Por segundo año consecutivo un relato de Manuel Carrasco ha obtenido un accesis en el V Concurso de relatos para mayores organizado por la Caixa y RNE.
La entrega de premios tuvo lugar ayer miercoles, día 19 de junio, en Caixaforum de Madrid.
El jurado de este año estaba constituido por Ignacio Elguero, director de Radio Nacional; los escritores Soledad Puértolas y Fernando Schwartz; el subdirector de La Vanguardia Miquel Molina; Luisa Horno, ganadora de la última edición del concurso y Jaime Giró, director ejecutivo de La Caixa y director general adjunto de la Fundación La Caixa.
Por otro lado, Juan Fernández Vegue, director de Informativos y Programas de RNE; los escritores Soledad Puértolas y Fernando Schwartz; Jaime Giró, director ejecutivo de La Caixa y director general adjunto de la Fundación La Caixa; y José Ramón Menéndez, director general del Mayor de la Comunidad de Madrid, han sido los encargados de entregar los premios a los 15 finalistas.
En esta quinta edición se han recibidio 1.572 relatos y las comunidades autónomas que han contado con mayor representación han sido la Comunidad de Madrid (477), Cataluña (248), Andalucía (278) y la Comunidad Valenciana (109).
El premio ha sido concedido al relato “El Viaje” de Lola Sanabria de Madrid. Además se han concedido dos accesis: el primero al relato “El Hombre que olvidó su nombre” de Manuel Carrasco, de Chinchón, y el segundo al relato “Cuestión de gustos” de Luis Paniello de Barcelona.
Manuel Carrasco y Luis Paniello, ganadores de los dos accesis concedidos por el jurado
Manuel Carrasco junto a Lola Sanabria, ganadora del premio del Concurso.
Y como primicia, este es el relato de Manuel Carrasco, que ha obtenido el accesis:
EL HOMBRE QUE OLVIDÓ SU NOMBRE
"Hacía ya tiempo que la niebla del olvido iba descendiendo por las estribaciones de mi mente, desdibujando recuerdos y velando realidades; por eso no os podría decir, a ciencia cierta, cuando ocurrió.
Pudo ser aquella mañana del mes de junio, cuando me despertó una tenue ráfaga de viento que se coló por las rendijas de la vieja ventana de mi alcoba. Me desperecé después de apartar la sábana que me había echado encima cuando empecé a sentir el relente del amanecer.
Aquella mañana, no sabía por qué, me vino a la mente una palabra de esas que nunca se usan: "binza". No, no era pinza, ni pizca, ni bizca, ni bizna, era "binza" y no sabía su significado.
-"Binza"... "binza"...
Nada, que no podía recordar qué podía ser "binza".
Aunque por aquello del fastidioso vértigo, tenía que levantarme poco a poco, aquella mañana me tiré literalmente de la cama y me fui directo al diccionario.
- "Ba"... "be"... "bi"... "biberón"...
Casi se me cayó el diccionario de las manos... faltaban muchas palabras... eran como si se hubiesen borrado... como si alguien lo hubiese sacudido y muchas palabras se hubiesen caído del libro, tintineando en el suelo como pequeñas cuentas de cristal.
Y se me olvidó la palabra. No era bizca, no. Ni pinza, ni pizca... Era... no; ya no me acordaba.
Pensé que debía ser que todavía no había tomado el café y yo, de siempre, no había sido nadie sin desayunar.
Entré en la rutina diaria de la tostada untada con un diente de ajo y un chorrito de aceite, de la loncha de jamón York en una rebanada de pan de molde, porque mis dientes ya no podían con la corteza del pan candeal, y del tazón de leche engañada con un poco de achicoria en que se había convertido, con los años, el tradicional café con leche.
Mientras desayunaba en la cocina no paraba de dar vueltas a la cabeza... no era pizca... ni pinza... Ni por esas, que no podía recordar la maldita palabra.
Aunque yo lo decía hacer la cama, la realidad es que me limité a estirar las sábanas y la colcha, porque ya no podía agacharme para remeter la ropa, que sólo ofrecía un aspecto presentable los viernes cuando venía la asistenta.
Un aseo rápido - ese día más- y me vestí para salir a dar el paseo matutino y comprar el pan. Pero antes cogí de nuevo el diccionario. Efectivamente se habían perdido muchas palabras. Estaban la mayoría, las que se usan normalmente... "Alba", "ayuda", "baile", "casa", incluso estaba "diptongo" que hacía mucho tiempo que no escuchaba; pero habían desaparecido todas esas palabras tan raras que nadie dice y que casi nadie sabe su significado, las que a mí me gustaba llamar palabras dinosaurio.
No sabía interpretar lo que ocurría y pensé que podía estar pasando lo mismo en los otros libros. Me fui al Quijote y allí también se habían caído bastantes palabras. Ojeé algunas páginas y de vez en vez había espacios en blanco: "El resto de ella concluían.............. de ............. , calzas de ................ para las fiestas, con sus ............. de lo mismo, y los días de entre semana se honraba con su.............. de lo más fino". Leí, empezando a asustarme.
Lo bueno que tiene el síndrome del inicio del alzhéimer es que todo se me olvida muy pronto y cuando volví de la calle, puse la tele para no ver cómo se despellejaban en las tertulias, porque yo nunca veo la televisión, aunque la tenga siempre encendida. Es mi única compañía.
A la mañana siguiente me vino a la mente "albahaca" y cuando fui al diccionario se habían perdido todas las palabras con raíz árabe.
Unos días después fueron los anglicismos y luego los toponímicos.
En el diccionario y en los libros había, cada vez, más espacios en blanco que avanzaban inexorables. Me parecía ver unos grandes osos polares devorando salmones, con escamas de letras, que intentaban, en vano, nadar contra corriente.
Ya eran muy pocas las frases que estaban completas; posiblemente sólo "mi mamá me mima", "amo a mi mamá" y "Con cien cañones por banda", que era la única poesía que había aprendido de pequeño.
Me llegué a obsesionar con las palabras que iban desapareciendo de los libros, pero no podía contárselo a nadie.
A pesar del buen tiempo apenas si ya salía a la calle y pasaba horas y horas asomado a la ventana hasta que la silueta del castillo se diluía en el azul cada vez más oscuro del horizonte.
Entonces empezaban a encenderse las estrellas, y me entretenía en contar las que jugaban al escondite, las que tiritaban de calor y se me humedecían los ojos, emocionado, cuando veía las estrellas fugaces, porque pensaba que se iban a pasear con sus amigos por la vía láctea; luego me acostaba y muchas noches olvidaba apagar la televisión.
Otros días me gustaba recordar cuando, siendo aún niño, aparecía el arco iris y las gotas de lluvia me caían sobre la cara y el sol anunciaba que llegaba la bonanza.
También solía pasar horas acariciando ese pétalo que se había caído de la rosa que moría temblorosa en el vaso lleno de agua con una pizca de aspirina.
En los días de frío, cuando no era tan viejo, me entretenía en cazar besos perdidos entre los dedos de los niños y los coleccionaba con cuidado para que no se marchitasen. Llegué a tener más de doscientos y hasta los ponía nombre. Uno lo llamé "lulú" y otro "copito"; al último le puse "luciérnaga", porque era de una niña con luz en los ojos; pero el que más me gusta es "pimpollo", porque fue el primero que me tiró mi nieta, hace ya mucho tiempo, cuando todavía no sabía decir mi nombre.
Una mañana, a la semana siguiente, vi que había perdido las palabras esdrújulas y en poco más de un mes, no me quedaban palabras con más de cuatro letras.
Tenía "luz", "niño", "amor", "pan", pero ya no estaba "mariposa", ni "pájaro", ni "amapola", aunque todavía me quedaba "flor". Claro que no me importaba, porque las palabras que se habían caído de los libros yo las había olvidado.
Ya no sabía que significaba "dolor", ni "recuerdo", ni "esposa", y unos días después, tampoco "hijo"; porque sólo me quedaron las palabras de dos letras.
Por eso, sólo decía "yo" cuando los médicos me preguntaron mi nombre. Y es que "Zósimo" fue una de las primeras palabras que olvidé, porque era esdrújula, porque hacía mucho tiempo que nadie me llamaba y porque en la tele nunca se oía un nombre tan raro.
Cuando mis hijos entraron en casa para hacer la testamentaría, todos los libros tenían las páginas en blanco, aunque ellos no se enteraron porque sólo buscaban las cartillas de la Caja de Ahorros".
Nota: Para que no tengáis que buscarlo, “binza” es la capa o película exterior de la cebolla. Dios tendría que haber dotado, también, a los hombres de una binza protectora.
NOTAS DE PRENSA:
Los finalistas con el jurado del año 2013.
MADRID, 19 Jun. (EUROPA PRESS) -
La madrileña Lola Sanabria se ha alzado con su obra 'El Viaje' como ganadora del Concurso de Relatos Escritos por Personas Mayores de 2013 de la Obra Social 'La Caixa' y Radio Nacional de España (RNE), un certamen en el que se presentaron 1.572 escritos de toda España y que supone un incremento de participación del 37 por ciento con respecto al año anterior.
En un comunicado, la Obra Social 'La Caixa' explica que esta iniciativa se enmarca en los talleres 'Grandes Lectores' del programa 'Gente 3.0', en el que ya han participado más de 9.300 mayores en 2012.
La mayoría que han participado en este concurso de relatos proceden de la Comunidad de Madrid (477), Cataluña (248), Andalucía (278) y la Comunidad Valenciana (109).
En la presente edición ha habido dos accésit: uno para Manuel Carrasco, de Chinchón (Madrid), por 'El hombre que olvidó su nombre' y otro para Luis Paniello, de Barcelona, por 'Cuestión de gustos'.
RTVE.es - MADRID 19.06.2013
Lola Sanabria se ha alzado como ganadora de la V edición del Concurso de Relatos Escritos por Personas Mayores que organizan el programa
Juntos paso a paso de
Radio Nacional y la
Obra Social La Caixa,con su relato
El viaje.
El jurado de este año ha estado constituido porIgnacio Elguero, director de Radio Nacional; los escritores Soledad Puértolas y Fernando Schwartz; el subdirector de La Vanguardia Miquel Molina; Luisa Horno, ganadora de la última edición del concurso yJaime Giró, director ejecutivo de La Caixa y director general adjunto de la Fundación La Caixa.
Manuel Carrasco y Luis Paniello han sido distinguidos con un accésit por sus relatos El hombre que olvidó su nombre y Cuestión de gustos, respetivamente.
Juan Fernández Vegue, director de Informativos y Programas de RNE; los escritores Soledad Puértolas y Fernando Schwartz; Jaime Giró, director ejecutivo de La Caixa y director general adjunto de la Fundación La Caixa; y José Ramón Menéndez, director general del Mayor de la Comunidad de Madrid, han sido los encargados de entregar los premios a los 15 finalistas.