Siro era un ángel; no un niño bueno y
obediente, no. Siro era un ángel de verdad; si, de los del cielo. Creo que era
de la familia de los querubines, y además era rubio, con unas alitas de plumas
de ganso, con los ajos azules y, según me contaron, fue uno de los modelos que
posó para Rafael Sanzio.
Además era un ángel muy bueno y cariñoso y
era muy apreciado por todos, era servicial y siempre estaba dispuesto a
presentarse voluntario para lo que le quisiesen encomendar.
No hace mucho, en el Cielo empezaron a
preocuparse porque en la tierra, los hombres cada vez se estaban distanciando más
de lo que se podría considerar como bondad standard.
Así que el responsable de personal del
cielo pensó que Siro era el ángel apropiado para llevar a cabo la misión que se
había planificado el Alto Estado Mayor Supremo para solucionar el grave
problema que estaba viviendo la tierra.
Se encargó de comunicárselo personalmente,
lo que agrado mucho a nuestro ángel protagonista y si no hubiera sido por su
condición de espíritu puro, habría llegado a la satisfacción rayana con la
vanagloria.
Lo que no le dijeron es que le habían
inoculado un virus que era el principal objetivo de su cometido, que se
trasmitía por contacto de la piel y por el aire que se respiraba, por lo que
las instrucciones que recibió eran solamente de saludar y hablar con todos los
humanos que pudiera.
El virus se llamaba "Buenaria",
era una especie de malaria, pero al revés; no tenía antídoto y también se
contagiaría después entre los propios humanos.
Y el bueno de Siro se acercó a la tierra
dispuesto a cumplir tan gratificante misión, porque a el siempre le había
gustado hablar y saludar a la gente, aunque para esta misión tuvo que
desprenderse de sus alitas de pluma de ganso.
Los efectos de este virus de la epidemia
de "buenismo", como fue bautizada por los medios de comunicación,
eran fulminantes e irreversibles. Cualquiera que se hubiera contagiado, de
improviso sentía que la bondad se adueñaba de el.
Unos corrían a la comisaría a denunciarse por
las tropelías que había cometido, otros, cuando llegaban a casa, confesaban su
infidelidad a la madre de sus hijos que, incomprensiblemente, recibía con
la confesión también el virus, y su reacción, como no podía ser de otra forma,
era el perdón a su contrito esposo.
Se daban escenas surrealistas; curas
pidiendo confesión a sus colegas, guardias devolviendo sus placas a los
superiores, políticos presentando dimisiones irrevocables, empresarios
repartiendo sus fortunas entre los trabajadores, deportistas que devolvían sus
medallas ganadas con el dopaje, periodistas que confesaban en primera página
todas sus manipulaciones y sus mentiras. Hubo hasta una presentadora del
telediario de una cadena de ámbito nacional que después de las noticias de
sociedad, confesó públicamente que para obtener el puesto se había tenido que
acostar con el director y el presidente de la cadena. O sea, un caos total.
Y es que Siro, que como he dicho era muy
servicial y concienzudo en su trabajo se afanó en cumplir con lo que le habían
encomendado y en pocos días había tenido contacto y hablado con mas de diez mil
personas (Exactamente con diez mil ciento veintitrés) que con su efecto
multiplicador exponencial en un mes habían alcanzado cifras millonarias.
Las autoridades sanitarias aconsejaron a
la población que utilizasen guantes y mascarillas para intentar frenar el
contagio, pero la "Buenaria" se convirtió en pandemia.
Y los efectos fueron catastróficos. Todos
los negocios ilegales iban desapareciendo. Los encargados del orden público
empezaban a no ser necesarios. Los guardias de tráfico eran superfluos porque
todo el mundo cumplía estrictamente con las normas de circulación y los no
infectados, por mimetismo, tampoco se atrevían a saltárselas.
En unos meses, muchísimas personas se
encontraron en el paro; y no es que les despidieran, sino que ellos mismos
pedían su cese porque consideraban que su trabajo no era ya necesario.
Hasta en el Alto Estado Mayor Supremo
reconocieron que no habían calibrado bien las consecuencias, aunque como no
querían reconocerlo achacaron el fracaso al exceso de celo de Siro, que fue
llamado al cielo con urgencia para que la catástrofe no siguiera aumentando, y
encargaron al Laboratorio Celestial un antídoto para paliar las consecuencias.
Siro ha vuelto a sus rutinas diarias, aunque
ahora se encuentra algo confuso y no llega a comprender cómo puede asustar el
que la gente se comporte como el lo lleva haciendo toda su vida.