Cuenta el libro de los Hechos de los Apóstoles que cincuenta días después de la celebración de la Pascua, estando reunidos los apóstoles, llegó el Espíritu Santo y el infundió la fuerza para predicar el evangelio y les dio el don de lenguas con lo que sus palabras, de hombres incultos, eran entendidas por los forasteros que habían llegado a Jerusalén desde tierras lejanas: Partos, medos y elamitas, habitantes de Mesopotamia, de Judea y de Capadocia, del Ponto y de Asia, de Frigia y de Panfilia, de Egipto y de las regiones de Libia alrededor de Cirene, viajeros de Roma, tanto judíos como prosélitos , cretenses y árabes, que les oían hablar en sus idiomas de las maravillas de Dios.
Dos mil y pico años después, escuchando la radio de los representantes de aquellos apóstoles, podemos deducir que el Espíritu Santo les ha abandonado, porque ya no se reconocen en sus mensajes las maravillas de Dios, sino más bien, la injerencia en tomas que poco o nada tienen que ver con el mensaje de Cristo, desoyendo sus enseñanzas de que había que dar al Cesar lo que es del Cesar y a Dios lo que es de Dios.
Escuchando la emisora de los Obispos y a su locutor estrella, no digo los foráneos, sino ni siquiera los que hablamos su mismo idioma, podemos entender que sus formas chulescas y faltonas puedan trasmitir el amor al prójimo que se encuentra en el mensaje central del evangelio.
Por eso pienso que haría falta un nuevo PENTECOSTES.