Alcalá de Henares reúne todas las condiciones para ser un reclamo turístico. Tiene historia, tiene monumentos, ha sido cuna de personajes ilustres, como Miguel de Cervantes, Manuel Azaña, Catalina de Aragón, Fernando de Habsburgo y Juan Ruiz, el Arcipreste de Hita, sin olvidarnos del Cardenal Cisneros, alcalaino de adopción.
Tiene un casco histórico muy bien cuidado que ha sido en su mayoría dejado sin tráfico, por donde se puede pasear cómodamente y donde se ha cuidado la restauración de sus edificios, guardando su antigua fisonomía.
La plaza de Cervantes es el centro y allí nos encontramos con el Ayuntamiento, un templete para la música rodeado de jardines y sus casas porticadas donde se concentra un comercio que nos recuerda tiempos pasados, donde vemos joyerías, dulcerías, donde puedes encontrar la repostería típica de Alcalá, como las almendras garrapiñadas y la famosa Costrada de Alcalá, que es un delicioso milhojas de hojaldre, crema y merengue cubierto de almendra picada y gratinada.
Su calle Mayor, según dicen, es la calle porticada más larga del mundo, donde nos encontramos la casa de Cervantes y más tiendas y comercios.
Ofrecen visitas guiadas para conocer sus monumentos y en los días que estuvimos se veía bastante actividad, aunque nos dijeron que los fines de semana la afluencia era mucho más grande.
No obstante, me pareció que la oferta gastronómica no era la que se podía esperar de una ciudad tan turística, y a excepción de algunos, como el Parador y la Hostería del Estudiante, abundaban las cafeterías y los restaurantes de comida rápida; aunque es posible que en tan solo dos días no nos diese tiempo a descubrir toda la oferta.
Dos días, con un excelente tiempo, para descubrir la nueva Alcalá, la antigua Complutum Romana. Recomendable.