Eufrasio, desde muy pequeño fue sonámbulo; pero a diferencia de lo que suele ser común, su sonambulismo le duró toda la niñez, la juventud e, incluso, parte de la madurez. Como había nacido en una familia de gente de la farándula, su destino era ser funambulista como su padre, un tío carnal y su abuelo que fue el iniciador de la saga. Se especializó en andar por la cuerda floja, y cuando lo hacía no se sabía muy bien si estaba despierto o dormido, por su impertérrita actitud ante los momentos de peligro; que hacían de su espectáculo una atracción esperada por los espectadores, ya que su fama le precedía en todas las localidades que visitaban.
Esta habilidad le venía, según se dijo, de un cuñado del bisabuelo materno que anduvo, toda su vida, andando en la cuerda floja, dicho en sentido figurado, lo que le ocasionó no pocos quebraderos de cabeza, algún que otro quebranto económico y sobre todo la pérdida del prístino prestigio familiar que desde entonces se vio en entredicho.
Pero llegó un momento que Eufrasio, no se sabe bien porqué, se canso de la cuerda y del circo y como había ya superado su problema del sueño, pensó en sentar la cabeza, buscar una esposa y olvidarse de la vida bohemia.
Se empadronó en un bonito pueblo manchego, se empleó de catador de buñuelos de viento a tiempo parcial, y por las tardes, vigilante de un molino, también de viento, pero que había sido reconvertido en discoteca.
Ha pasado el tiempo y con su vida sedentaria y el sobrealimento de su trabajo mañanero se ha vuelto fondón y ya nadie le reconocería como aquel jovenzuelo funambulista que según decían, caminaba sobre la cuerda floja, siendo sonámbulo.