sábado, 17 de abril de 2010

LOS VELOS DE LA MEMORIA. CAPITULO XI


XI
Un frío día del siguiente mes de noviembre.


Las tropas del ejército republicano se estaban acantonando en la zona, porque era inminente el comienzo de la que se había bautizado como la "Batalla del Jarama", en la que las fuerzas contendientes iban a luchar para cortar o mantener la comunicación de la capital con la zona de Levante, de vital importancia para el suministro de víveres y armamento para el ejército de la República.Hasta Recondo estaban llegando varios batallones de las Brigadas Internacionales. Había rusos, italianos, ingleses y los jóvenes soldados norteamericanos de la Brigada Lincoln. El pueblo se había convertido en una Babel incontrolada. Nadie se entendía con nadie. Los propios cabecillas de las brigadas tenían grandes dificultades para coordinar sus acciones. Se hablaba en ruso, en inglés y en italiano, y apenas si había un par de intérpretes, que se veían impotentes para atender a todos los que se lo solicitaban. Las autoridades municipales no daban a basto para atender las demandas de los militares que solicitaban mapas de la zona y datos de los alrededores. Habían requisado las tres máquinas de escribir que había en el pueblo para que pudiesen escribir las órdenes para sus batallones, y también habían decretado el toque de queda a partir de las siete de la tarde prohibiendo que los civiles saliesen de sus casas. Con esta medida más que mantener el orden trataban de evitar que los jóvenes soldados cometiesen cualquier atropello. Sin embargo esta medida no fue suficiente, pues contaban que varias mujeres habían sido violadas, aunque ninguna de ellas se había atrevido a presentar ninguna denuncia a las autoridades.
Además no paraban de llegar paisanos de los pueblos de alrededor donde se preveía que se iba a desarrollar la batalla. Eran familias enteras que llegaban con lo más imprescindible, para acomodarse en las casas donde les querían admitir. Apenas si podían pagar nada y sufragaban los gastos que ocasionaban colaborando en las tareas domésticas y agrícolas de los que les acogían. Los habitantes de Recondo, acostumbrados como estaban a la tranquilidad y a que en el pueblo nunca pasase nada, estaban sobrecogidos por los acontecimientos de los últimos meses. Sobre todo, los trágicos sucesos del pasado 21 de julio, con la quema del convento de las monjas, el asesinato del señor cura y la desaparición de don Nicomedes y don Atenodoro.
Durante las semanas siguientes se siguieron sucediendo los asesinatos y desapariciones, y en los alrededores de Recondo se encontraron los cadáveres de don Indalecio, de Pedrito Rodríguez, de don Esteban Pelayo y de dos desconocidos, que después se supo que eran de un pueblo vecino. Algunas familias habían podido huir del pueblo. Don Enrique, el ex-alcalde, con doña Clotilde y su hija había logrado escapar ese mismo día, a la caída de la tarde en un coche que tenían preparado. Luego se había sabido que estaban escondidos en la capital en casa de unos parientes.
Las casas de los que habían huido del pueblo fueron ocupadas por los miembros del Comité Revolucionario para albergar en ellas a los militares que estaban llegado al pueblo y las utilizaron como nuevas checas populares por donde iban pasando los enemigos de la república para ser interrogados.
La casa de don Enrique, el ex alcalde había sido ocupada por los miembros del Comité Revolucionario de Recondo, para instalar su cuartel General. En su despacho se instaló Felipe. Desde allí dictaba sus consignas y dirigía la política del pueblo. Hasta ese despacho tenían que acercarse hasta los mandos militares para conseguir las oportunas autorizaciones para conseguir con más facilidad lo que necesitaban, porque nada se hacía en Recondo sin la autorización de sus nuevos "señores" como a ellos les gustaba llamarse en privado. Y hasta aquella casa iban llegando, a petición de sus nuevos "dueños", los que ellos consideraban enemigos para ser interrogados. No se libraba nadie. Ni viejos, ni jóvenes, ni hombres ni mujeres. Sobre todo las mujeres, y más las mujeres jóvenes, iban pasando, poco a poco, por aquella casa.
- Las mujeres son las que más información nos van a dar de nuestros enemigos, porque son más débiles, y están más asustadas. Además, ya sabéis, todo está permitido si es por el bien de la República.
Era una de las consignas que había dado Felipe a sus compañeros. Y ellos la iban a seguir al pie de la letra.Los hombres eran torturados sin piedad, aunque procuraban no dejar signos evidentes del maltrato, y les mantenían detenidos hasta que su aspecto no delataba lo que realmente había ocurrido.
A las mujeres no las retenían más tiempo que el necesario. Una a una, las desnudaban, las dejaban a oscuras en la sala de interrogatorios que era la antigua salita de doña Clotilde; después de pasados unos interminables treinta o cuarenta minutos, entraban los comisarios políticos, que sentados detrás de una mesa, simulando un tribunal, iniciaban el interrogatorio de la muchacha que tenía que permanecer de pie, desnuda, delante de sus verdugos.
Eran preguntas sin ninguna intención política, que indefectiblemente devenían al terreno personal...
- ¿Con cuantos hombres te has acostado?
Nunca solían contestar, hasta que no les obligaban.
- ¿Cuál de nosotros quieres que te enseñe lo que es un hombre de verdad?
Después, mientras ella suplicaba entre sollozos que la dejasen, ellos se sorteaban quien sería primero en violarla... Luego la dejaban irse, con la amenaza de un nuevo "interrogatorio" si contaba lo que le habían hecho.
Por allí pasaron las hijas más jóvenes de los antiguos señores de Recondo. La mayoría no se había atrevido a decir nada, pero terminó sabiéndose todo, porque eran ellos mismos los que presumían de lo que estaban haciendo en la casa de don Enrique.
Unos días después, llegaron de la capital altos responsables políticos que se hicieron cargo de la situación. Todos los miembros del Comité Revolucionario fueron detenidos. Se comentó que habían sido encarcelados y que serían sometidos a juicio, aunque fueron noticias que no llegaron a confirmarse. Después se supo que se habían ofrecido para luchar en el frente, y de vez en cuando aparecían por Recondo, aunque procuraban pasar desapercibidos, manteniéndose al margen de la actividad política.
Después de todo esto, pasado el mes de agosto, se habían ido calmando los ánimos y por fin se habían impuesto las indicaciones de Fermín y don Gregorio que se habían hecho con el mando con el soporte armado de la Guardia Civil.
Aunque oficialmente se dio por desaparecido a don Nicomedes, doña Margara sabía que había muerto ese mismo día. Pero no derramó ni una sola lágrima. "Hay que ser valientes y mostrarse fuerte ante los enemigos" dijo a sus hijos. "Ahora más que nunca debemos permanecer unidos. Ahora es tiempo de amargura; pero llegará el tiempo de la venganza."
La pequeña Petronilita seguía en el pueblo con sus familiares. Era casi imposible ponerse en comunicación con ellos y aún desconocía lo que había pasado con su padre, pero las noticias de la zona eran que por allí todo estaba calmado.
Otro problema que amenazaba a la familia era el reclutamiento que estaba realizando la República para engrosar el ejército. Se habían incorporado ya los voluntarios y se había empezado a llamar a filas a todos los hombres entre veinte y treinta y cinco años. Los más jóvenes estaban siendo citados para su adiestramiento en campamentos y cada día aumentaba el número de los que recibían la citación. Ayer mismo había recibido la carta el marido de Sacramento. Se debía incorporar la semana siguiente.
La carta para Nicolás podría llegar de un momento a otro. Mientras tanto doña Margara se había negado sistemáticamente a recibir a ninguna familia en su casa, ni tampoco aceptó que acomodasen en "el Solar" a ninguno de los jefes militares que se estaban estableciendo en el pueblo. Las autoridades debían conocer lo que había ocurrido con su marido y pasaron por alto su negativa, sin duda queriendo respetar su duelo, aunque recibió serias advertencias de que podría ella misma ser detenida si seguía manteniendo esa postura. Llegó la fecha del alistamiento de José, y aquella mañana salió de la plaza en un camión con diez paisanos más camino de un campamento cercano a la capital. Al día siguiente llegó también la carta reclamando la incorporación a filas de Nicolás para diez días después.
-Madre, yo no puedo ir al frente. Tiene usted que hacer algo para evitarlo… yo tengo mucho miedo… y no lo podría soportar…
- Hijo, ya eres un hombre. El único hombre de la casa y tienes que ser valiente… No te preocupes, no te pasará nada… Dios te va a guardar, ya que se ha llevado a tu padre…
Nicolás no podía quitarse de la cabeza todo lo que había ocurrido aquella triste noche. Después de saltar por la tapia, corrió a refugiarse en la casa de los padres de su cuñado. Contó lo que estaba pasando, pero ninguno se atrevió a salir de la casa.
A la mañana siguiente, cuando llegaron a casa y su padre no regresaba, ni nadie daba ninguna referencia de lo que había pasado, todos se pusieron en lo peor y llegaron a la conclusión de que había muerto junto con el administrador de Correos. Nicolás estaba totalmente hundido. No quería comer y no se atrevía a salir de la casa. Allí solo quedaban ya su madre y su hermana Sacramento. Los criados ya no bajaban a trabajar y tan solo la fiel Tomasa se acercaba todas las mañanas para hacer las compras a la señora. Él se solía esconder en lo más profundo de la cueva. Allí en invierno hacía mejor temperatura, se acurrucaba en un rincón, completamente a oscuras, arrebujado en una manta, y allí pasaba largas horas hasta que su madre o su hermana le llamaban para las comidas.
Había entrado en un depresión profunda que además del abatimiento de ánimo, le había dejado sin ganas de comer, lo que le estaba haciendo perder peso hasta dejarlo en un estado lamentable. Se habían terminado las labores de la vendimia y aún no era tiempo de empezar a recoger la aceituna, por lo que las labores del campo eran escasas.
Además la falta de mano de obra por la marcha al frente de guerra de los hombres jóvenes iba a obligar a desatender los trabajos del campo. Todo el pueblo estaba sobresaltado y con una actividad inusual. En la plaza se habían instalado grandes cocinas para hacer la comida para los soldados que no paraban de llegar al pueblo. Se estaban acondicionando el convento de las monjas para utilizarlo como hospital de campaña. La Iglesia se había convertido en garaje y taller de reparaciones para los vehículos del ejército. El cuadro de la Asunción, pintado por Goya que presidía el retablo de la iglesia había sido trasladado a la capital, siguiendo instrucciones del Ministerio de Educación Pública, para evitar su deterioro. Todos los cuadros de los grandes museos serían enviados a un país neutral durante el tiempo que durase la guerra. Por las noches se apagaban todas las luces de las calles y estaba ordenado que sólo se podían encender las de las casas cuando estuviesen todas las ventanas totalmente cerradas. Era necesario evitar que el pueblo pudiese ser localizado por la aviación. Todavía no había habido ninguna incursión de los bombarderos alemanes pero esto podía ocurrir en cualquier momento.
Aunque oficialmente se había iniciado el curso escolar a mediados de septiembre, se había cerrado el colegio religioso y solo se mantenía abierta el aula del ayuntamiento, atendida por don Gregorio, aunque apenas si asistían media docena de alumnos. La mayoría de los niños no acudían a la escuela y deambulaban por las calles pidiendo chocolate y azúcar a los soldados. Eran los que menos dificultad tenían para hacerse entender por los extranjeros. Los juegos a las guerras habían sustituido a los libros y la anarquía había llegado también hasta los más jóvenes que campaban a sus anchas por el pueblo sin someterse a ninguna disciplina. Las autoridades municipales dictaron un bando recordando la obligación que tenían los padres de enviar a sus hijos a la escuela, aunque asumían que esta orden no iba a ser obedecida y recomendaban que, al menos, los niños no estuvieran por las calles en horas lectivas.
FIN DEL CAPÍTULO.
El capítulo XII , debido a la celebración de las Fiestas de Navidad,
se publicará el próximo mes de enero.
De todas, formas:
¡No te lo puedes perder!

LOS VELOS DE LA MEMORIA. CAPÍTULO XII

XII


11 de noviembre de 1936, el día que desapareció Nicolás.

Los últimos días Nicolás estaba muy raro. Él siempre había tenido reacciones extrañas cuando las cosas no le iban bien. Ahora, desde que había recibido la carta que le comunicaba que debía incorporarse al ejército, solía desaparecer durante muchas horas. Se refugiaba en la cueva, como hacía cuando era pequeño. Allí sin luces, totalmente a oscuras se pasaba las horas. Sólo salía a la hora de comer, y eso cuando le llamaba su hermana Sacramento y cuando salía se le notaba que había llorado.
Doña Margara se lo decía a su hija muy a menudo: "Este es capaz de hacer alguna locura".
Esa mañana debía haberse levantado muy temprano porque cuando salieron ellas ya no estaba en la cocina que era lo primero que hacía al levantarse. Tampoco había señales de que hubiese desayunado, aunque eso no les extrañó porque acostumbraba a dejarlo todo muy bien recogido.
Debió ser sobre la una y media. Sacra llevaba llamándolo desde hacía un rato, y como no contestaba, decidió bajar a la cueva. Había cogido el candil que había colgado en la entrada, lo encendió y bajó los escalones mientras seguía llamando a su hermano:
- Vamos Nicolás, no hagas el payaso, sal de ahí que vamos a comer...
Quedó petrificada. Al fondo, balanceándose, colgado en el gancho que se usaban para poner la romana de pesar las uvas, estaba el cuerpo de Nicolás. Debajo de él, tumbado en el suelo, el taburete donde se debía haber subido para colgarse. A ella se le cayó el candil y corrió a oscuras hacia la salida.
- Madre, madre, mire lo que ha pasado...
Al oírla dar aquellos gritos, doña Margara intuyó lo que había ocurrido. Y como siempre supo estar a la altura de lo que las circunstancias requerían.
- Ahora, hay que estar tranquilas. Baja la escalera pequeña que hay en la pajera... Y deja de llorar, porque con eso no vas a solucionar nada...
Les costó mucho trabajo a las dos mujeres hasta que lograron descolgarle. Ya estaba rígido. Lo debió hacer por la noche, cuando ellas dormían. No había ninguna nota, ni falta que hacía. Las dos sabían por qué lo había hecho.
- Siempre fue un cobarde...
- Por Dios, madre, ¿Cómo puede decir eso ahora?
Había pensado distintas opciones. Hacer un agujero para enterrarle allí mismo era poco menos que imposible porque la cueva estaba horadada en la roca y era muy difícil hacer una fosa tan grande para enterrarle. Emparedarlo era complicado, porque no tenían ladrillos y además sería fácil descubrirlo. La solución estaba en echarlo en una de las tinajas que estaban vacías. Luego se podría cerrar la tapa con yeso y así quedar totalmente hermética para que no saliese el olor de la descomposición del cuerpo...
- Y ya sabes, nadie puede bajar a la cueva. Aunque caigan bombas, aunque se hunda toda la casa, nadie puede bajar a la cueva.
- ¿Y qué vamos a decir... cómo vamos a justificar la desaparición de Nicolás?
- Anoche llegaron unos encapuchados y se lo llevaron. Eran tres, y nosotras no conocimos a ninguno. Es lo que ha pasado en otras ocasiones y nos creerán. Nunca encontrarán su cuerpo, o cuando lo hagan habrá pasado demasiado tiempo...
- Pero eso en mentir, madre...
- Pues te confiesas cuando vuelvan los curas y ya está... No podemos consentir que el nombre de la familia se manche con una acción tan cobarde... Además, ya encontraremos a quien acusar de su muerte para que paguen por todo lo que están haciendo... Al fin y al cabo, ellos son los responsables también de esta muerte... y algún día lo terminarán pagando....
Aquella noche Sacra no durmió. Sólo al alba logró conciliar el sueño. Entre sollozos apagados, para que no la oyese su madre, no podía apartar de su mente el cuerpo de su hermano balanceándose colgado del gancho de la cueva.
Su madre, tampoco; pero no lloró. Se dedicó a perfeccionar el plan que había improvisado; y no dejó ningún cabo suelto. Estaba segura que su hija nunca hablaría y ella debía actuar con presteza. Se levantó cuando Sacra, que esa noche había se había acostado con ella en la cama de matrimonio, se había logrado quedar dormida. Desayunó un tazón le leche con unos migones de pan, se aseó, se peinó y se puso el luto riguroso, como venía vistiendo desde la desaparición de su marido.
Muy de mañana, doña Margara llegó al ayuntamiento dispuesta a que la recibiera el señor Alcalde.
-No, no tengo cita con él, pero de aquí no me muevo hasta que no me reciba… díselo bien claro: "Que dice doña Margara que no se va a marchar de aquí hasta que no hable contigo…"
Los problemas se amontonaban durante aquellos días para el alcalde. No podía hacer frente a todos los asuntos que le llegaban. No solo eran los problemas que planteaba la llegada de las tropas que se estaban acantonando en el pueblo, sino también la acogida de los paisanos que no paraban de llegar de los pueblos de la comarca, donde se preveía que se iba a desarrollar el frente de batalla. Sin contar con el mantenimiento del orden público que claramente le había sobrepasado, a pesar de contar con las fuerzas de la Guardia Civil que se había mantenido fiel al orden constitucional de la república.
-¡Que pase, vamos a ver lo que quiere…!
-¡Buenos días, nos de Dios!
El Alcalde no quiso darse por enterado del saludo de la mujer que había entrado en el despacho y que suponía una evidente provocación. A cualquier otro que se hubiese atrevido a usarlo le habría costado, como mínimo, pasar unas horas en la cárcel. Pero ahora estaba solo y nadie había escuchado el saludo, por lo que consideró que era mejor no darse por enterado. Conocía lo que le había ocurrido a su marido y sentía una cierta lástima por ella.
-¡Salud, doña Margara! Contestó secamente, pero sin manifestar ninguna repulsa, incluso demostrando un cierto afecto.
-Fermín, ¡tienes que decirme que han hecho a mi hijo!
-¿Qué pasa con su hijo, qué ha ocurrido?
-Anoche llegaron a casa cuatro encapuchados, llamaron a la puerta, y cuando abrimos, preguntaron por él, lo maniataron y se lo llevaron… Esta mañana no había vuelto a la casa… y no sabemos nada de su paradero…
-¿Y no reconocieron a los encapuchados?
- No, sólo sabemos que eran cuatro los que entraron en la casa, aunque podía haber alguno más en la puerta… hablaron poco… y no dijeron a dónde se lo llevaban ni lo que iban a hacer con él…
-Aquí no sabemos nada de que anoche se hiciese ninguna detención… Espere, voy a preguntar…
Salió el alcalde, dejando sola a la mujer, de pie delante de la mesa de su despacho. Por la puerta entreabierta se veía al alguacil que vigilaba el interior. No era la primera vez que doña Margara visitaba ese despacho, lo había hecho frecuentemente cuando su primo Enrique era el alcalde. Enseguida había advertido que el retrato del rey don Alfonso XIII había sido reemplazado por una fotografía de un señor que no conocía y que debía ser el presidente de la República. También habían quitado el crucifijo que presidía la estancia y en una esquina, al lado izquierdo de la mesa, estaba la bandera tricolor.
-Lo siento doña Margara, aquí nadie sabe nada de su hijo… y me han asegurado que anoche no se realizó ninguna detención…
-¡Me habéis matado a mi hijo!, ¡Me habéis matado a mi hijo…! Igual que hicisteis con su padre… ¡Sois unos criminales…!
-Señora, le digo que nadie del pueblo fue anoche a su casa y se llevó a su hijo… Seguro que no tarda en volver… ya verá…
-¡Criminales! ¡Sinvergüenzas!
La mujer, fuera de sí, no paraba de gritar y proferir insultos y no se avenía a ningún razonamiento que le pudiese hacer el alcalde, y que no tuvo más remedio que solicitar la ayuda del alguacil para sacar a la mujer hasta la calle.
La noticia de la desaparición de Nicolás no causó demasiada extrañeza en el pueblo. Era un hecho previsible después de lo que le había pasado a su padre; porque ya era de dominio público el fatal desenlace de lo que les había ocurrido a don Nicomedes y a don Atenodoro. Alguien se había ido de la lengua y sólo faltaba concretar dónde estaban enterrados porque, incluso, se habían oído las salvajadas que les habían hecho antes de matarles.
Aunque ni don Nicomedes ni su hijo gozaban de simpatías en el pueblo, no ocurría lo mismo con doña Margara. Aunque ella también era orgullosa y altanera y había mantenido siempre las distancias con los que ella no consideraba de su clase, todos pensaban que era una víctima de su marido y que ahora el destino estaba siendo demasiado cruel con ella. Había envejecido más de diez año en los últimos meses. Ella siempre había vestido de colores oscuros, sobre todo desde la muerte de su madre, pero ahora estaba de luto riguroso y cubría su cabeza con un velo negro que contrastaba con la palidez de su cara y el pelo que siempre llevaba recogido en un moño bajo la nuca y que ahora se estaba volviendo totalmente cano. Sin embargo, seguía teniendo la piel tersa y apenas si tenía arrugas, lo que le daba una apariencia de ser más joven de lo que realmente era. Todo el mundo se compadecía de esa pobre mujer que estaba perdiendo todo lo que tenía… Ahora apenas si se le veía por la calle, encerrada en la casa con su hija y sin apenas recibir alguna visita de las que había sido sus amigas y que ahora procuraban no acercarse demasiado a ella porque pensaban que les podía perjudicar su compañía.
Cuando aquella mañana volvió del ayuntamiento, se prometió que nunca más volvería a salir a la calle. Desde ahora, todo su mundo estaba allí, en el "Solar", allí estaba todo lo que aún tenía algún sentido para ella, allí estaba lo que le podía dar fuerza para seguir viviendo… Ahora estaba convencida de que iba a sobrevivir para vengarse un día de lo que les habían hecho a su marido y a su hijo… Y su venganza sería fría. Fría y dulce... algún día ella también podría saborear el dulce sabor de la venganza...

FIN DEL CAPÍTULO XII.
El próximo capítulo se publicará el sábado día 16 de enero
¡NO TE LO PUEDES PERDER!

LOS VELOS DE LA MEMORIA. CAPÍTULO XIII

XIII


Y en febrero llegaron los bombarderos alemanes.

Miguel Martínez, el Flauta, era el encargado de hacer sonar la sirena cuando se acercaban los aviones. Desde que habían comenzado los enfrentamientos de los contendientes en las cercanías del río Jarama y en los alrededores de Recondo, eran frecuentes las incursiones de los bombarderos alemanes por el pueblo, para atacar la retaguardia del ejército republicano. Las órdenes de las autoridades municipales eran concisas y terminantes: cuando suene la sirena de la torre, todos deben acudir a los refugios para resguardarse de las bombas.
Los refugios eran, en realidad, las cuevas que existían en la mayoría de las casas de Recondo. En estas épocas del año, las cuevas eran más confortables porque en ellas se mantenían unas temperaturas más altas que en resto de las casa, aunque allí abajo también era mayor el ambiente de humedad. Había quienes bajaban los colchones a la cueva para dormir todas las noches y despreocuparse del aviso de la sirena.
Doña Margara había decidido no bajar a la cueva; ni tampoco Sacramento, su hija. Cuando sonaba el estridente silbido de la sirena de la torre, las dos mujeres permanecían sentadas en la sala de la primera planta, rezando el rosario, hasta que se avisaba nuevamente de que había pasado el peligro.
Ni los destrozos ocasionados en varias casas del pueblo, ni la noticia de la muerte de cuatro personas en los bombardeos de los días anteriores, les habían hecho cambiar de parecer. No es posible que Dios nos pueda poner a prueba una vez más después de todo lo que ha pasado, decía doña Margara a su hija, añadiendo que tampoco le pasaría nada a José, su marido que ya se había incorporado con su regimiento a primera línea de batalla.
Afortunadamente para ellas, su decisión de no bajar a la cueva les salvó la vida. Aquella mañana, desde muy temprano, las "pavas" alemanas no paraban de sobrevolar el pueblo. El frío era intenso pero el cielo estaba despejado y la visibilidad era perfecta a larga distancia. Las detonaciones de los cañones no habían dejado de sonar desde el amanecer en la lejanía del frente, y Miguel "el Flauta" no paraba de hacer sonar su sirena a intervalos de diez o quince minutos. A eso de mediodía todo Recondo tembló bajo una lluvia de bombas que fue cayendo cíclicamente durante una hora que parecía interminable.
Las mujeres que rezaban en la salita de la primera planta del Solar, se abrazaron pensando que había llegado su hora. Una de las bombas había caído muy cerca. Posiblemente en la misma casa. Después se hizo el silencio, pero por debajo de la puerta entraba gran cantidad de polvo, lo que podría significar que algo se había hundido cerca; pero ninguna de las dos se atrevió a salir de la habitación para ver lo que había pasado. No sabrían precisar el tiempo que permanecieron allí sentadas. A lo lejos se oía lo que podía ser el estruendo de algún hundimiento y voces también lejanas pidiendo socorro. Pero se habían dejado de oír los zumbidos característicos de los aviones. Y es que había hecho su aparición una escuadrilla de "moscas" rusos, que por primera vez entraban en combate y que había conseguido que los bombarderos alemanes abandonasen los cielos de Recondo.
La bomba había caído en una de las esquinas del patio, sobre las cámaras que estaban encima de la puerta de la cueva que había quedado totalmente taponada por los escombros. Por lo demás no había afectado prácticamente a las habitaciones principales de la casa. Tampoco había en esas cámaras ninguna cosa de valor; tan solo trastos viejos y cosas inservibles, pues las trojes del trigo, de la cebada y de los otros alimentos estaban en las cámaras de la zona norte de la casa.
Tuvieron que salir para abrir la puerta, porque habían acudido los vecinos para interesarse por su estado y ver los daños que había ocasionado la bomba. El patio estaba casi cubierto por los escombros que había resquebrajado las ramas del viejo granado. Aún flotaba en el aire el polvo que no paraba de caer desde los tejados en los que las tejas habían dejado al descubierto los carrizos que formaban la base de la techumbre y que se iban desprendiendo poco a poco. Apenas si ya salían algunas llamas de un pequeño incendio en las cañas del tejado que no había llegado a más por la humedad que se había acumulado por las recientes lluvias que habían caído en los últimos días.
-Estamos aquí arriba… No nos ha pasado nada…
Les contaron que esa mañana habían caído tres bombas más en Recondo y había muerto Genaro "el de la inclusa" y la Emilia, su mujer, cuando cruzaban la calle para ir a la cueva de la casa de sus vecinos.
Llegaron poco después los padres de José, el marido de Sacramento y les ofrecieron su casa para que no se quedasen las dos solas en una casa en ruinas. Pero doña Margara volvió a recordar que ella no saldría nunca viva de esa casa.
Los días siguientes, las dos mujeres ayudadas por el Cosme y el Afrodisio, dos antiguos criados de la casa, los dedicaron a limpiar de escombros el patio de la casa. Los daños no habían sido demasiado importantes y dos semanas más tarde se habían eliminado los riesgos de otros posibles derrumbamientos, apuntalando la techumbre y subiendo unos tabiques para evitar que el agua de las lluvias entrase a las cámaras hundidas. Pero doña Margara se opuso a que se limpiase la cueva. Es más, todos los escombros que habían caído en el patio se fueron acumulando en la entrada, tapando completamente las escaleras lo que impedía completamente el acceso al interior de la cueva.
-No necesitamos para nada la cueva... y ahora no estamos para gastar el dinero en esta clase de trabajos... Con el tiempo, Dios dirá...
Y allí se quedaron las dos mujeres, sin apenas recibir más visitas que la de los padres de José, Piedad y Saturnino, que casi todas las tardes pasaban por la casa para ver cómo estaban y ponerlas al corriente de las noticias que se iban produciendo en el pueblo y contarles las novedades que iban conociendo de su hijo, que ya había pasado el período de adiestramiento militar en el campamento, y que iba a ser destinado al IV cuerpo del ejército, que estaba acantonado en la zona de Aragón.
Aquella tarde, Piedad apenas si podía disimular su inquietud. Aprovechando que doña Margara había salido de la salita para preparar unos bollos y una copita de vino dulce, se acercó a su nuera:
- Sacra, hija mía, hay muy malas noticias... Ha llegado de la capital el Julián, el de la tía Cristina, y dice que le pareció ver a tu hermano Nicolás montado en un camión que salía de la cárcel... y según dicen los llevaban al cementerio para fusilarles...
Para Sacramento fue una noticia que no esperaba en ese momento, y quedó desconcertada, recordando lo que había pasado aquella mañana. Se había tapado la cara con las manos para sofocar el llanto y así no lo oyese su madre, pero fue inútil, doña Margara entraba por la puerta y llegó a escuchar lo que decía su consuegra.
¿Qué ha pasado, Piedad?, ¡dime lo que ha pasado...!
Ahora fue Saturnino quien tuvo que dar todos los detalles que habían oído sobre el pobre Nicolás...
-Claro que tampoco es seguro nada de lo que cuentan... porque según dicen había muchos hombres en el camión, y se pudieron confundir al identificarlo...
- Yo lo sabía... han matado a mi hijo, como mataron a mi marido... ¡Criminales... yo os maldigo! Y pagaran todos estos crímenes... No descansaré hasta que todos ellos tengan la muerte que se merecen... ¡Asesinos! ¡Malditos!
No había tenido que hacer un gran esfuerzo para hacer creíble su actuación, porque, en el fondo, ella misma se había llegado a creer su patraña, y estaba convencida de que habían sido los malvados comunistas los que habían matado a su hijo querido.
Pero esta escena la había hecho revivir también a ella lo ocurrido, y la crisis de nervios que le provocó no era fingida.
Sacramento preparó una infusión para calmar a su madre y entre los tres consiguieron convencerla para que se acostase cuando al cabo de un buen rato consiguieron tranquilizarla.
Al día siguiente en Recondo, todo el mundo daba por cierta la versión que había traído el hijo de la Cristina, aunque nadie sabía dar explicación a su extraña desaparición ni tampoco identificar a sus captores. El hecho es que a partir de ese momento nadie más volvió a dar noticias de su paradero ni se supo nada de lo que hubiera podido ocurrir desde el día de su desaparición.

FIN DEL CAPÍTULO XIII
El próximo capítulo se publicará el sábado día 23 de enero.
¡NO TE LO PUEDES PERDER!

LOS VELOS DE LA MEMORIA. CAPÍTULO XIV


XIV

Año y medio después... cuando no se celebraron las fiestas patronales en Recondo.

Dicen que a todo llegas a acostumbrarte. Y eso es lo que debió pasar en Recondo. Lo que podía llamarse normalidad reinaba en el pueblo que parecía haber aceptado la nueva situación. Las autoridades locales habían logrado hacerse con el control del orden público y los miembros más exaltados del Comité Político Revolucionario habían sido reclamados desde la capital para colaborar en la defensa de la República, incorporándose al ejército, que estaba falto de mandos cualificados y con la experiencia que ellos habían demostrado suficientemente en su actuación en el pueblo.
Aunque el suministro de productos de primera necesidad había empezado a resentirse, en casi todas las casas de Recondo se disponía de lo más imprescindible para la subsistencia y de una forma o de otra todos conseguían lo necesario, aunque muchos de los productos estaban racionados.
Habían llegado al pueblo muchas personas de otros lugares, y pasados los primeros meses de pesadilla, cada cual iba procurando pasar desapercibido y hacer su vida sin que nadie se metiese con ellos.
Las mujeres jóvenes tenían que colaborar con el "Auxilio Rojo" en los trabajos que organizaba el Ayuntamiento para preparar ropas y uniformes para los soldados y vendas y sábanas para los hospitales. También Sacramento tuvo que colaborar en estos talleres con lo que tenía que salir todos los días de su casa, y así estar al tanto de todo lo que ocurría en el pueblo.
-Madre, ayer se casó la Herminia, la hija del tío Valentín, con un militar que llegó herido, hace unos meses, al hospital de campaña; y dicen que también se va a casar la Esperanza, la "abubilla", con un escribiente nuevo que hay en el ayuntamiento...
- Esos no son matrimonios ni nada... las que no se casan por la iglesia son unas putas...
-Por Dios, madre, no seas así... ¿qué van a hacer ellas, si ya no hay curas...?
El carácter de doña Margara se estaba agriando cada vez más. Sacramento estaba deseando que volviese su hermana. Sabían que estaba bien y que posiblemente lo pudiesen arreglar para que volviese el mes próximo en un coche que tenía que llevar a unos mandos militares hasta Alicante. Su marido también estaba bien y había logrado que le destinasen a intendencia. Hacía dos meses, había venido una semana de permiso a Recondo, lo que le había animado un poco la vida de soledad que tenía que vivir junto a su madre en "el Solar".
Por otro lado, la evolución de la guerra no se estaba ajustando a lo que habían previsto las autoridades republicanas. Los sublevados estaban recibiendo muchas ayudas de los gobiernos de Alemania e Italia, y lo que pensaban que podía durar sólo unos meses había llegado ya a los dos años. Por eso, era necesario conseguir urgentemente dinero para hacer frente a la compra del material bélico imprescindible para continuar la contienda.
Las autoridades de Recondo, como las del resto de los pueblos bajo el mando republicano habían recibido la orden de conseguir todo el oro que estuviese en poder de los particulares. No consistía en requisarlo, sino en "comprarlo".
Todo el que tuviese monedas de oro recibiría a cambio billetes de curso legal; pero el canje era obligatorio y cualquier desacato sería considerado como una traición a la patria.
Cuando aquella mañana llamaron a la puerta del "Solar" los representantes del Ayuntamiento encargados de recoger las monedas de oro, doña Margara casi les estaba esperando y tenía muy clara la postura que iba a adoptar.
- Si queréis nos podéis llevar a mí y a mi hija, si queréis nos podéis matar a las dos, pero de ninguna de las maneras vais a conseguir que yo os entregue nada de valor de lo que hay en mi casa...
Eran don Eulogio, el secretario del Ayuntamiento, Juan José Jiménez, uno de los concejales, Julián el alguacil y dos señores vestidos de negro a los que no conocían y que se nominaron como representantes de los ministerios de la Guerra y del Tesoro. Cada uno portaba una gran cartera de cuero.
- Doña Margara, todos conocemos su situación y todos lamentamos todo lo que le ha ocurrido a usted y a su familia, pero debe entender que con estas medidas solo pretendemos conseguir la financiación que necesita la nación para defenderse de las agresiones que está padeciendo.
- Don Eulogio, usted haga lo que tenga que hacer, pero de mí no van a conseguir nada...
-Por favor, señora, no haga más difícil nuestro cometido. Nosotros somos unos mandados y no tenemos más remedio que cumplir con lo que nos han ordenado...
- A usted no le conozco, porque no es de aquí. Posiblemente no sepa lo que me ha ocurrido. Han matado a mi marido, han matado a mi hijo, ¿qué más me pueden hacer? Si quieren me pueden matar ahora mismo, pero no les daré nada que pueda servir para mantener a los criminales que han sido los causantes de todo esto...
- Ya está bien, señora. No, no vamos a matarla a usted, pero nos vamos a llevar detenida a su hija... Es lo que dice la ley... si no quieren colaborar están cometiendo un delito de traición... Así que, señor alguacil, proceda... ponga los grilletes a la señora joven y vamos a la cárcel.... cuando cambie de opinión puede presentarse en el ayuntamiento con todas las joyas y el oro que tenga y entonces estudiaremos si soltamos a su hija...
- Por Dios, madre... no lo permita... ¿Qué va a ser de mí? Y qué va a ser de usted, quedándose sola en esta casa... entregue lo que piden... no merece la pena...
- Doña Margara, haga caso a lo que dice su hija... Nosotros, desde el ayuntamiento no podemos hacer nada... son órdenes de la capital y si no colaboran se van a llevar detenida a su hija... sea sensata....
Doña Margara permanecía de pie, como una estatua de piedra. Su cara parecía más blanca en contraste con sus ropas negras y el velo negro que cubría su pelo también blanco. No lloraba y nada hacía pensar que pudiese cambiar su decisión. En cambio Sacramento no había parado de llorar desde que llegaron los hombres. Ahora, se había arrodillado ante su madre. Abrazándose a sus piernas y entre sollozos la suplicó:
- Madre... por Dios...
- Basta de contemplaciones... Alguacil, cumpla con su obligación...
- ¡No, esperen!
Sacramento se levantó, miró fijamente a la cara de su madre que la mantuvo impertérrita la mirada, se dirigió al Secretario y mientras se limpiaba sus lágrimas con el dorso de la mano, dijo:
- Don Eulogio, diga que esperen... yo les entregaré lo que quieren....
A doña Margara no pareció sorprender la decisión de su hija. Sacramento entró en el dormitorio de su madre y en unos segundos apareció con un cofre de cuero en las manos.
- Esto es todo lo que tenemos...
Uno de los hombres vestidos de negro, al que habían presentado como representante del Ministerio del Tesoro, se hizo cargo del cofre.
Lo depositó sobre la mesa y cuando abrió la tapa no pudo disimular el asombro al ver la gran cantidad de monedas de oro que había dentro. Las fue sacando parsimoniosamente, separándolas por tamaños y colocándolas en montoncitos de diez unidades. Cuando terminó, sacó de la cartera un bloc tamaño folio, una pluma y un tintero y empezó a extender un recibo...
- ¿A qué nombre?
- Doña María de la Amargura Pastrana de las Olivas, natural de Recondo y viuda de de don Nicomedes Gómez Carretero...
Sin cambiar ni un solo músculo de su cara y sin soltar ni una lágrima le dio todos estos datos a su interlocutor, sin que nadie de los presentes se atreviese a decir nada.
- Son ciento sesenta y dos mil cuatrocientas veinte pesetas... en monedas de oro, que en este acto entrega doña María de la Amargura Pastrana de las Olivar, natural y vecina de Recondo, ¿Calle?
- Ponga en El Solar...
El funcionario miró al Secretario que asintió con la cabeza.
- ... y a cambio se le entrega la misma cantidad en billetes de curso legal emitidos por la República de España... En Recondo, siendo las catorce horas del día dieciséis del mes de agosto del año de mil novecientos treinta y ocho... Firmo como representante del Ministerio del Tesoro, firman como testigos el representante del Ministerio de la Guerra y el Secretario del Ayuntamiento... firmando la interesada el "conforme"...
-Yo no firmaré nunca ese documento...
- ... negándose la interesada a firmar el documento y firmando en su nombre don Juan José Jiménez, concejal del ayuntamiento de Recondo...
Cuando cerraron la puerta de la calle, Sacramento se abrazó a su madre...
-Perdóneme, madre, perdóneme... me moría de miedo de que me pudiesen llevar detenida... Yo sé lo que el oro representaba para usted... perdóneme...
- Deja de llorar de una vez... yo sabía que no ibas a ser capaz de resistir... No te preocupes... todo estaba previsto...
- ¿Qué quiere decir?
- Pues que todo lo había previsto yo... ¿Cuánto dinero se han llevado?
- Ciento y no sé cuantas mil pesetas....
- ¿Y cuanto había antes en el cofre?
- ¡Más de trescientas mil...!
- Yo puse el resto a buen recaudo... pero no quise decirte nada porque no hubieses sido capaz de guardar el secreto... Ahora ya nos dejarán en paz... Y ahora vamos a rezar un Rosario a la Virgen y a San roque, para darles gracias por habernos ayudado, que hoy era el día del Patrón.

FIN DEL CAPÍTULO XIV.
El próximo capítulo se publicará el sábado día 30 de enero.
...Y YA SABES... ¡NO TE LO PUEDES PERDER!



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MIS EDICIONES MUSICALES

MIS EDICIONES MUSICALES
SENTIRES. Canta Mª Antonia Moya. Edición remasterizada. 2012. Incluye las canciones siguientes:

AVE MARIA

AVE MARIA
De Schubert. Canta María Antonia Moya, acompañada por el Maestro Alcérreca. 2011. Para escucharlo, pinchar en la image.

LA TARARA

LA TARARA
Canta Maria Antonia Moya. Si quieres escuchar la canción, pincha en la imagen

LOS PELEGRINITOS

LOS PELEGRINITOS
La canción de Lorca, cantada por María Antonia Moya, con imágenes de Lucena (Córdoba) Para escuchar la canción pincha en la imagen.

EN EL CAFÉ DE CHINITAS

EN EL CAFÉ DE CHINITAS
La copla de Lorca, cantada por María Antonia Moya, acompañada a la guitarra por Fernando Miguelañez. 1986. Para escuchar la canción, pinchar en la imagen

VERDE, QUE TE QUIERO VERDE

VERDE, QUE TE QUIERO VERDE
Maria Antonia Moya canta el Romance Sonámbulo de Federico García Lorca. Puedes escucharlo pinchando la imagen.

LOS CUATRO MULEROS.

LOS CUATRO MULEROS.
Canta: María Antonia Moya. 1986.Para escucharlo,pinchar en la imagen.

PERFIDIA

PERFIDIA
Canta Maria Antonia Moya, acompañada a la guitarra por Fernando Miguelañez. Año 1986. Para escuchar la canción, pincha en la imagen.

PASODOBLE DE CHINCHÓN

PASODOBLE DE CHINCHÓN
Letra: L.Lezama - Música: Palazón. Canta: María Antonia Moya. 1987Puedes escucharlo pinchando en la imagen

MIS LIBROS DE FICCIÓN. EL AMARGO SABOR DE LAS ROSAS.

MIS LIBROS DE FICCIÓN. EL AMARGO SABOR DE LAS ROSAS.
"El amargo sabor de las rosas" Novela. Marzo de 2017

MIS QUERIDOS FANTASMAS

MIS QUERIDOS FANTASMAS
ENERO 2020. RELATOS Y CUENTOS..PRÓXIMA EDICIÓN

HISTORIAS IMPOSIBLES

HISTORIAS IMPOSIBLES
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SUI GENERIS

SUI GENERIS
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LA BODA

LA BODA
"La boda" 1996 -2001. Inédito.Para leer el cuento, pincha en la imagen

ANDANZAS Y SENTIRES

ANDANZAS Y SENTIRES
"Andanzas y sentires" 2003. Inédito. Para leer el libro, pinchar en la imagen,

EL CIELO DE LAS AMAPOLAS

EL CIELO DE LAS AMAPOLAS
nueva edición 2022

CUENTOS DE OTOÑO

CUENTOS DE OTOÑO
Cuentos de Otoño. 2006. Si quieres leer los cuentos, pulsa en la imagen.

LUZ DEL CIELO Y OTROS RELATOS CON NOSTALGIA

LUZ DEL CIELO Y OTROS RELATOS CON NOSTALGIA
“Luz del Cielo” y otros relatos con nostalgia. 2019. Proximamente en este blog

CUENTOS DE CAFÉ CON LECHE

CUENTOS DE CAFÉ CON LECHE
Cuentos de café con leche. Pinchar en la imagen para leer los cuentos.

CUENTOS AMORALES

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"Cuentos amorales" 2005. Inédito. Para leer los cuentos, pincha en la imagen

LOS CUENTOS DEL ABUELO

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TRABAJOS FORZADOS

TRABAJOS FORZADOS
Recopilación de 44 relatos escritos para el taller literario.2007-2012. Para leer los relatos pinchar en la portada.

LOS VELOS DE LA MEMORIA I. HISTORIA DEL SOLAR

LOS VELOS DE LA MEMORIA I. HISTORIA DEL SOLAR
"Los velos de la memoria". Historia del Solar. Edición restringida de 95 ejemplares. Se presentó el 10.1. 2010.

LOS VELOS DE LA MEMORIA II. EL AMO.

LOS VELOS DE LA MEMORIA II. EL AMO.
Los Velos de la Memoria II. El Amo. Edición digital. 2012.

DÉJAME QUE TE CUENTE....

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"Déjame que te cuente"... 2013. Recopilación. Para leerlo, pinchar en la portada del libro.

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LOS VELOS DE LA MEMORIA III. La Heredera..AÑO 2014.

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Los viajes del eremita.Volumen IV. 2016.

EL CATÁLOGO DE MI PINTURA.

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ESPAÑA: UN MOSAICO DE IMÁGENES. Fotografías. Para verlo, pinchar en la portada.

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CHINCHÓN EN DUOTONO. Fotografía.Para ver la exposición, pinchar en la portada.

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