No sé cuantos programas de
televisión se hacen diariamente. Muchos, y muy variados.
Un programa de televisión se
puede hacer de formas diferentes. Uno, que podría ser lo más adecuado, hacer un
guión previo sobre el tema a tratar y luego rodar el programa siguiendo ese
guión; y otro, rodar distintas tomas sobre el tema elegido y luego escoger las
más interesantes para formar el programa.
En el primer caso, sería
necesario que un guionista se asesorase sobre el asunto elegido, contratase a
expertos que aportasen sus conocimientos y con el resultado se hiciese una
planificación y posteriormente el rodaje del guión del programa.
En el segundo caso se encarga a
un redactor que seleccione a “conocedores” del tema, se les convenza que
colaboren, se deja que estos “entendidos” digan lo que les parezca más
interesante y después se organiza lo rodado dando forma a las secuencias y ya
está, más o menos, el programa listo para emitirse.
No cabe duda que el primer
supuesto es mucho más caro porque hay que pagar al guionista y a los asesores,
además de los redactores, cámaras, técnicos de sonido, etc. etc., aunque el
resultado sea más profesional y, seguramente, de más calidad.
En el segundo caso, es mucho más
barato porque no hay guionista y a los “expertos” se les “paga” con ese “minuto
de gloria” de salir en la tele. En este segundo caso, el éxito del programa
está directamente ligado a la capacidad de estos colaboradores desinteresados, a
su fotogenia y su locuacidad.
En una ocasión recibí la llamada
de una productora de televisión para solicitar mi colaboración para la
elaboración de un programa sobre Chinchón. Me dijeron que me conocían mi blog
del Eremita en el que habían visto que existía información muy interesante. Se
iba a titular algo así como “Rincones con encanto” y no solo me pedían la
colaboración para el guión del programa sino también para buscar otros
colaboradores que interviniesen en su realización. Cuando les pregunté cual era
el presupuesto con el que contábamos, me dijeron que todas estas colaboraciones
deberían ser desinteresadas. No me atreví a preguntar cuanto iban a cobrar
ellos a la cadena de televisión y preferí no atender a su “invitación”.
Ahora que está en el candelero el
tema de la propiedad intelectual, ¿Quiénes tienen la propiedad intelectual de
los programas de televisión? ¿Las productoras, las cadenas o los
“colaboradores” desinteresados que son los que aportan las ideas originales
para esos programas?
Porque otro asunto es quienes son
los que cobran. Y es que ya se sabe que en televisión, ahora, los únicos que de
verdad cobran son la Belén Esteban, el Quico Rivera, la Hormigos y esa cohorte de descerebrados
que, parece ser, son los únicos que realmente hacen crecer las audiencias.