Estamos acostumbrados a que todos los cuentos terminen bien; y eso es porque terminan cuando tenían que terminar: Cuando el héroe hace su buena acción. Normalmente poco se sabe de la vida anterior del protagonista, y desde luego nada en absoluto de su vida futura, cuando termina el cuento.
Lo de Jesús Neira ha sido distinto. Conocimos su heróica aventura de quijote desfacedor de entuertos y defensor de damas ultrajadas. Entonces también nos contaron quien era y algo de su vida anterior. Después asistimos a su angustiosa agonía y su feliz recuperación. Y ahí debía de haber terminado el cuento. Pero no. El cuento ha continuado.
Y hemos conocido que nuestro héroe, el quijote arrojado e intrépido que no dudó poner en peligro su propia vida para salvar a una indefensa dama, es un hombre normal. Un hombre con sus virtudes y sus bajezas; admirable por esa acción, pero vulgar, resentido, engreído, soberbio, altanero e incapaz de asimilar la fama que su acción le ha proporcionado.
Sus recientes descalificaciones a todo bicho viviente desde su atalaya de héroe dicen muy poco de su inteligencia y, sobre todo, de su hombría de bien.
Lo dicho, que hay cuentos que sería mejor no alargarlos demasiado.