Louise Bourgeois, representante de la escultura esencial del siglo XX, que sólo consiguió el reconocimiento que se merecía al final de su carrera, como demasiado a menudo les sucede a los grandes del arte, falleció el pasado día 31 de mayo, en Nueva York a los 98 años.
Fue la primera mujer a la que el Museo de Arte Moderno (MOMA) de Nueva York le dedicó una retrospectiva, en 1982, y al menos su longevidad le permitió poder disfrutar del respeto debido durante los últimos 25 años. Ella suficientemente generosa para compartir lo que sabía con otros artistas más jóvenes a través de un encuentro mensual que celebraba en su casa neoyorquina y que se convirtió en un lugar de peregrinaje mítico para cualquier creador en busca de consejo. Allí llegaban domingo tras domingo, jóvenes y no tan jóvenes para que Bourgeois bendijera sus obras, o simplemente para ofrecerle regalos, poemas o sonrisas.
Nació en Paris un 25 de diciembre de 1911 pero se mudó a Nueva York y allí empezó a dibujar siendo una niña. Se mudó a Estados Unidos en 1938 tras casarse con Robert Goldwater. De sus dibujos pasaría a hacer esculturas en diversos materiales, la mayoría con fuertes connotaciones sexuales emocionalmente muy agresivas y con la presencia casi constante de imágenes fálicas. El abandono por parte de su padre cuando era una niña marcó gran parte de su obra y el simbolismo fue también una de sus constantes.
Llegaría a ser amiga de muchos de los grandes del siglo XX, desde Marcel Duchamp a Mark Rothko o John Cage. Hoy Bourgeois ha abandonado la tierra para unirse a ellos en la historia universal del arte.
Una de sus obras más conocidas en España, que tituló “Mamá”, representa una gran araña, y está colocada delante del Museo Guggenheim de Bilbao. (Fotografía de m.carrasco.m.)