Un artículo de JUAN JOSÉ MILLÁS en el País, 31 ENE 2014
A los establecimientos comerciales les preocupa mucho que les pasen billetes de 50 euros falsos, como si el dinero auténtico fuera verdadero. El corralito argentino no fue sino el descubrimiento de que un tercio o más del dinero auténtico era falso. Es lo que ha venido a demostrar también la reciente devaluación del peso. Cada billete de curso legal llevaba dentro de sí un 25% de mentira. Da pena descubrir que lo genuino puede ser ficticio, pero es así de toda la vida. El mismo Picasso pintaba picassosfalsos. Si nos atenemos a la lógica clásica, eran verdaderos, pero la economía financiera ha puesto todo patas arriba. Loewe, Lewis o Rolex deberían tomar ejemplo del Estado y comenzar, si no lo han hecho ya, a fabricar sus propias imitaciones. La banca es la inventora de ese auténtico cheque al portador falso conocido como participaciones preferentes. La delincuencia, decía un personaje de Le Carré, es demasiado importante para dejarla en manos de los delincuentes.
Los falsificadores tienen mucho mérito porque creen que todavía es posible hacer dinero falso, cuando el dinero falso lo fabrican los bancos centrales y los especuladores autorizados. El otro día, la Bolsa se fue al carajo por el problema de los pesos argentinos. Estamos hablando de pesos argentinos verdaderos que, como algunos cuadros del propio Picasso, resultaron ser una burda copia de sí mismos. A veces me pregunto si escribir novelas, en la actualidad, no tiene algo de ese afán inútil del viejo falsificador de dólares o pasaportes. Para qué inventar historias cuando la historia se convierte en una invención. El dinero verdadero no sabe que es falso. El falso, en cambio, tiene serias dudas acerca de sí mismo, dudas que lo hacen más real, más honesto, más deseable incluso que el de la Casa de la Moneda. Todo lo verdadero apesta ya a falso.