Con el tiempo, nuestro mundo se va haciendo, inexorablemente, cada vez más pequeño. Cuando te jubilas vas dejando el contacto con los jefes, compañeros, clientes y proveedores, y tu mundo se va constriñendo a la familia, a un círculo de amigos que también se va empequeñeciendo, a los vecinos y poco más.
Y eso tiene sus consecuencias. El “disco duro” de tu cerebro se va quedando vacío, y para ello sigue un proceso muy peculiar. Se van borrando los datos empezando por los más inmediatos y el espacio vacante se va rellenando por datos antiguos que tú creías que ya estaban olvidados. Y esto ocurre en tu subconsciente, sin que te des cuenta de que está pasando. Y ocurre, a veces, que te encuentras con algún viejo conocido, del que casi te había olvidado y ¡te acuerdas de su nombre! y si es tan viejo como tú, él también se acordará del tuyo.
Y como cada día es más grande la parte no utilizada de la memoria de almacenamiento de tu mente, es necesario procurar ir almacenando más información nueva, para que tu cerebro no se contraiga, cosa que no pasa con los ordenadores.
Para esto es útil la lectura, escribir, hacer crucigramas y sudokus y escribir “e-mails” a los amigos; porque lo de escribir cartas ya está en desuso, y lo de llamar por teléfono, además de caro, siempre te equivocas a la hora de buscar la más apropiada, y casi siempre molestas.
Hay quien se dedica a editar un blog, confeccionar “power-points” muy bonitos con frases ingeniosas y fotografías expléndidas, y los hay hasta quienes se dedican a pintar y llegan a hacer unos cuadros maravillosos.
Pero también tiene otra consecuencia física. Tu mundo se va reduciendo a tu pueblo, a tu barrio, a tu casa, a tu habitación. Y ves el mundo exterior por la tele, por el ordenador o, como mucho, por la ventana. Por eso, cuando sales de tu mundo y te mezclas con ese mundo exterior que vive en realidades paralelas, ta vas dando cuenta que cada vez lo conoces menos. Montas en el metro y si no es hora punta puedes fijarte en las personas que van entrando al vagón:
El señor mayor, con el as y un pañuelo blanco al cuello que sale por encima del cuello de la gabardina; sus manos arrugadas y sus lentes que tiene que subirse con el dedo índice para que no resvalen por encima de la nariz. La joven con un “piercing”en la nariz, botas militares negras y móvil con la música a todo volumen que se sienta en el asiento de al lado, mientras su novio con gafas oscuras y peinado con cresta no para de mandarle besitos disimuladamente. La señora con el cochecito de su nieto que tiene que darle una galleta para que se esté quieto. “¿Por favor, señorita, va a salir en la próxima?” El cantautor sudamericano con un carrito en el que porta un altavoz, y una flauta iniciando el “Cóndor pasa” mientras los pasajeros no saben dónde mirar. Ese chico que debe ser aún estudiante con su anorak, sus pantalones vaqueros y su mochila de donde saca un libro para abstraerse durante todo el trayecto. La chica del andén de enfrente que parece desdibujarse cuando arranca mi tren. “Próxima estación Sol. ¡Atención parada en curva, tengan precaución para no introducir el pié entre el vagón y el andén!”
El "espacio exterior" está cambiando demasiado... ¿O es que ya no me acordaba?
Fotos: m.carrasco.m