Don Román Martínez, era el titular de la Parroquia de Juan María de
Vianney, en el barrio del Zaidín de Granada.
En las imágenes que acompañan a
este artículo le podemos ver predicando y oficiando la Eucaristía, me figuro
que en su parroquia, ante la mirada de sus feligreses que escucharían atentos
sus enseñanzas.
Lo que ha ocurrido después no
viene ahora al caso. No sé si habrá cometido actos que tendrán carácter
delictivo y en caso afirmativo si estos delitos habrán o no prescrito. Para mí
eso y ahora no tiene nada que ver con lo que yo quería decir en estas
consideraciones.
Yo me pregunto cómo era posible
que este hombre pudiese actuar de una forma y predicar lo contrario.
Aunque Cristo ya dijo aquello
de “Haced lo que ellos dicen, pero no lo que ellos hacen”; sigo sin comprender
cómo se puede estar viviendo de una forma frontalmente opuesta a lo que te debe
exigir tu conciencia.
La conclusión más evidente es que este hombre no creía lo
que estaba predicando o si algún día lo llegó a creer, luego perdió la fe.
¿Cómo juzgaría en el
confesionario a un feligrés que se acusase de los actos que el practicaba? ¿Dejó
traslucir en sus homilías cual era su concepto de la castidad y el respeto a
los demás? ¿No recordó nunca lo que Jesús había dicho de quienes escandalizan a
los más pequeños? ¿Nunca pensó en cambiar su conducta o, al menos, cambiar de
actividad?
Don Román Martínez, el párroco
granadino, no debía hacer demasiados exámenes de conciencia como él debía
aconsejar a sus feligreses o es que había alcanzado tal cinismo que su
conciencia ya era totalmente insensible, estaba atrofiada o, simplemente, no tenía
¿Y esto de la falta de conciencia, es sólo un problema de
don Román o, desgraciadamente, es un mal endémico que asola nuestra sociedad?