El populacho, que se agolpaba en las aceras a lo largo del recorrido, saludaba alborozado a la comitiva de cerca de dos mil invitados montados en sus flamantes automóviles de lujo. Las altas autoridades del país se habían ocupado de que ese día fuese día de fiesta y era obligatorio unirse a la celebración. Hoy no era día de pensar en la crisis ni en las abismales e injustas diferencias sociales, hoy sólo era el día de regocijarse por el enlace del futuro rey, que era retransmitido en directo por todas las cadenas de televisión del mundo.
Pero mañana será otro día.