LA CORRUPCIÓN SILENCIOSA es un artículo de Opinión de Juan Luis Camacho, que presentó al Concurso de este año de Enrique Segovia Rocaberti. Por su interés, he considerado que debía publicarlo para el conocimiento de todos vosotros.
"Aquello que mejor refleja nuestra
confusa situación actual, como individuos organizados por una democracia en
revisión, es lo que yo llamaría "la corrupción silenciosa". Estamos
acostumbrados a que nos bombardeen con noticias sobre corrupción política que
siempre identificamos directamente con meter la mano en la caja común, dando
por descontado que esta actitud siempre ha formado parte del ser humano.
Consuela enterarse de que algunos de estos nuevos delincuentes han construido como antaño cárceles, mucho más lujosas, eso sí, previamente a su ingreso en prisión, incluso inaugurándolas. Este tipo de delincuentes no existirían sin aquellos individuos que les justifican y que, de un modo u otro, participan de esa corrupción de una forma silenciosa, que hace que cada vez que necesitamos algo se nos argumente siempre la complejidad de lo requerido, sea un servicio, un documento o cualquier objetivo, obteniendo además el encarecimiento de nuestra vida y la pérdida de aquello que aún vale más, nuestro tiempo. De esta forma, acabamos pagando más tasas, impuestos y tributos, para garantizar sueldos a trabajadores que puede que ya no sean necesarios, si es que algún día lo fueron.
Se nos obliga a buscar asesoramientos externos para aquello que necesitamos, y si no, pretenden darnos ese asesoramiento creando o transformando departamentos, para que, cuando menos, se justifiquen esos puestos de trabajo inventados. Hace pocos años, no sentíamos esta corrupción silenciosa, soportábamos todo tipo de gasto o al menos ya se encargaba alguien de financiarlo. Rebosaba la actividad y nuestras administraciones fagocitaban todo lo recaudado, malgastándolo por doquier, incluso construyendo megaedificios carísimos, dudosamente justificables por aquellos que nunca se jugaban su propio dinero, llevándose incluso alguna que otra mordida. La crisis ha provocado ajustes sangrantes en toda nuestra vida, mas no de igual forma en todos los sectores. Se mantienen, e incluso crecen de forma considerable, aquellos sectores vinculados con necesidades de bajo coste o tecnologías de la comunicación, no así la industria, construcción, servicios, turismo, agricultura ni incluso el reflotado sector financiero. Todos ellos se vieron muy afectados, reduciendo drásticamente ingresos e infraestructuras, o desapareciendo totalmente, provocando enormes daños a los trabajadores y empresarios, perdiendo incluso las ayudas - comprometidas muchas de por vida- para cumplir sus sueños, suministradas por ese sector financiero que nunca dudó de aquellos, siendo "el más fuerte del mundo", a la postre salvado por todos nosotros sin apenas condiciones. Quien ha podido subsistir sin cambios en su estructura y organización ha sido nuestro sector público, gracias a esa corrupción silenciosa incrustada en su ADN. Para el resto, no ha sido posible por la durísima competencia al que están sometidos -nada evidente en el sector financiero-.
El sector público no tiene ni se rige por parámetros de competencia, y quienes lo dirigen ni lo pretenden siquiera. Cualquier administración desde los comienzos de la crisis, sin verla llegar ni posteriormente reconocer, ha tenido que reducir gastos sólo porque sus proveedores han dejado de "fiarle", y nuevamente sacan leyes para regular plazos de pago que sistemáticamente vuelven a incumplir. No ha cambiado nada, siguen manteniendo sin necesidad puestos de trabajo creados con oposiciones simuladas o sin ellas, garantizados muchos de por vida para que los gobernantes puedan conservar también sus propios privilegios. No hay ninguna intención de eliminar esos servicios ni de hacer que sean más eficientes, como ha hecho toda empresa o autónomo que ha sobrevivido, permaneciendo en lucha frente a la crisis. Simplemente, se dedican a crear leyes, decretos o nuevas ordenanzas como licenciados en derecho que son en el mejor de los casos, sin una reconocida trayectoria profesional salvo en el arte del regateo dentro del partido correspondiente donde son consumados expertos. Los falsos políticos, sin oficio ni beneficio y en número realmente indecente, buscan su propia supervivencia en este artificial sistema.
¿Dónde si no irían muchos de ellos? Inventan nuevos requisitos para depender más aún de la administración y de sus trabajadores inventados, justifican la mayor dificultad de los servicios, abandonando toda posibilidad de eficiencia, si no económica, antes poco importante, sí al menos satisfactoria para los ciudadanos, y buscan, consciente o inconscientemente, hacerse imprescindibles en el engranaje que les paga y les mantiene. No podemos olvidar que los trabajadores públicos fueron los únicos que sufrieron una bajada controlada de sus emolumentos -curiosamente ahora devueltos o en devolución-, indignante para ellos pero insignificante para aquellos del sector privado. Los gobernantes ponen las ideas, los trabajadores la cara.
Este sistema se retroalimenta a sí mismo mediante la complicidad silenciosa de unos trabajadores que perpetúa la corrupción, oculta o descarada, de nuestros dirigentes sin ningún conocimiento de dirección ni gestión de personal. De seguir así, no habrá garantías para que el sector privado pueda resurgir con fuerza y volver a afianzar un regenerado sector público, bien estructurado y sin gastos innecesarios. Para que esto ocurra hará falta la colaboración de todos. Lo que enseñamos a nuestros hijos, en casa o en los colegios, sobre cómo hacer más sostenible nuestro entorno, debemos practicarlo entre nosotros para que ellos puedan conseguirlo algún día. Tenemos que practicar la eficiencia ciudadana frente a la corrupción silenciosa".
Consuela enterarse de que algunos de estos nuevos delincuentes han construido como antaño cárceles, mucho más lujosas, eso sí, previamente a su ingreso en prisión, incluso inaugurándolas. Este tipo de delincuentes no existirían sin aquellos individuos que les justifican y que, de un modo u otro, participan de esa corrupción de una forma silenciosa, que hace que cada vez que necesitamos algo se nos argumente siempre la complejidad de lo requerido, sea un servicio, un documento o cualquier objetivo, obteniendo además el encarecimiento de nuestra vida y la pérdida de aquello que aún vale más, nuestro tiempo. De esta forma, acabamos pagando más tasas, impuestos y tributos, para garantizar sueldos a trabajadores que puede que ya no sean necesarios, si es que algún día lo fueron.
Se nos obliga a buscar asesoramientos externos para aquello que necesitamos, y si no, pretenden darnos ese asesoramiento creando o transformando departamentos, para que, cuando menos, se justifiquen esos puestos de trabajo inventados. Hace pocos años, no sentíamos esta corrupción silenciosa, soportábamos todo tipo de gasto o al menos ya se encargaba alguien de financiarlo. Rebosaba la actividad y nuestras administraciones fagocitaban todo lo recaudado, malgastándolo por doquier, incluso construyendo megaedificios carísimos, dudosamente justificables por aquellos que nunca se jugaban su propio dinero, llevándose incluso alguna que otra mordida. La crisis ha provocado ajustes sangrantes en toda nuestra vida, mas no de igual forma en todos los sectores. Se mantienen, e incluso crecen de forma considerable, aquellos sectores vinculados con necesidades de bajo coste o tecnologías de la comunicación, no así la industria, construcción, servicios, turismo, agricultura ni incluso el reflotado sector financiero. Todos ellos se vieron muy afectados, reduciendo drásticamente ingresos e infraestructuras, o desapareciendo totalmente, provocando enormes daños a los trabajadores y empresarios, perdiendo incluso las ayudas - comprometidas muchas de por vida- para cumplir sus sueños, suministradas por ese sector financiero que nunca dudó de aquellos, siendo "el más fuerte del mundo", a la postre salvado por todos nosotros sin apenas condiciones. Quien ha podido subsistir sin cambios en su estructura y organización ha sido nuestro sector público, gracias a esa corrupción silenciosa incrustada en su ADN. Para el resto, no ha sido posible por la durísima competencia al que están sometidos -nada evidente en el sector financiero-.
El sector público no tiene ni se rige por parámetros de competencia, y quienes lo dirigen ni lo pretenden siquiera. Cualquier administración desde los comienzos de la crisis, sin verla llegar ni posteriormente reconocer, ha tenido que reducir gastos sólo porque sus proveedores han dejado de "fiarle", y nuevamente sacan leyes para regular plazos de pago que sistemáticamente vuelven a incumplir. No ha cambiado nada, siguen manteniendo sin necesidad puestos de trabajo creados con oposiciones simuladas o sin ellas, garantizados muchos de por vida para que los gobernantes puedan conservar también sus propios privilegios. No hay ninguna intención de eliminar esos servicios ni de hacer que sean más eficientes, como ha hecho toda empresa o autónomo que ha sobrevivido, permaneciendo en lucha frente a la crisis. Simplemente, se dedican a crear leyes, decretos o nuevas ordenanzas como licenciados en derecho que son en el mejor de los casos, sin una reconocida trayectoria profesional salvo en el arte del regateo dentro del partido correspondiente donde son consumados expertos. Los falsos políticos, sin oficio ni beneficio y en número realmente indecente, buscan su propia supervivencia en este artificial sistema.
¿Dónde si no irían muchos de ellos? Inventan nuevos requisitos para depender más aún de la administración y de sus trabajadores inventados, justifican la mayor dificultad de los servicios, abandonando toda posibilidad de eficiencia, si no económica, antes poco importante, sí al menos satisfactoria para los ciudadanos, y buscan, consciente o inconscientemente, hacerse imprescindibles en el engranaje que les paga y les mantiene. No podemos olvidar que los trabajadores públicos fueron los únicos que sufrieron una bajada controlada de sus emolumentos -curiosamente ahora devueltos o en devolución-, indignante para ellos pero insignificante para aquellos del sector privado. Los gobernantes ponen las ideas, los trabajadores la cara.
Este sistema se retroalimenta a sí mismo mediante la complicidad silenciosa de unos trabajadores que perpetúa la corrupción, oculta o descarada, de nuestros dirigentes sin ningún conocimiento de dirección ni gestión de personal. De seguir así, no habrá garantías para que el sector privado pueda resurgir con fuerza y volver a afianzar un regenerado sector público, bien estructurado y sin gastos innecesarios. Para que esto ocurra hará falta la colaboración de todos. Lo que enseñamos a nuestros hijos, en casa o en los colegios, sobre cómo hacer más sostenible nuestro entorno, debemos practicarlo entre nosotros para que ellos puedan conseguirlo algún día. Tenemos que practicar la eficiencia ciudadana frente a la corrupción silenciosa".