Estaba de vacaciones y como era el día de la madre me anime a ir a misa. Pero ese domingo, en ese pequeño pueblo playero se celebraba también la fiesta de las primeras comuniones.
Allí, como en la mayoría de los demás pueblos, con ese motivo la iglesia se vestía de gala. Y allí estaban los niños vestidos al efecto; ellas de novias pequeñitas y ellos de grumetes en día de fiesta. Los padres de corbata y las madres, tías y hermanas mayores luciendo galas mas propias de un sarao veraniego que de una fiesta religiosa.
Cuando entramos en la iglesia nos recibió una gran algarabía que apagaba las notas del órgano y el olor a incienso que se mezclaba con los aromas de los perfumes caros del que habían abusado las abuelitas que andaban muy emocionadas sin parar de ponderar lo guapísimos que estaban sus nietos.
Por fin el viejo párroco pudo hacerse con la concurrencia y logró que se hiciese un relativo silencio ya apto para comenzar la ceremonia. Después de resaltar lo importante que era el día para todos los niños, quiso aprovechar la oportunidad para dirigirse a los padres, ya que la mayoría de ellos era la primera vez que pisaban en la iglesia.
Luego animo a los niños para que esta comunión fuese la primera pero no la ultima como ocurría ya en muchas ocasiones, mientras el fotógrafo oficial de la parroquia luchaba para impedir la intromisión de los padres que habían desempolvado la súper cámara que les trajo Papa Noel y que estaba olvidada en un cajón del armario desde finales de enero. En esta ocasión también competían las tías de los niños, muy hábiles ellas en el manejo de los móviles, empeñadas en no perderse ningún detalle de todo lo que allí ocurría.
Al final, como no podía ser de otra forma, todo resulto muy emocionante. Las abuelas no pudieron evitar que se les escapase alguna que otra lagrimilla; a los papas les faltó tiempo para aflojarse la corbata antes, incluso, de salir a la calle; casi todas las mamas tuvieron que bajarse de sus zapatos de tacón, para evitar un accidente de consecuencias imprevisibles, mientras el cura hacia sus últimas consideraciones y el fotógrafo deambulaba de un lado para otro incapaz ya de reunir a las familias para hacerles la foto de recuerdo.
Luego llegarían los tíos con la "Play", el abuelo con su garrota intentando no quedarse el ultimo en llegar al restaurante y la emocionada madre repartiendo los recordatorios a las mamas de los otros niños.
Yo, incluso, casi me llegue a emocionar recordando que hace ya muchos años yo también tuve mi fiesta de primera comunión, aunque creo recordar que a mi no me regalaron una "play station".