Nos lo decían de
pequeños y nos lo llegamos a creer: “Es mejor lo malo conocido, que lo bueno
por conocer”, o “Más vale pájaro en mano que ciento volando”. Y de tanto oírlo
llegamos a interiorizarlo y nadie se lo atrevió nunca a cuestionar.
Y es que cuando
éramos pequeños, por lo menos en mi pueblo, todos eran muy conservadores o todos tenían demasiado miedo. Eran tiempos
de posguerra y con poco nos teníamos que conformar. Un pájaro en la mano apenas
si daba para comer ese día, pero no era poco; mañana, Dios diría, y veíamos
cómo se escapaba una hermosa bandada de pájaros volando libremente y sin que
nadie les molestase.
Y mira que era
malo lo que teníamos que soportar; pero se nos aseguraba que era muchísimo mejor que lo bueno que podríamos esperar y
que nunca llegaba a suceder.
Pero un día,
siendo ya un poco mayor, pensé que había que arriesgar y no quise el pájaro que
me daban en la mano, cogí un tirachinas y me fui al campo a esperar que pasase
la bandada de pájaros. Es día no comí; ni al siguiente, pero al tercero, el
hambre me hizo afinar la puntería y ese día si comí pájaro y por cierto que me
supo mucho mejor que el que acostumbraban a darme en la mano. Después hubo días
en los que comí más de uno e, incluso, de vez en cuando podía invitar a comer a
mis amigos.
La experiencia me
animó a esperar en el futuro algo mejor que lo que tenía que padecer a diario.
Cuando lo comentaba, todos me decían que no; que era demasiado peligroso, que
todos eran iguales y que los que ofrecían algo mejor también terminarían
engañándote.
Y tuve miedo; me
acordé de los días en que me quedé sin comer mi pájaro, y como ya tenía
familia, casa y un pequeño olivar, nunca me atreví a esperar algo mejor que lo
malo que ya conocía. Pero de un tiempo a esta parte, llevo pensando que podía
ocurrir como cuando invitaba a mis amigos a comer los pájaros que había cazado
con el tirachinas, y he pensado que posiblemente haya que arriesgarse y que
posiblemente sea mucho mejor lo bueno por conocer.