Era un día gris de finales de otoño. El cielo plomizo empezaba destilar lágrimas a la caída de la tarde.
En la chimenea se consumían los últimos troncos de alegría, y ella se preparó para cenar un buen tazón de chocolate con penas ya casi olvidadas. Hacía tanto tiempo que no las probaba que le parecieron nuevas.
He preferido esperar hasta hoy para enviar mi felicitación a un amigo que visita asiduamente mi desierto, porque esta entrada es más festiva que la de ayer, que era cuando celebraba su onomásticas. Felicitadades, Jesús. ¡Va por tí!