Era un día de primavera al anochecer. A lo lejos divisé la silueta inconfundible de mi tía Rosario. Identifiqué su forma de andar y sólo cuando la tenía a poco más de diez pasos pude reconocer los rasgos de su cara. Entonces supe que era miope.
Fui al oculista y me puse unas gafas con montura de pasta que era lo que indicaba la moda en aquellos momentos. La primera sensación que tuve fue de alivio.
Yo que siempre fui un poco tímido, me parecía que detrás de aquellos cristales me encontraba protegido de los que hablaban conmigo y sólo entonces pude sostener la mirada a mis interlocutores.
Sin embargo tenía un problema. Yo que no estoy mal dotado de apéndice nasal; posiblemente por ancestros lejanos provenientes del África subsahariano, mi nariz carece de “caballete” y se ensancha en lo que que llamamos en mi pueblo, coloquialmente, “carpón”. Y ésto supone que es muy difícil que las gafas se mantengan en su sitio y no se desplacen hacia abajo.
Para mí, sin embargo, no supuso ningún problema, porque ya se sabe que los miopes vemos bien en las distancias cortas, y me acostumbré a mirar por encima de la montura.
Esto, en cambio, parece ser que supone un gran trauma para mis familiares y amigos que se empeñan en indicarme que las coloque en su sitio. Mi hija, incluso, lo hace ella misma empujando el puente de mis gafas con su dedo índice sin necesidad de que medie ninguna palabra.
A mí no es que me moleste el hecho, pero me hace pensar en la manía que tenemos en meternos en la vida de los demás, sin que, como decían los antiguos, “nos diesen vela en ese entierro”.
¿Si quieres que te de un consejo...?
Y claro, tú no quieres para nada que te den un consejo, pero como eres educado y sabes que nadie puede impedir que te diga su opinión, aguantas pacientemente la perorata que indefectiblemente no contiene nada más sandeces y opiniones indocumentadas que nada o muy poco tiene que ver con lo que a tí te pueda pasar.
Como es casi imposible evitar que los demás te aporten la sabiduría de sus consejos no pedidos, he pensado buscar una solución para que mis gafas se mantengan firmes en su sitio.
No sé si será un imperdible, un velcró, un corchete o una simple goma como la que llevan los deportistas, lo importante es que mis familiares y amigos dejen de preocuparse por mis gafas.