Un hombre vestido con un traje ceñido de seda de colores y bordados de oro, se contonea al ritmo de la música, envuelto en una capa también de seda bordada en vistosos colorines, tocado de un gorro estrafalario y con postizos en el pelo, delante de miles de personas que le aclaman y vitorean.
"Esperando" de Esther Bárcenas. Exposicion Tauromaquia en Chinchón.
Ese mismo hombre se expone voluntaria y temerariamente a una muerte posible y a la vez está dispuesto a jugar con un dócil animal, engañarlo, martirizarlo y llegar a producirle la muerte de forma agónica, y todo también a la vista de ese público enardecido y entregado que no ceja de aplaudir y animar a este espécimen que realza sus atributos masculinos para evitar los malentendidos que podía provocar su atrevido vestuario.
"Traje de luces" de Teresa Valcárcel. Exposicion Tauromaquia en Chinchón.
No cabe duda que una persona que es capaz de conducirse de esta manera tan singular, debe tener una personalidad peculiar que puede ser difícil de comprender para personas más vulgares, que han sido educadas con normas poco propensas a vulnerar el sentido común imperante en una sociedad conservadora como la nuestra.
Esto es otra cosa...
Así que cuando una de estas personas tan singulares es capaz de ponerse delante de un animal peligroso con una tierno infante en sus brazos, es normal que pueda causar el rechazo de la mayoría de las personas bien pensantes e incluso de algunos de los que les aplauden cuando se pasean por los cosos taurinos de aquella guisa, antes reseñada; aunque sea aplaudido por algunos de los que, como el, tienen la misma profesión.
Vamos que, si a mí, dedicándome a esa profesión, se me hubiese ocurrido hacer los mismo, entendería que me dijesen que era un imbécil, un descerebrado y, desde luego, un mal padre.