Retrato de Eduardo Carretero y de Isabel Roldán, pintado por su amigo Suarez.
La vida de Eduardo Carretero
daría para escribir una novela.
Podría ser una novela de
aventuras si nos centrásemos en su juventud, cuando huyó de su Granada natal,
andando a través de la serranía y
cruzando las líneas de batalla, hasta llegar a Guadix donde se
encontraba la comandancia militar, para alistarse en el ejército de la
República. Después contaríamos su participación en la batalla del Jarama, cómo
colaboró en la realización del monumento a las Brigadas Internacionales en la
carretera de Morata de Tajuña y cómo fue herido por una granada de mano que le
estalló en sus pies, salvándose de la amputación de sus piernas gracias a la
intervención de una enfermera que le cuidó, y de la que nunca volvió a tener
noticias.
Eduardo Carretero con Manuel Carrasco debajo del almendro del jardín de su casa.
Pero también podríamos hacer una
novela de amor, contando cómo conoció a Isabel, una niña de tez morena y de
largas trenzas que iba por las tardes a la pastelería “López Mezquita” de la
calle Zacatín de Granada, que estaba junto a la tienda de telas de su padre, a
la que había puesto el pomposo nombre de “Ciudad de Berlín”. Contaríamos cómo a él le parecía un amor
imposible, porque era consciente de las diferencias sociales y económicas de
las dos familias. Seguiríamos contando cómo se la volvió a encontrar cuando
volvió a Granada en el año 1942, después de pasar tres largos años en un campo
de concentración, que entonces llamaban “de trabajo” y, al haber desaparecido
aquellas diferencias familiares, pudo declararle su amor. Nos detendríamos en
contar detalladamente que gracias a una beca del Ayuntamiento de Granada que le
aseguraba unos ingresos de 3000 pesetas anuales, se pudo decidir a casarse y
cómo años después se marchó sólo a Madrid, a buscar nuevos horizontes
profesionales y sólo unos meses después pudo llamar a Isabel para que se
viniese a vivir en un pequeñísimo piso en la capital. Y toda una larga historia
de amor que siguió en Fuengirola junto al Mediterráneo, rodeados de amigos; y
su llegada a Chinchón, y la construcción del que sería su hogar definitivo,
donde Isabel se convertiría en artista mientras perdía, poco a poco, la salud.
"Almendro" un mosaico de Isabel Roldán.
También podría ser una novela
escrita por Camilo José Cela, y nos contaría aquellos años de penurias en
Madrid, asistiendo a las tertulias del Café Gijón, con sus amigos poetas, pintores y artistas, teniendo que sobrevivir
con los pocos trabajos que le iban ofreciendo y que apenas si cubrían sus más
sencillas necesidades.
Retrato de Antonio Espina Retrato de Rafael de Leon.
Pero sobre todo, podría ser una
novela de carácter. En la que su protagonista iba imponiéndose a todas las
dificultades y haciendo gala de independencia, ingenio, trabajo y libertad
lograba alcanzar las más altas metas en el arte de la escultura, y sin avenirse
a modas ni doblegarse a imposiciones, llegar a convertirse en el gran artista
que es Eduardo Carretero.
Autorretrato en hormigón.
Pero no, ahora no es el momento
de hacer una novela, es la hora de contar su trayectoria profesional y cómo se
fue forjando como escultor.