A nuestros años es difícil encontrar algo donde poner la ilusión. Para mí, una de esas pocas cosas que aun me ilusionan es escribir.
Porque para mi escribir, es reír, es llorar y es soñar. Volver a los juegos de infancia, y recordar.
Escribir es envejecer sentado junto a una ventana contando miles de estrellas. Es vivir en tiempos futuros que no llegarán; elegir ser hombre o mujer, a mi voluntad.
Escribir es sufrir o gozar; estar solo y soñar con paraísos poblados de valquirias y amazonas.
Escribir es enamorarte de un gato, poner nombre a un colibrí, explorar el Serengeti, pintar de rosa la aurora; viajar al centro del alma.
Escribir, es fabricar otras vidas. Jugar a ser un poco dios, creando mil universos.
Poder ser feliz cuando estás en medio de la nada... eso, para mi, es escribir.
Fernando Schwartz entrega el trofeo de finalista a Manuel Carrasco.
Y como escribir es soñar, un día soñé que yo erra un superhéroe y escribí el relato que fue soleccionado como uno de los 15 finalistas en el Concurso de Relatos de la Caixa y RNE. Lo titulé:
"Y el ganador es..."
Y dice así:
"Los lunes, miércoles y viernes juego al ajedrez; los martes, jueves y sábados, al golf; los domingos por la tarde veo el partido de fútbol; pero por la mañana sigo siendo el superhéroe que siempre fui.
Antes de seguir creo que debo hacer alguna aclaración. Ya estoy jubilado de la mayoría de mis actividades. Por ejemplo, yo que jugué al ajedrez con Bobby Fischer, Karpov e, incluso, con José Raúl Capablanca y Graupera -a quien yo mismo bauticé con el sobrenombre de "el Mozart del ajedrez"- , ahora me tengo que conformar con jugar contra el ordenador, lo que me resulta aburrido y tedioso y hasta fastidioso a veces, sobre todo cuando esta máquina infernal me gana en algunas ocasiones.
Lo del golf es diferente; en eso nunca llegué a ocupar un puesto privilegiado en el ranking, porque empecé a jugar ya de mayor. Hice algunos hoyos con Greg Norman, Jack Nicklaus y José María Olazábal, pero nunca llegué a ser un gran campeón, aunque en honor a la verdad debo confesar, porque muchos no lo saben, que yo fui quien enseño a jugar a Severiano Ballesteros. Ahora juego con la Wi de Nintendo y todavía no he encontrado a nadie que me gane.
También debéis conocer, para comprender esta historia, que los superhéroes somos inmortales. Y esto sí que es un fastidio. Yo acabo de cumplir los cuatrocientos diez y aunque no me encuentro mal, ya he tenido que casarme ocho o diez veces, ahora no lo recuerdo bien, y llevo ya unos cincuenta célibe, porque a la hora de escoger me he vuelto demasiado exigente.
Vivo solo y dos veces a la semana viene una asistenta que lo tiene todo muy limpio; pero a lo que íbamos:
Los domingos por la mañana nos reunimos todos los superhéroes en una cafetería a contarnos nuestras batallitas. Algunos están ya muy mayores; por ejemplo Moisés - que se ha negado en redondo a cambiarse de nombre-, a menos que te descuides, te vuelve a contar cómo se las arregló para separar las aguas del Mar Rojo. A mí ya me lo lleva contado cerca de doscientas veces.
Lo de los nombres es otra cuestión. De antiguo, cada uno teníamos el nuestro y estábamos todos muy orgullosos de ellos; pero llegaron los americanos y pusieron de moda lo de "Súper", "Increíble", "Maravilloso" y esas horteradas, que aconsejaban sus asesores de imagen, y no tuve más remedio que aceptar el de "Súper Quijano" que me aconsejó mi productor, que es el que se encarga de todo lo concerniente al marketing, que en nuestro oficio se ha vuelto imprescindible.
Como habrán deducido yo me dedicaba a "desfacer" entuertos, salvaguardar el honor de doncellas indefensas, liberar cautivos, y luchar por las causas perdidas.
Sólo hay que darse una vuelta por las noticias de los periódicos para ver a donde está llegando el mundo, desde que yo dejé mi vida activa
Y es que los superhéroes mayores ya no actuamos y nos dedicamos sólo a organizar todos los años los premios "Yelmo de Oro" que reconocen los méritos de los que más se han distinguido en las distintas secciones.
Yo gané uno, ya hace tiempo, con mi "Aventura de los molinos de viento" en la sección de "efectos especiales", en reñida pugna con mi amigo Rodrigo Díaz de Vivar, nominado por su "Batalla ganada después de muerto". El año siguiente gané otro al mejor "guión
original", esta vez sin apenas oposición, y otro año estuve nominado en la sección de "grandes epopeyas", pero me ganó Ulises con su "Odisea".