Ya sabéis que estamos vigilados; pero que muy vigilados. Si ayer por la tarde estuvisteis en El Corte Inglés, seguro que hoy os llega al móvil un mensaje preguntándoos vuestra opinión sobre el Gran Almacén, y si vais a la Iglesia o a cualquier Supermercado; y si se os ocurre buscar en internet información sobre un televisor, vuestro móvil se llenará de anuncios de todas las marcas que venden televisiones... algunos dicen que si preguntas por teléfono a un amigo por su coche, al día siguiente ya te están escribiendo de Seat, Peugeot, Reanault o Mercedes... pero hay más; mucho mas. Y todo eso es por culpa de los algoritmos.
La otra noche soñé que estaba en un mitin de campaña en el que había muchas banderas de España y sonaba el himno español a todo volumen; pues al día siguiente, nada más levantarme recibí en mi e-mail un correo con propaganda de una academia que anunciaba un curso para entrar en las Fuerzas Armadas; y me dije, ¿por qué no? Y ni corto ni perezoso, mandé una solicitud para inscribirme.
El curso se desarrollaba en un pueblo de la sierra en las instalaciones que fueron de la Sección Femenina, en régimen de internado y de una duración de una semana.
Así que metí en una maleta unas mudas y un viejo uniforme militar que había por casa y que debió pertenecer a un antepasado que no conocí y que, por visto, llegó a teniente en la guerra del 36, y me fui a la sierra.
Cuando llegue me sentí extraño en medio de tanto jovenzuelo, todos ellos con aspecto saludable y talante marcial. Entonces me di cuenta de que se me debía haber olvidado indicar en la solicitud mi fecha de nacimiento.
Me lo corroboró una señorita muy amable que era la encargada de la recepción de los aspirantes.
¿Fecha de nacimientos?
1945.
No sabía qué decir y descolgó el teléfono para consultar algo. No sé qué le dijeron, pero puso el sello de “Aceptado” en mi solicitud.
“Ese señor mayor debe venir para el curso de General de Brigada”, oí decir a una chica que dijo venir para el curso de cabo primero.
Y es que, a mis años, todavía me conservo bastante bien, y como me está respetando la alopecia, parezco mucho más joven que lo que soy en realidad.
En la comida fui el centro de atención de mis jóvenes compañeros de mesa, que no paraban de preguntarme cómo se me había ocurrido apuntarme a este curso a mi edad y alababan mi actitud patriótica, ahora tan poco valorada en nuestra sociedad.
Me asignaron una habitación con vistas al patio principal y estaba a punto de deshacer mi petate, cuando llegó la que dijo ser la directora del curso, para darme personalmente la bienvenida.
Y en ese momento me di cuenta.
“Lo siento, señora, pero no puedo quedarme para hacer el curso; se me han olvidado las pastillas de la tensión, y las del estomago, y las gotas de los ojos, y los supositorios para el estreñimiento... y yo sin mis medicinas, no soy nadie. Lo siento”.
Y me desperté. Os juro que todo me parecía tan real como la taza de chocolate con churros que tenía delante... y es que hay noches que me dan por soñar unas cosas tan raras...
Nota: Cualquier parecido de los personajes de este cuento con la vida real es pura coincidencia; pero os aseguro que este cuento está basado en sueños reales.