A Cosme le gustaba el tintorro...Bueno, a Cosme le gustaba el tintorro, el clarete, el envocado y todos los etceteras con el denominador común del vino. Pero a Cosme también le hubieran gustado otras cosas.
Ahora le gusta sentarse junto al carolo, y mientras echa los leños ya secos de las patas de noguera, liar un cigarrillo, casi tan delgado como él, y con las ascuas que saca para el brasero, encenderlo; da una larga chupada...
-¡ Cosme ! ¿Cómo hay que decirte que apagues ese cigarro, no ves que molestas?
- Es que... ( y piensa: esta puñetera...)
Pero calla; son ya tantos años de callar... tantos, tantos que ya ni se acuerda.
Se acuerda, eso sí, de cuando trabajaba en la Oficina de Abastos; ¡Qué tiempos aquellos! Recuerda, casi con rubor cómo todos los días, con las propinas, se pasaba por "Casa Toni" a echarse un chato y liar uno de "picado selecto"...
Cosme está calvo, su cabeza parece un pergamino, en sus sienes se marcan unas venas que laten y laten, tan monótonas como su vida.
No hace falta decir, claro está, que Cosme está jubilado. Del siete al doce, todos los meses, el cartero llega con la pensión, son exactamente mil seiscientas cincuenta y cinco pesetas con cuarenta centimos, aunque el duro siempre se lo da a Julián, el cartero, para que se eche unas cañas.
- Mira, Cosme ¿ qué te parece ? esta noche vamos a cenar chocolate hecho, con picatostes.
- Es que ya sabes...
-Nada, nada, ya está dicho, esta noche: ¡chocolate con picatostes!
Es Enriqueta, su mujer, noventa y ocho kilos y setenta y dos años - de ellos sólo sesenta y cinco reconocidos - Había nacido, como dice ella, para mandar. Porque , sigue diciendo - ¿qué iba a haber sido de éste, si se llega a casar con una "panoli" como él ? ¡Díme, si no, de donde han salido los treinta mil duros que tenemos en Correos, y la tierrecita en el Valle, con sus arbolitos y todo...!
Y lo ha escuchado ya tantas y tantas veces que hasta él mismo está convencido...
Cuando fue suprimida la oficina de Abastos, como él había servido durante treinta y cinco años, descontando los tres de la guerra, y ya no estaba para traslados, como caso excepcional y en reconocimiento a su fidelidad, le jubilaron.Tenía cincuenta y cinco años y ninguna ilusión, ahora sigue sin ninguna ilusión pero con casi veinte años más.
Cuando más jóvenes pensaron, al no llegar los niños, en adoptar uno; matizando: lo pensó él, pero como dijo Enriqueta...
No, no se crean, un día se sublevó. Durante varios meses y después de mil cálculos algebráicos había conseguido sisar a Enriqueta cuando le mandaba a la compra. Consiguió reunir ¡cuarenta y siete pesetas! Compró una botella de vino dulce, dos paquetes de "caldo gallina" y otra botellita de vermout y se subió a la cámara. Por fin iba a emborracharse; no lo hacía desde que le tallaron. Cerró la puerta, se sentó en un sillón que había pertenecido a su suegro - Diputado provincial en la República - lió uno de "caldo"...
- ¿Pero se puede saber qué haces? ¡Ya estás abriendo ahora mismo, si no quieres que llame a los vecinos para que echen la puerta abajo!
Y abrió, claro que abrió. Y ya no se le ocurrirá hacerlo otra vez porque se acuerda de aquellos tres meses de comer con agua y de sólo poderse fumar mondas secas de patatas a escondidas.
Cosme piensa que cuando vaya al cielo - porque él irá al cielo - piensa, digo, que allí será una especie de cabo furriel al mando de una escuadrilla de "enriquetas"
-¡Uno, dos; uno , dos; paso. ! ¡Izquierda... izquierda! Media vuelta,¡ Ar !
Y algunas veces se duerme pensando en esto.
Un día, por la mañana, Cosme no se levantará como de costumbre. Enriqueta le gritará. Hasta llegará a enfadarse con él.
-¿ Es que piensas quedarte todo el día en la cama, gandul?
Después se acercará y comprobará que está muerto. Esa será su pequeña venganza. Por fin, una vez, no le hará caso. Y mientras ella llora - porque en el fondo le quiere - y pide ayuda a los vecinos, Cosme, alegre, radiante de felicidad subirá al cielo donde, sin duda, le esperan unos galones - dorados - de cabo furriel.