Y odiaba los domingos. Estanislao
nació muy trabajador, al menos eso decía su madre desde muy pequeño. Y no es
que lo fuese, es que en casa era necesario que todos arrimasen el hombro.
Entonces eran tiempos de entreguerras y por tanto de carencias y de necesidades
en todas las casas de los pobres; en la de los ricos, no. Los ricos, como
siempre, notaban menos esos tiempos, que para eso eran ricos y tenían las
necesidades bien cubiertas.
Y pasó el tiempo y llegaron otros
tiempos; más propicios y de más trabajo, y por tanto de algo mejores
perspectivas, sobre todo para las familias numerosas, en las que había muchos
hombres para trabajar. Estanislao y sus siete hermanos, todos ellos muy
trabajadores, como decía siempre su madre, no solo labraron las tierras que
habían heredado de sus abuelos, y que entre todas no sumaban más de media
hectárea, sino que fueron cogiendo fincas en aparcería, porque los ricos, cada
vez podían menos pagar los salarios que había traído el progreso y daban sus
tierras a los aparceros que iban seleccionando las más fértiles y las más
productivas, dando a cambio un tercio de los esquilmos a los señores, que poco
a poco, se iban viniendo a menos.
Luego, muchos, tuvieron que
empezar a vender las tierras y Estanislao y sus hermanos se fueron haciendo con
ellas, a precios de saldo, porque no había demanda y ellos mismos eran los que
tasaban el precio.
Habían pasado los años; yo diría
que demasiados, y los antiguos jornaleros, ya con grandes tractores y viviendo
en las casonas de sus antiguos amos, se
habían convertido en terratenientes; pero seguían trabajando sus tierras,
porque no sabían hacer otra cosa.
Y Estanislao, deseaba con todas
sus fuerzas que pasase el domingo lo antes posible y llegase el lunes para
volver al campo. Y es que nadie, en toda su vida, le había enseñado a disfrutar
del ocio y los domingos se aburría como una ostra, porque, además, no le
gustaba el fútbol.