Su Santidad Benedicto XVI.Ciudad del Vaticano.Roma.(Italia)
Santo Padre:
En mi carta anterior le hablaba de la confrontación entre el Gobierno y la Jeraquía eclesiástica en España, y comentaba su dificultad de entendimiento en la enseñanza. Otro campo de confrontación lo encontramos en los aspectos morales de índole social, como el divorcio, la contacepción, el aborto, la eutanasia, el matrimonio entre personas del mismo sexo, los avances en materia de biogenética, etc. etc.
Aunque cada una de estas cuestiones nos darían para hablar durante mucho tiempo, quiero comentarle lo que he leído hace unos días sobre las recomendaciones que hizo el sínodo del obispos reunidos en Roma, sobre la acogida de la Iglesia a los matrimonios formados por personas divorciadas. Se reconoce en el documento del sínodo que puede haber personas de profunda creencia religiosa que se encuentran en esta situación motivada por diversas circunstancias. A ellas les anima a seguir con su vida cristiana, pero le prohibe tasativamente acercase a la eucaristía; claro que existe la posibilidad de levantar esta prohibición si la pareja acepta no tener relaciones sexuales, aunque en este caso “recomiendan” que se acerquen a la comunión en otras parroquias donde no se les conozca para evitar el escándalo a los feligreses. Este planteamiento, que es acorde con la enseñanza tradicional de la Iglesia Católica y por lo tanto no puede estrañar a nadie, ofrece un nuevo aspecto que ha debido defraudar a muchos de los que se encuentren en esta situación. En vez de afrontar una situación real que afecta cada vez más a muchos católicos, se dan soluciones hipócritas y absolutamente irrealizables. ¿Cómo se puede pedir a dos personas que se han unido en matrimonio, y por lo tanto que se supone que se quieren y se gustan, que renuncien a su vida sexual? Y en el caso de que así le decidiesen, ¿Por qué deben irse a otra parroquia donde nadie les conozca? ¿No sabemos los católicos que no debemos juzgar, si no queremos que nos juzguen a nosotros?
En mi carta anterior le hablaba de la confrontación entre el Gobierno y la Jeraquía eclesiástica en España, y comentaba su dificultad de entendimiento en la enseñanza. Otro campo de confrontación lo encontramos en los aspectos morales de índole social, como el divorcio, la contacepción, el aborto, la eutanasia, el matrimonio entre personas del mismo sexo, los avances en materia de biogenética, etc. etc.
Aunque cada una de estas cuestiones nos darían para hablar durante mucho tiempo, quiero comentarle lo que he leído hace unos días sobre las recomendaciones que hizo el sínodo del obispos reunidos en Roma, sobre la acogida de la Iglesia a los matrimonios formados por personas divorciadas. Se reconoce en el documento del sínodo que puede haber personas de profunda creencia religiosa que se encuentran en esta situación motivada por diversas circunstancias. A ellas les anima a seguir con su vida cristiana, pero le prohibe tasativamente acercase a la eucaristía; claro que existe la posibilidad de levantar esta prohibición si la pareja acepta no tener relaciones sexuales, aunque en este caso “recomiendan” que se acerquen a la comunión en otras parroquias donde no se les conozca para evitar el escándalo a los feligreses. Este planteamiento, que es acorde con la enseñanza tradicional de la Iglesia Católica y por lo tanto no puede estrañar a nadie, ofrece un nuevo aspecto que ha debido defraudar a muchos de los que se encuentren en esta situación. En vez de afrontar una situación real que afecta cada vez más a muchos católicos, se dan soluciones hipócritas y absolutamente irrealizables. ¿Cómo se puede pedir a dos personas que se han unido en matrimonio, y por lo tanto que se supone que se quieren y se gustan, que renuncien a su vida sexual? Y en el caso de que así le decidiesen, ¿Por qué deben irse a otra parroquia donde nadie les conozca? ¿No sabemos los católicos que no debemos juzgar, si no queremos que nos juzguen a nosotros?
Y para terminar, el asunto que trae enfrentados a los ciudadanos de izquierdas y derechas: el matrimonio gay. Tengo un amigo que no ha salido del armario. Es catedrático de economía, amante de la música y las artes. Vive con “su primo” y no sé si piensa casarse o no. Tanto si se casa o sigue conviviendo con su pareja no siento amenazada mi familia. Lo que puede amenazarla es la falta de amor, la falta de respeto y la desunión entre nosotros.
En fin, Santidad, que le deseo clarividencia y acierto en la dificil tarea que le ha sido encomendada.
El católico de poca fe.
En fin, Santidad, que le deseo clarividencia y acierto en la dificil tarea que le ha sido encomendada.
El católico de poca fe.