La corrupción estaba llegando a sus cotas mas altas desde que llego la democracia. Algunos de los máximos dirigentes de los partidos eran visitantes asiduos de los juzgados. La desafección hacia los políticos marcaba su cenit y el desánimo cundía entre los sufridos ciudadanos. Los mas ricos marcaban el ritmo de la economía mientras eran mas, cada día, los pobres que apenas si tenían un trabajo que les permitiese una vida mas o menos decente.
Era tal la situación que la Puerta del Sol de Madrid y otras muchas plazas en las ciudades de toda España se llenaron de protestas y allí acampo la indignación durante un soleado mes de mayo.
Era un variopinto friso de personas de todas las edades y condición que pedían un cambio en el rumbo de la historia.
Hasta entonces, las revueltas ciudadanas se solían saldar con cruentas revoluciones que habían sembrado de muerte y desolación el camino del cambio; ahora se pedía que la indignación quedase en las palabras y no en los actos, pero los poderosos sintieron miedo y trataron de que ese miedo cundiese también entre los ciudadanos anónimos que asistían como espectadores a un espectáculo desconocido en el que unos cuantos desarrapados ponían en jaque a los poderosos y, además, sin violencia física.
Y hubo quienes empezaron a pensar que esta revolución pacífica podía cambiar el sentido de la política del dinero y de los "mercados".
Les pidieron que compitieran en el terreno de la política y alcanzaron unos resultados impensables en unos pocos meses, tanto que llegaron a colocarse como líderes en la intención de voto.
Y hasta allí llegaron. Los poderosos lanzaron toda su artillería pesada contra ellos. La caballería de los medios de comunicación iniciaron el acosó y derribo de aquellos ilusos que pensaron que solo con las ideas se podía combatir la injusticia y la avaricia.
Todo era lícito para derribarles, los infundios, las mentiras, las tergiversaciones que se unieron a los propios errores de aquellos idealistas sin experiencia en la procelosa vida política practica y que en poco se parecía a las teorías académicas de la política que se estudiaba en la Universidad.
Y, como siempre, volvieron a ganar ellos; los de siempre y nos tuvimos que convencer que aquello era imposible, y olvidarnos de aquel día en el que pensamos que algo realmente podía cambiar.
Y es que, como alguien se atrevió a sugerir, parece ser que "El cielo solo se puede tomar al asalto"