No hacer nada es imposible. Respiramos, pensamos, tenemos que comer, hacemos crucigramas y sudokus, nos sentamos delante del televisor aunque ignoremos lo que hay en la pantalla, respondemos a los WhatsApp’s, y al teléfono donde siempre nos quieren vender algo, hasta vamos a comprar el pan… Pero aunque siempre estamos haciendo algo, la verdad es que cada vez nos apetece mas no hacer nada. Son los años, dicen; y las fuerzas cada vez más escasas, y la falta de objetivos y el futuro que cada día nos parece más difuso y más previsible.
Por eso a veces nos sentamos a la sombra en verano o al resguardo en invierno y dejamos nuestra mente en blanco para ni siquiera pensar y podemos quedarnos extasiados mientras nuestros pensamientos, sin nosotros quererlo, vagan por lejanos recuerdos y si entonces alguien nos pregunta en qué pensamos, nuestra mente hace un cortacircuitos y solemos contestar:
-En nada, no pensaba en nada.
Es lo que los italianos dicen “El dolce far niente”
Yo creo, simplemente que poco a poco nos vamos haciendo mayores, que es el paso previo para ser viejos y cuando menos lo esperemos, darnos cuenta que hemos llegado a “viejecitos” que es el grado más alto de la ancianidad.