadas en el infierno, allí el demonio pinchaba con un tridente a los pecadores que se quemaban en unas hogueras con llamas rojas y reflejos amarillos. Ella deducía por la expresión de sus caras, que daban gritos y alaridos, arrepentidos de sus pecados. Pero ella nunca iría al infierno, porque le había dicho su abuela que era una niña buena y obediente, que cumpliría siempre con los mandamientos de la Iglesia. Por eso guardaba en una cajita todas las estampas que daban a la entrada de la misa, para justificar su asistencia.
Ese día, todos estrenaron trajes nuevos. La misa era a la nueve de la mañana porque había que guardar el ayuno para poder comulgar, y todos los de la casa acompañarían a la niña a recibir el santo sacramento. Después de la misa, todas las niñas del Colegio de Cristo Rey desayunaron juntas, y la mesa la sirvieron las niñas mayores a las que habían vestido con delantales blancos encima del uniforme del colegio.
La tía Sacra volvió a casa después de la ceremonia para preparar con las criadas la gran comida que reunió a toda la familia. A los postres, después del brindis que hizo Julio, como correspondía a un emocionado padre, doña Margara se levantó del asiento, cogió su copita de anís, y levantándola dijo:
- Por ti, Nicolasita, que un día serás la dueña del Solar, y de todo lo que siempre ha pertenecido a la familia. Yo te nombro, oficialmente, la heredera de los Gómez Pastrana.
La niña no entendió lo que decía su abuela y a una indicación de su madre, fue entregando a todos los reunidos unos preciosos recordatorios en los que se podía leer debajo de su nombre, la fecha y la inscripción "El día más feliz de mi vida".
Y ese, posiblemente, fue uno de los días más felices para doña Margara, del cual iba a guardar un recuerdo imborrable; pero no por haber sido la primera comunión de la niña, sino por que fue la víspera de la llegada de aquella nueva demanda.
Era una carta certificada de un Juzgado de la capital. La había traído su yerno que había pasado a saludar a los antiguos compañeros de la oficina de Correos. Ella pensó que sería alguna comunicación sobre el juicio por la compraventa de las fincas. Así se lo comentó a Julio, pero éste le dijo que aquello era de otro juzgado. Abrió el sobre con precipitación y su cara se quedó blanca como si toda la sangre se hubiese helado en su corazón. Sintió cómo la abandonaban las fuerzas y aquel papel, del que sólo había leído las primeras líneas, se le escapó de las manos y cayó sobre la alfombra del suelo.
Julio llamó a su mujer, y mientras le daban un poco de agua para reanimarla pudo ver el contenido del oficio: "Demanda de paternidad a don Nicomedes Gómez Carretero y reclamación de herencia presentada por doña Rosa y don Genaro Martínez Buitrago".
Ella había llegado a olvidar la existencia de Rosa y de sus hijos. Además nunca había hablado de ellos a sus hijas que desconocían totalmente que pudieran tener otros hermanos.
Pasados los primeros momentos de sorpresa no tuvo más remedio que contar todo lo que ella conocía. Estaban todos allí reunidos. Llamaron a una de las criadas para que saliese al patio con los niños y así ellos estar más tranquilos. Sacra cerró la puerta de la salita para evitar que nadie pudiese oír lo que hablaban y se acomodaron alrededor de la madre que, poco a poco, iba recobrando el color y su aplomo habitual.
- Vuestro padre, cuando era muy joven tuvo una hija con una criada. Para evitar el escándalo sus padres la compraron un piso en la capital y no se enteró nadie del pueblo. Vuestro padre siguió visitándola durante toda su vida y tuvieron otro niño. La mayor tiene dos años más que Sacra, y el niño dos ó tres menos que Petronila. Vuestro padre nunca los llegó a reconocer, así que no sé a qué viene esta carta de reclamación. Ellos no tienen ningún derecho sobre vuestra hacienda.
Tomó un sorbito de agua, y continuó:
- Se llama Rosa y debe tener ahora unos setenta y cuatro años, si es que vive todavía. Los hijos, según tengo entendido, se llaman Rosa y Genaro, pero yo no les he conocido nunca, y según me dijeron, nunca han venido por Recondo... Así que no me explico el motivo de esta demanda...
- Es posible que tengan algún documento con el que poder demostrar que son hijos de padre.
- No lo creo, Sacra. En una ocasión, para demostrarme que no les había reconocido, vuestro padre me trajo la copia de su partida de nacimiento y allí no figuraba el nombre del padre. Los apellidos son los de su madre con el orden invertido, como se pone a los hijos de madre soltera... Así que no creo que puedan demostrar nada... no debemos preocuparnos...
Pero todos se preocuparon. De pronto, habían aparecido unos competidores para la posesión de la hacienda. Una hacienda que iba disminuyendo poco a poco y que ellos se habían ocupado de ir repartiendo entre las dos hermanas, la mayoría de las veces a espaldas de su madre, que iba perdiendo el control de lo que pasaba a su alrededor. Desde que José dejó de labrar las tierras y se entregaron en aparcería, los ingresos habían disminuido drásticamente. Por otra parte, el valor de las tierras de labor estaba disminuyendo con rapidez porque cada vez eran más las fincas que se quedaban sin labrar por la falta de mano de obra. La mayoría de los jóvenes se marchaban a la capital para encontrar unos trabajos mejor remunerados y tan solo las familias de los agricultores que tenían varios hijos varones estaban comprando las mejores tierras de labor. Los antiguos terratenientes veían cómo disminuía su capital y cómo sus propiedades cada vez valían menos.
La casa de Plasencia y el piso de la capital las habían puesto ya a nombre de cada uno de los matrimonios, y de vez en cuando se iban llevando algunas monedas de oro, con lo cual la mayoría de las posesiones estaban a salvo de las reclamaciones de sus nuevos hermanastros.
- Hay que tener mucho cuidado con lo que hacemos a partir de ahora. Cualquier venta que se pueda hacer, puede ser considerada como alzamiento de bienes y eso podría darles armas para reclamaciones posteriores, si un juez les reconoce su filiación y el derecho a la herencia de vuestro padre.
- Yo, Julio, de eso entiendo poco. Debíamos consultarlo con algún abogado que nos pueda asesorar... Pienso que debíamos consultar a Romualdo, que ya nos conoce y está al tanto de todo lo de nuestra familia....
- No sé si podrán demostrar algo, y si un juez les podrá dar la razón, pero si consiguen algo será dentro de mucho tiempo... este puede ser un contencioso que puede durar años... muchos años.

FIN DEL CAPÍTULO XXII
El siguiente capítulo, el día 27 de marzo.
¡NO TE LO PIERDAS!

LOS VELOS DE LA MEMORIA. CAPÍTULO XXIII.

XXIII


Y la heredera cumplió los quince años.

Había tenido razón Julio. El proceso se estaba dilatando demasiado. Unas veces parecía que el Juez se inclinaba de uno u otro lado, pero seguía pidiendo más y más pruebas para tomar una decisión definitiva. Luego llegaron los sucesivos recursos a los tribunales superiores. La situación estaba ahora pendiente de la decisión del Tribunal Superior de Justicia de la Capital, ante la cual solo cabría el recurso ante el Tribunal Supremo. Después de tantos años, todos se habían acostumbrado a vivir con esta incertidumbre y sólo doña Margara, posiblemente por su edad, parecía tan afectada que se había convertido en su única obsesión.
A sus ochenta y dos años seguía disfrutando de una buena salud. Comía de todo y todo le sentaba bien. Sus hijas tenían que estar atentas para evitar que comiese todo lo que quería, porque lo que a ella le apetecía eran las comidas fuertes. Para cenar, cuando sus hijas no estaban atentas, solía sacar una buena longaniza de las hechas en casa por la matanza, y se la comía con una libreta de pan y unos buenos tragos de vino. En verano, se podía comer para la merienda un melón entero, y siempre tenía a mano unos bollitos de aceite para picar entre horas. Ella que siempre había sido morigerada en el comer, ahora comía con gula, y sin embargo, no engordaba. Los médicos decían que no era posible que sin hacer ejercicio quemara tantas calorías. Ellos no sabían que su agitada vida interior era la mejor gimnasia para consumir toda la energía que pudiese recibir por los alimentos.
Sus hijas ya habían optado por no hacerla demasiado caso y vivían un poco al margen de lo que su madre decía. Y es que también Petronila vivía de nuevo en el Solar. Fue hace dos años. Un cáncer fulminante de pulmón se llevó a Julio en poco más de dos meses. Le dejó enterrado en su pueblo y con la pensión de viudedad y su hijo volvió a Recondo con su madre, su hija y con Sacra y su marido.
Y de nuevo doña Margara reunía a su alrededor a sus hijas, y el Solar se convertía en un reducto en el que las mujeres formaban el núcleo de poder. José era una figura poco menos que decorativa que se limitaba a cumplir lo que ellas le ordenaban. Desde hacía unos años había empeorado de su reuma que se había complicado con unas dolencias respiratorias y apenas si se atrevía a dar su opinión, que de todas formas nunca tendría ninguna influencia en la tomas de decisiones.
El pequeño Julio José, a sus casi diez años, era un niño tranquilo y taciturno al que se le podía ver, sentado por los rincones, leyendo tebeos o pintarrajeando en los papeles de estraza en el que venían envueltas los embutidos o en los márgenes de los periódicos que llegaban a la casa, porque su madre no le dejaba utilizar los cuadernos del colegio para hacer sus dibujos. Tenía una gran admiración por su hermana a la que adoraba y, cuando nadie le veía, le gustaba ponerse sus vestidos y sus zapatos, sobre todo, los que tenían algo de tacón.
Por otra parte, su hermana Nicolasa se había convertido en el centro de atención de las mujeres del Solar. Su abuela aprovechaba cualquier oportunidad para educarla en los valores que debían prevalecer en una señorita de gente bien. Todas las tardes, después de rezar el rosario en familia, tenía que leer en voz alta la vida del santo del día, en el devocionario que regaló a doña Margara don Pablo, el párroco, como agradecimiento al donativo que hizo cuando la reconstrucción de la iglesia, poco después de terminada la guerra civil.
Tenía, sin duda alguna, el vestuario más completo de todas las jóvenes de Recondo y era el mejor partido para todas las madres que la consideraban como la novia ideal para sus hijos. Afortunadamente para ella, en el físico no había salido a la familia materna y a sus indudables cualidades económicas y sociales unía un físico agraciado y un carácter alegre. Y posiblemente por este carácter podía sobrellevar la presión agobiante de su familia, quienes no paraban de recriminarla lo que para ellos era una desenvoltura impropia de su posición y no adecuada al decoro que se debía exigir a una joven que pertenecía a la congregación de las "Hijas de María".
Su abuela le había aconsejado que se fijara en el nieto de su primo Enrique, el que fue alcalde de Recondo antes de de la guerra, que era poco más o menos de su edad, y era también el único heredero de toda su hacienda. Pero a ella no le gustaba y decía que prefería divertirse ahora que era joven y que tiempo tendría para pensar en noviazgos. Y decía esto, porque a ella le gustaba más Juanjo, un chico muy simpático pero que no disponía de más patrimonio que sus manos y más porvenir que el que pudiese labrarse, y que había empezado a trabajar como aprendiz con un tío suyo que era el fontanero y el electricista de Recondo.
Cuando se enteró doña Margara, la castigó sin salir de casa durante toda una semana. Durante esos días, también su tía y su madre intentaron hacerla capacitar para que depusiese su actitud de rebeldía, e intentaron hacerla entrar en razón, argumentando que ese era un chico que no le convenía. Ella se encerró en su habitación y se negó a comer. Su hermano, su único aliado, le traía a escondidas algunas frutas, con lo que ella se mantenía. Las mujeres llegaron a preocuparse creyendo que estaba llevando a rajatabla su huelga de hambre.
Entonces la abuela tomó personalmente las riendas del asunto y le dejó muy claro cuál era su posición y lo único que iba a conseguir si se mantenía en su actitud: Sería desheredada fulminantemente a favor de su hermano.
Este nuevo disgusto afectó a doña Margara más de lo que ella había pensado. Los días siguientes empezó a tener dificultades para conciliar el sueño, y el médico tuvo que recetar unas pastillas que le ayudasen a dormir. Con ellas dormía casi toda la noche pero tenía pesadillas que la despertaban sobresaltada. Primero soñaba que era pequeña y que salía del Solar de la mano de su abuela; luego que toda la casa se caía y unas máquinas terminaban de tirar las paredes que habían quedado en pie. Después era la entrada de la cueva la que se abría y entonces ella se despertaba. El sueño se iba repitiendo noche tras noche y según iban pasando los días el sueño se iba alargando y veía cómo sus hijas primero, sus vecinos después, y todas las gentes del pueblo llegaban a su casa y entraban en la cueva. Entonces ella se despertaba sudorosa y asustada. El médico aconsejó a sus hijas que aumentasen la dosis y durante unas semanas cesaron las pesadillas.
La nieta se sintió culpable de lo que pasaba a su abuela y la prometió que no se volvería a ver con su amigo Juanjo. Aunque ella no quería reconocerlo, también influyó el temor a ser desheredada y perder el "Solar". Pero no por ello se terminaron los sueños de la abuela.
Mientras duró el castigo, Nicolasa sólo hablaba con su hermano pequeño. A él le contaba todo. Le hablaba sobre todo de lo que haría cuando fuera mayor.
- Yo voy a ser la heredera de todo esto. Cuando se mueran la abuela y los tíos y madre sea muy vieja, ya nadie me dirá lo que tengo que hacer. Entonces me casaré con Juanjo y viviremos aquí en el Solar. También tendré el piso de los tíos en la capital y la mitad del piso de Plasencia que será de nosotros dos. Tú tienes que ahorrar mucho dinero para comprarme mi parte y así puede ser para ti solo. Si quieres, puedes vivir también aquí hasta que te cases. Me gusta hablar contigo, porque tú escuchas muy bien...
Él la escuchaba, pero no decía nada. No entendía muy bien lo que era eso de la herencia y mucho menos lo de que tenía que ahorrar mucho dinero para comprar una casa que era de su madre y que después sería de él solo. A él también le gustaba el Solar. Aquí había muchos sitios donde esconderse y donde no tener que hablar con nadie. Aquí él podía pasar días y días sin hablar, solo escuchando lo que decían, aunque muchas veces no lograba entender a los mayores.
Habían dado ya las vacaciones en los colegios. Nicolasa se había negado a ir a estudiar a la capital y estaba haciendo el bachillerato en el Colegio de Cristo Rey, aunque tenía que ir a un instituto oficial para examinarse por libre, porque el Colegio de Recondo no podía dar el título homologado. Se había tomado los estudios con mucha parsimonia y ya era el segundo año que repetía el cuarto curso y no había aprobado nada más que dos asignaturas. En cambio su hermano era mucho más estudioso y sus maestros aseguraban que podría hacer la carrera universitaria que eligiera porque tenía grandes aptitudes.
En el Solar, a pesar de que había cuatro mujeres y la economía ya no era demasiado boyante, entre otras causas por los gastos que estaban ocasionando los juicios por la demanda sobre la herencia del abuelo, no se habían desprendido de las dos criadas de toda la vida que se encargaban de hacer todos los trabajos de la casa, por lo que Sacra, Petronila y, sobre todo, Nicolasita tenían todo el tiempo para no hacer nada.
Las hermanas ocupaban las tardes en visitar a sus amistades, o escuchar la radio mientras se turnaban para que doña Margara no quedase sola en casa. Nicolasa había llegado a odiar los estudios, sin embargo, se había aficionado a las novelas. Todas las tardes se iba a la nueva biblioteca que habían abierto en Recondo, y allí leía las revistas de sociedad y todas las novelas de amor que iban llegando. Había empezado con las de doña Emilia Pardo Bazán, las de Fernán Caballero y las de Benito Pérez Galdós. A ella la que más le había gustado era la de "Fortunata y Jacinta" que tuvo que leer a hurtadillas, sin que su madre se enterase, porque decía que la protagonista tenía un comportamiento demasiado licencioso. También le gustó mucho "La Regenta" de Clarín, y la Tía Tula, de Miguel de Unamuno, porque le recordaba un poco, no sabía por qué, sus propias vivencias en el Solar. Después se aficionó a las de una nueva escritora llamada Corín Tellado, que era mucho más realista y que sabía plasmar los verdaderos problemas de la juventud. Así que, las tardes se las pasaba en la biblioteca y paseando por la plaza con las amigas, y las mañanas tumbada en su cama leyendo novelas de amor, que colocaba dentro de un libro de texto por si entraban de improviso su madre o su tía.
FIN DEL CAPITULO XXIII
El sábado día 3 de abril, el capítulo siguiente.
¡SOLO FALTAN DOS CAPÍTULOS!

LOS VELOS DE LA MEMORIA. CAPÍTULO XXIV.

XXIV




En noviembre de 1965 falló el Tribunal Supremo.

Romualdo había llegado con malas noticias. Hacía varios meses que doña Margara estaba postrada en la cama y apenas si comía. El médico había dicho que a sus noventa años ya poco se podía hacer; tan sólo que los últimos días fueran más llevaderos. Tenía que seguir tomando las pastillas para dormir y sobre todo para no tener las pesadillas que muchas noches la despertaban fuera de sí. La cueva seguía siendo el sueño más recurrente. Tan sólo Sacramento podía adivinar el porqué, pero no se lo había querido decir a nadie, ni siquiera a su hermana ni a su marido. Ese iba a ser el secreto que se llevaría su madre a la tumba, y ella, desde luego, no lo iba a divulgar.
- Siento mucho que vuestra madre se encuentre tan mal, por eso es mejor que ella no sepa lo que os vengo a comunicar. El Tribunal Supremo ha dictado, por fin sentencia, y desgraciadamente ha confirmado la del Tribunal Superior de Justicia, que les daba a ellos la razón.
- ¿Y ya no podemos recurrir más?
- No, ya no es posible presentar ningún recurso... Ha confirmado que el Solar será para los otros hijos de vuestro padre. También les ha adjudicado varias fincas que eran de sus bienes privativos. Han aceptado la valoración que habían hecho sus abogados de las propiedades que existían cuando murió vuestro padre y han decidido que con esta adjudicación se hace una partición ecuánime, teniendo en cuenta todas las fincas que vosotros habéis vendido. No ha sido posible hacerles considerar la posibilidad de que esta casa fuese dividida en partes iguales para todos los hijos... La sentencia será publicada el mes que viene y la ejecución de la sentencia será firma en ese momento. Entonces tendréis que abandonar la casa... Vuestra madre, también...
Pensaron cómo dar la noticia a doña Margara. Sabían que salir del Solar sería la muerte para ella, por eso quisieron evitarla la noticia.
Acordaron que era mejor decirle que el médico había recomendado que pasara unos días en el piso de la capital mientras duraba el frío del invierno que ya se acercaba.
Pero ella había oído a Romualdo y quiso saber las noticias. Su mente todavía era lúcida y, sobre todo, había desarrollado una rara sensibilidad para detectar cuándo la querían engañar.
- Tenéis que decirme la verdad. ¿Se sabe ya algo del Tribunal Supremo? ¿Les han dado a ellos la razón? ¿Qué les tenemos que pagar?
- No se preocupes, madre. Usted no tiene que preocuparse por nada... Nosotras lo solucionaremos todo...
- Sería la primera vez que vosotras solucionabais algo en vuestra vida...
La habían tenido que incorporar en la cama, poniéndola detrás varias almohadas para que pudiese mantener sentada. Su nieta le acercó el vaso con agua de azúcar que tenía sobre la mesilla, para que se mojase la boca que se le estaba quedando reseca.
- ¡Decidme la verdad! Estoy preparada para escucharlo... ¿Cuánto les tenemos que pagar?
- No madre, no es eso... No es cuestión de pagar nada...
- ¿Qué es lo que quieren, entonces?
- El Juez ha dicho que el Solar es suyo...
- Nos tenemos que marchar todos de aquí... usted también...
José bajó a buscar al médico, quien le puso una inyección que pareció hacerle efecto, porque su respiración se hizo más rítmica y la tensión arterial volvió a los parámetros normales.
Durante los días siguientes no volvió a hablar. Se mantenía con los ojos abiertos fijos en el techo de la habitación. Las hermanas se turnaban para dormir a su lado por las noches, que las pasaba sobresaltada, agobiada por las pesadillas que seguían acosándola. El médico dijo que su vida se estaba agotando y que sólo el sacerdote podía dar sosiego a su alma.
Desde que había quedado postrada en la cama, el párroco acostumbraba a pasar por el Solar casi todos los días. Cuando entró ese día en la habitación y se acercó a la cama para preguntarla cómo se encontraba, al contrario que los demás días que no había respondido, hoy, en voz casi inaudible, pidió confesión.
Don Pablo, dijo a todos que salieran de la habitación y se quedó a solas con ella.
Fueron más de veinte minutos. Las hijas, José y sus dos nietos esperaban en la salita contigua.
Salió don Pablo quitándose la estola morada que se había puesto sobre la sotana. Besó la cruz que había bordada en uno de los lados y mientras la doblaba, dijo que entraran en el dormitorio porque ella quería decirles algo.
- No, vosotros los niños, no. Solo José y sus dos hijas. Vosotros quedaros aquí conmigo.
Tenía los ojos extraviados y respiraba con dificultad. Cuando los vio entrar en la habitación, extendió los brazos hacia sus hijas...
- Venid... tengo que confesaros... algo...
- Madre, no hable usted... no hace falta que diga nada...
- Es mi hijo... mi pobre Nicolás...
- Por Dios, madre, no piense ahora en eso....
- Sacra tiene razón, madre, ahora sólo tiene que estar tranquila... nosotras estamos aquí a su lado...
- Yo... mi hijo... no lo mataron... perdóname Dios mío... per...dóna...m...

Abrió los ojos como si fueran a salirse de sus órbitas. Un ronquido que parecía salir de lo más profundo de su alma se ahogó en su garganta. Dobló la cabeza sobre el almohadón y dejó de respirar. La boca dibujó una mueca que denotaba angustia y desesperación. Las dos hijas empezaron a llorar.
- ¿Qué habrá querido decir, Sacra?
- Nada... sin duda estaba delirando...

FIN DEL CAPÍTULO XXIV
El último capítulo, el sábado día 10 de abril.
¿TE LO VAS A PERDER?



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LOS VELOS DE LA MEMORIA. CAPÍTULO XXV (ULTIMO)

XXV


Mientras en París los jóvenes soñaban con la utopía.

Nicomedes, cuando puso su firma en la escritura, no sintió ninguna sensación especial. Con la parte del dinero que le correspondía del cheque bancario que le había entregado el Notario y que había guardado en la cartera, se pensaba comprar un piso de tres dormitorios en una ciudad residencial a las afueras de la capital y un 850, el último modelo que había sacado la Seat. Los otros dos tercios del importe de la venta serían para sus dos primas. Con esta firma rompía el único vínculo que le unía a aquel pueblo, a donde no pensaba volver y al que realmente nunca le había unido ningún vínculo afectivo. Cuando cerró el portafolios en el que había guardado todos los documentos de la compraventa, sabía que cerraba también el recuerdo de la tragedia vivida por la familia de su abuelo paterno, con el que sólo compartía el nombre.
Cuando el Tribunal Supremo dictó la sentencia definitiva, su padre y su tía, dijeron que no querían nada de lo que había sido de su padre y les cedieron sus derechos a sus primas Rosita y Pilar, y él, que por ser varón, se encargaría de representarlas en la venta de la casa y las fincas que les habían asignado en Recondo.
Nunca lo dudaron, y nada más tener la propiedad, pusieron el cartel de "Se vende" en la casa. La vieja había muerto cuando se enteró del fallo del tribunal, aunque logró su deseo de no salir con vida del Solar. Sus hijas y sus nietos abandonaron la casa y se trasladaron a vivir a la capital. Luego Petronila se trasladó con sus hijos a Plasencia, para estar más cerca de la familia de su marido y alejarse lo más posible del pueblo donde todos los recuerdos eran penosos. Nicolasa fue la más afectada por todo lo ocurrido. Siempre se había visto como la heredera de todo el patrimonio de sus abuelos y ahora, de pronto, unos desconocidos que decían que eran sus primos, se habían adueñado de todo y ella se había quedado sin nada, y no tendría más remedio que pensar en trabajar para poder vivir o buscarse un novio rico que le permitiese llevar la vida para la que había sido educada. El pequeño Julio José, en cambio, lo había aceptado mejor, pensando que volvía al pueblo donde había dejado amigos y donde había sido el centro de la familia, prerrogativa que perdió cuando volvió a Recondo y este privilegio lo tenía en exclusiva su hermana.
No había sido fácil encontrar un comprador para la casa para los nuevos propietarios. En Recondo, la situación económica seguía paralizada porque las autoridades habían conseguido evitar la llegada de las industrias para poder contar con una mano de obra barata a disposición de los terratenientes. Sin embargo, se habían ido arreglando las carreteras, y aquel paraje recóndito ya no estaba tan alejado, con lo que muchos jóvenes se trasladaban diariamente a trabajar a la capital. Además estaba apareciendo una nueva industria para la que Recondo disponía de indudables atractivos: El Turismo. Era un pueblo con historia que no había sucumbido bajo el progreso descontrolado que había asolado la mayoría de los pueblos de la región.
Y algunos con vista comercial iniciaron una paulatina labor para dotar de infraestructuras al pueblo. Y el "Solar" era el sitio ideal para construir un complejo hotelero. Estaba cerca de la plaza, tenía una estructura fácilmente adaptable a las necesidades de un hotel, disponía de un patio que se podía techar para convertirlo en comedor y una corraliza que reunía todas las condiciones para convertirse en un precioso jardín. Y además, decían que tenía una cueva con tinajas, que fue cegada después de la guerra civil, que sería un atractivo turístico más para los visitantes.
Se hicieron los planos, se presentó el proyecto al Ayuntamiento, y después de obtener el visto bueno de la Comisión de Patrimonio de la Provincia, se iniciaron las obras de restauración de la casa conocida como "El Solar", para su transformación en un complejo turístico que conservaría el mismo nombre, en recuerdo de doña Margara, su antigua propietaria, que aún era muy apreciada en Recondo.
Sin embargo al poco de iniciarse los trabajos, se paralizaron las obras por orden judicial. Cuando se estaba saneando la cueva para consolidar los cimientos, en unas de las tinajas, habían aparecido los restos mortales de un varón joven. Según fuentes cercanas a los médicos forenses que se habían hecho cargo del caso, el cadáver se había conservado en un aceptable estado de momificación, porque la tinaja en la que había sido encontrado había sido sellada herméticamente. Habían determinado, a falta de hacer las oportunas verificaciones, que la muerte se debía haber producido sobre treinta años antes, y la causa de la misma había sido el ahorcamiento. Se había iniciado la investigación para determinar la identidad del cadáver, aunque se había decretado el secreto del sumario.

FIN DEL ÚLTIMO CAPÍTULO.
Pero queda el EPÍLOGO, que lo puedes leer
el sábado día 17 de abril
¿NO ME DIGAS QUE NO TE QUEDAN FUERZAS?

LOS VELOS DE LA MEMORIA. EPILOGO.

EPILOGO.


- He vuelto a Recondo para las fiestas de San Roque. Aquí ya nadie me conoce. He cumplido los sesenta; nunca me casé y vivo en Plasencia donde trabajo en la oficina de Correos en el puesto de mi padre. Mis tíos y mi madre murieron hace muchos años. Mi hermana Nicolasa vive en un apartamento en Santa Pola. No tardó demasiado tiempo en olvidarse de Juanjo, su primer novio que dejó en Recondo. No ha tenido hijos y sólo nos hemos visto de tarde en tarde. Al principio solíamos veranear juntos, pero después sólo nos veíamos en los entierros familiares. Ahora ya sólo nos felicitamos por Navidad y me dice que es feliz, y posiblemente sea cierto porque hace dos años murió su marido que era diez años mayor que ella y con el que se había casado porque era muy rico y estaba bastante delicado y no pensaba que fuese a durar tanto.
El pueblo ha cambiado mucho. Yo no había vuelto desde que salimos después de morir mi abuela. Ahora estoy alojado en la habitación número doce, en el "Complejo turístico el Solar" que ahora pertenece a una importante cadena hotelera y tiene la categoría de cuatro estrellas. Es la habitación donde estaba el dormitorio de mis abuelos. Aún se conservan los dos grandes balcones que dan a la calle con las pesadas contraventanas de madera y el techo de bovedillas con las vigas de madera, que ahora están pintadas de color añil. El piso es de tarima y se ha quedado más pequeño porque donde estaba la cómoda han hecho un cuarto de aseo.
Y tenía que volver aquí para terminar este relato. Lo empecé a escribir cuando mi madre era ya muy mayor y se atrevió a contarme lo que había pasado en la familia. Fue cuando nos enteramos de que habían encontrado los restos del tío Nicolás, con lo que se aclaraba el enigma de su desaparición. La caída de la bomba en el patio de la casa, durante la guerra y la posterior clausura de la puerta de la cueva facilitaron la coartada de mi abuela. Cuando se descubrió todo, mi tía Sacra que era ya muy mayor confesó lo que había ocurrido y así pudo morir en paz. Hace unos años, los nietos de los que habían sido condenados por la muerte de mi tío Nicolás, presentaron una demanda judicial para declarar nulo aquel juicio y, según he oído, parece que hace unos meses por fin lo han admitido a trámite.
También mi hermana, en unas vacaciones que pasamos en los Picos de Europa, me contó la historia de su niñez y lo que a ella le fue contando el tío José, el marido de la tía Sacra, que cuando se hizo mayor y apenas si ya podía salir a la calle, y le gustaba que mi hermana Nicolasa le acompañase y entonces le contaba a hurtadillas, las historias de la familia. Esas historias que oficialmente nunca habían ocurrido y de las que nadie se atrevía a comentar nada, cuando vivía mi abuela Margara.
Para contar esta historia - la historia del Solar - que es la historia de la familia, he tenido que ir descorriendo todos los velos que distorsionan la memoria e impiden conocer lo que realmente había pasado.
Primero el gris y sedoso velo del tiempo, que poco a poco había ido borrando los ribetes de los hechos y desdibujando los matices, dejando el recuerdo de estos hechos plano y sin relieves.
Después el oscuro y espeso velo del olvido, que al contrario del velo del tiempo cubrió de improviso todo lo que no nos gustaba recordar, todo lo que nos incomodaba, todo lo que nos hacía daño.
Luego fue el pegajoso y camaleónico velo de la mentira. Mi abuela dedicó toda su vida a cambiar el sentido de lo que había ocurrido. Logró teñir los colores del recuerdo para adaptarlos a sus conveniencias.
También tuve que descorrer el velo pesado y pardo del recelo, tras el que toda la familia procuró ocultar sus miedos y el temor de perderlo todo, el temor a que los demás pudiesen llegar a conocer lo que realmente había pasado, que era una forma que teníamos para defendernos de nuestros fantasmas.
Pero uno de los velos que más me costó descorrer fue el velo ruin y tornasolado del resentimiento; ese velo que solo deja traspasar las imágenes que nos muestran lo malo de los demás y se hace tupido cuando miramos a nuestro interior, y que nos hace creer que todos nuestros males vienen del odio de nuestros enemigos y nunca de nuestros propios errores.
Y, por fin, el frío y negro velo de la venganza, que arropó a mi abuela Margara durante toda su vida. Ese velo con el que fue tapando toda la suciedad de su alma para dejar traslucir sólo el mal que recibió y que era necesario que recibiese el castigo merecido.
He vuelto aquí para cerrar el círculo; para descorrer el último velo. El aterciopelado y púrpura velo de la distancia, que había difuminado las lindes de mi memoria y me había hecho olvidar esos pequeños detalles que identifican la realidad. Y para eso he vuelto a Recondo, porque sólo en esta habitación podía terminar el relato. Tenía que volver para terminar de contar lo que había pasado. Contarlo sin apasionamiento, procurando no juzgarlo, intentando comprenderlo, aunque no lo pueda justificar. Y tenía que contarlo todo, porque pienso que ésta es la única forma de terminar con la cadena de venganzas que hizo de aquel tiempo, un tiempo de amargura. Un tiempo que Dios quiera que nunca vuelva.
Fueron tiempos en los que las bajas pasiones y las ambiciones personales aparecieron como ideales patrióticos o convicciones religiosas con las que se justificaron los hechos más reprobables por la época en la que les había tocado vivir.
Yo, como mi hermana, tampoco tengo hijos; no he vuelto a saber nada de los primos de la otra familia de mi abuelo, desde que vendieron todo lo que habían heredado; es posible que con nosotros también mueran las generaciones que convivieron con el odio y el deseo de venganza y lleguen nuevos tiempos de esperanza, aunque en esto, tampoco puedo ser demasiado optimista.
El complejo ha quedado precioso; han querido respetar la estructura de la casa cuando nosotros vivíamos aquí. Aún me parece que en cualquier momento va a salir al corredor mi abuela Margara dando órdenes a las camareras del hotel. Pobre mujer. Toda su vida vivió amargada. Una amargura que se había iniciado al salir del Solar de la mano de su madre cuando aún era muy pequeña y no terminó hasta que volvió a salir camino del camposanto. Todo su tiempo estuvo marcado por las sucesivas venganzas que jalonaron su existencia. Y para terminar, la venganza del destino. Pero esta venganza no fue dulce para nadie. Fue entonces cuando todos nosotros pudimos degustar lo amargo que puede llegar a ser el sabor de la venganza.
Y quiero que este relato sirva como homenaje y desagravio a dos personas que fueron las víctimas inocentes de todo lo ocurrido. Una víctima por cada bando. Don Filomeno, el viejo cura que había dedicado toda su vida a ayudar a todos, y fue el primero que cayó, víctima de un odio sin sentido e irracional.
Y don Gregorio el maestro. También como el cura, fiel a sus principios y a sus ideas, que siempre quiso un mundo mejor para los más desfavorecidos; que no quiso nunca hacer daño a nadie, y que también sucumbió a un odio irracional, pero posiblemente más culpable.
Ya es de noche. He vuelto de la procesión de San Roque y después he cenado aquí mismo, en el jardín, en una mesa junto al brocal del pozo, debajo de la higuera ya casi centenaria, donde hace muchos años jugaba de pequeño.
Ahora estoy haciendo la maleta; mañana temprano me marcharé y probablemente no volveré más por Recondo. Tengo abierto uno de los balcones de la habitación y, a lo lejos, se oye la algarabía de las atracciones del recinto ferial y la orquesta que anima la verbena que se celebra en la plazuela junto a la ermita del Santo.
Mientras me tumbo en la cama y procuro dormirme, pienso que dentro de unos pocos años todos los protagonistas de este relato habremos muerto y ya nadie recordará nuestra historia, pero entonces, aquí seguirá el Solar como testigo mudo de aquellos tiempos de venganzas y amargura.

Recondo, 16 de Agosto de 2008.

FIN DE LA NOVELA.
¿OS HA GUSTADO?

¿QUÉ TE HA PARECIDO LOS "VELOS DE LA MEMORIA"?

Ayer publiqué el epílogo de mi novela "Los Velos de la Memoria". Durante los meses que ha durado su publicación, he recibido algunas opiniones de los lectores, la mayoría de ellas positivas, pero no significativas por su exiguo número. 
He querido compartir con todos vosotros esta novela a través del blog, porque estimo que es una forma de dar lo que uno tiene para que los demás puedan disfrutarlo. Por otra parte, tampoco es un acto altruista, porque su valor es mínimo -estoy hablando desde el punto de vista económico- porque ya se sabe que "el necio confunde valor y precio" y yo me doy por satisfecho y bien pagado si algunos de vosotros ha pasado unos buenos ratos leyendo lo que yo he escrito.
Me gustaría que a través de los comentarios me diéseis vuestra opinión, que para mí es muy importante; y si es positiva os amenazo con publicar otra pequeña novela que tengo escrita y que se titula "La Boda". Pero de ésto ya os hablaré otro día.
Lo dicho, espero vuestros comentarios. Muchas Gracias.


Nota: La foto no tiene nada que ver con la novela. Como podéis ver es un montaje con el conocido cuadro de Dalí y una vista de mi pueblo que, pensándolo bien, también podría ser "Recondo" el pueblo donde se desarrolla la acción de la novela.

viernes, 16 de abril de 2010

¡QUE DIOS NOS COJA CONFESADOS!

Ayer mi amigo Elpidio estaba más enfadado que de costumbre. Según me dijo, era el 20 aniversario de la Cadena Tele5 y se había obligado a ver durante todo el día esa cadena para conmemorar la efeméride. Y claro, una sobredosis es una sobredosis, y eso no hay cuerpo que lo aguante.
Yo enseguida le diagnostiqué que sólo era un abuso de “esperpento”, que como todos saben no es nada más que una deformación sistemática de la realidad, recargando sus rasgos más absurdos.
No paraba de repetir que era imposible que nadie con una mediana capacidad mental, pudiera seguir más de minuto y medio uno de esos programas que ofrece la cadena.
Yo le tranquilicé, porque ya se sabe que no hay mal ni bien que dure más de cien años, y ya sólo nos quedan ochenta.
Él se preguntaba cómo se las habrían arreglado para unir a esa pléyade de fantoches que son capaces de subvertir todos los valores. Las Karmeles, Lidias, Milas, y los Quicos, Jorjejavieres y Matamoros, se esfuerzan todos los días en hacer que el paradigma del buen gusto, de la sensatez, de la distinción, de la cultura, del glamour, de la elocuencia y del refinamiento de su estrella “la Belén” esté consiguiendo sonrojar a todo un país, con el agravante de que esa “buena madre” se ha convencido a sí misma de que es todo eso, y mucho más: es el ejemplo a seguir y se considera la portavoz y representante del pueblo.
Yo le dije que tenía razón, que a poco que nos descuidemos, los políticos, los periodistas (los que se llaman de verdad) los comunicadores, los educadores y todo el pueblo, se van a terminar pareciendo a Belén Esteban, y entonces, ¡Que Dios nos coja confesados!

jueves, 15 de abril de 2010

NO ES CONVENIENTE SER BUEN ANFITRION.

Otra de mi amigo Alfonso:

En la mitología griega, Anfitrión era el hijo de Alceo, rey de Tirinto y de Astidamía. Era nieto de Perseo y, por lo tanto, bisnieto de Zeus. Además era el marido de Alcmena, madre de Hércules.
Mientras Anfitrión estaba en la guerra de Tebas, Zeus tomaba su forma para acostarse con Alcmena, noche tras noche, tras lo cual ella queda embarazada.
Con el embarazo de Alcmena, un gran alboroto fué creado, porque evidentemente Anfitrión dudó de la fidelidad de su esposa.
Al final todo fué aclarado por Zeus y Anfitrión se puso contento por ser el marido de una mujer elegida por el Dios Zeus, para tener sexo..
De aquellas noches de amor nació el semidios Hércules. A partir de allí, el termino anfitrión paso a tener el sentido de: "aquel que recibe en su casa".


Por lo tanto, Anfitrión es sinónimo de “CORNUDO TRANQUILO Y FELÍZ !”

RESUMIENDO: CUANDO ALGUIEN DIGA QUE USTED ES UN BUEN ANFITRIÓN,....POR SI LAS FLIES.... ESTÉ ATENTO,Y..... VIGILE A SU MUJER!!!!!!


Y ES QUE DEMASIADA CULTURA, ES UN PROBLEMA.

ESTAS SON LAS ÚLTIMAS ENTRADAS

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SENTIRES. Canta Mª Antonia Moya. Edición remasterizada. 2012. Incluye las canciones siguientes:

AVE MARIA

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De Schubert. Canta María Antonia Moya, acompañada por el Maestro Alcérreca. 2011. Para escucharlo, pinchar en la image.

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LOS PELEGRINITOS

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La canción de Lorca, cantada por María Antonia Moya, con imágenes de Lucena (Córdoba) Para escuchar la canción pincha en la imagen.

EN EL CAFÉ DE CHINITAS

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La copla de Lorca, cantada por María Antonia Moya, acompañada a la guitarra por Fernando Miguelañez. 1986. Para escuchar la canción, pinchar en la imagen

VERDE, QUE TE QUIERO VERDE

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Maria Antonia Moya canta el Romance Sonámbulo de Federico García Lorca. Puedes escucharlo pinchando la imagen.

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Canta: María Antonia Moya. 1986.Para escucharlo,pinchar en la imagen.

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Canta Maria Antonia Moya, acompañada a la guitarra por Fernando Miguelañez. Año 1986. Para escuchar la canción, pincha en la imagen.

PASODOBLE DE CHINCHÓN

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Letra: L.Lezama - Música: Palazón. Canta: María Antonia Moya. 1987Puedes escucharlo pinchando en la imagen

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