Para el ejercicio de la semana pasada, la profesora del taller literario nos había propuesto elegir el inicio de una novela famosa, para continuar con otra historia inventada por nosotros.
Yo, sin dudarlo, escogí ésta:
“Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía, había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo…”
Mi primera intención fue añadir algún año más al siglo de soledad en el perdido Macondo, pero pensé que además de ser una reiteración, iba a ser sin duda, muchísimo peor que lo que dejó escrito Gabo, y decidí escribir mi propia historia:
La he titulado:
La he titulado:
“La misión imposible de publicar una novela o cómo viajar a Extremadura”.
Y reza así:
"Yo de niño escribía cuentos pequeñitos.
Cuando había visita en casa, mi madre me decía:
-Anda, Manolo -a mí nunca me llamaron Manolito-, lee a esta señora ese cuento tan bonito que has escrito.
La señora por educación, no decía que se parecía demasiado a la bella durmiente o a la cenicienta, y se deshacía en elogios para mí, que procuraba desaparecer lo antes posible, porque de todos es conocida mi recalcitrante timidez.
Luego, la profesora de lengua resaltó que estaba muy bien dotado, para la literatura, claro, y me animó a seguir el bachillerato de letras.
Después, en mi vida profesional, tuve que trabajar más con números que con las letras, aunque en honor a la verdad llegué a ser especialista en las de cambio.
Cuando una multinacional compró la empresa en que trabajaba, me mandaron a mi casa con un poco menos de sueldo, pero con todo el tiempo para hacer lo que más me gustase, y entonces recordé mis antiguas aficiones.
Me apunté a un taller literario, donde la profesora me mintió cariñosamente para animarme a escribir una novela, porque me decía que los cuentos ya se me habían quedado pequeños para mi edad.
Uno que es demasiado crédulo y propenso a las adulaciones aunque sepa que son gratuitas, me afané en buscar unos personajes con enjundia y una historia interesante que contar.
Durante un periodo aproximado de nueve meses mis personajes y mi historia fueron creciendo en el útero de mi ordenador, con unos efectos similares a los que mi mujer padeció en los embarazos de mis cinco hijos.
Y no es que yo tuviese antojos, es que no había quien me aguantase. Doña Margara, la protagonista de mi historia, que era de carácter agrio, déspota y manipuladora, se apoderó de mi personalidad y todos en mi casa procuraban rehuirme para no tener que padecer mis salidas de tono, mis caprichos y mi mala uva, que no provenía, como yo pensaba, de la influencia de mi personaje, sino de la dificultad de escribir más de una página seguida de mi novela.
Cuando, por fin, di por concluida mi obra, empezó la tarea más difícil. Encontrar alguien que se prestase a leerla. Eran casi doscientas páginas y había que tener valor, o apreciarme mucho, para atreverse a embarcarse en la aventura.
Mientras tanto, iba corrigiendo el estilo, perfilando metáforas, quitando sinalefas, adaptando sinécdoques, evitando aliteraciones, dejando mi novela, en fin, más bonita que “un san luis”.
Encontré, por fin, tres aguerridos voluntarios que se “ofrecieron” a leerla. Se la envié por “e-mail” y esperé paciente su veredicto.
Tres meses después me encontré con uno de ellos que me dijo lo ocupado que estaba, pero que las diez primeras páginas que había leído hasta ahora le habían parecido “muy interesantes” y que ya me contaría cuando terminase de leerla.
Los otros dos, me enviaron un correo a los cinco meses, animándome a presentarla a un premio literario, porque decían, “tiene un depurado estilo, y un argumento que agarra al lector desde la primera a la última página”.
Yo que debía saber que todo lo que decían era mentira, porque ellos habían tardado en leerla casi cinco meses, lo cual decía muy poco de la capacidad de atracción de mi novela, me creí sus palabras y me puse a buscar en internet los premios literarios que había convocados.
Unos se habían pasado de fecha, otros eran sólo para jóvenes menores de 18 años, otro era para mujeres, los más pedían más de 250 páginas, uno exigía que el tema fuese sobre los peligros de la mar océana; pero por fin uno parecía estar convocado a mi medida:
Más de 150 páginas, escrita en español, inédita, tema libre, y me dije: “Esta es la mía”.
Preparé las cinco copias escritas en folios tamaño A4, por una sola cara en letra arial de 12 puntos y doble interlineado, las mandé encuadernar con un sencillo canutillo como indicaban las bases del concurso, me inventé un seudónimo bastante ridículo y mandé el paquete de 5365 gramos de novela, al pueblo de Badajoz donde convocaban, desde hacía catorce años, un premio de novela dedicado a una escritora local que yo no conocía.
Y aquí estoy en la paciente espera de conocer el resultado del Jurado, que para más “inri” no se sabrá hasta mediados del próximo mes de junio, lo cual tiene la ventaja de que me llegaré a olvidar del asunto.
Mi mujer me ha dicho que cuando se conozca el fallo del jurado, podríamos darnos una vuelta por Extremadura para recoger los cinco ejemplares de la novela, porque en las bases del concurso se indica que las obras no premiadas no serán devueltas por correo, sino que hay que recogerlas personalmente o autorizar a otra persona para que lo haga, y las que no se retiren serán destruidas.
Mi mujer dice que así las salvaremos de la destrucción y tendremos un ejemplar para cada hijo.
Cuando volvamos de Extremadura, pensaré si publico la novela en mi blog".