Su cuerpo todo era una insinuación bajo aquel escueto vestido que apenas si servía como velo ligero para cubrirlo.
Sus labios rezumaban sensualidad y sus ojos se entornaron mientras retiraba sus cabellos para que no entorpecieran la generosa visión de su escote…
- No, Julita, ya no la necesito; cierre el ordenador y puede marcharse…
Solo un minuto antes....
Después de casi dos años no comprendía por qué, todavía, la seguía llamando de usted.
Estaba segura que hoy no se había fijado, siquiera, en su nuevo vestido, a pesar de que dejaba al descubierto parte de sus pechos.
Realmente tenía un jefe un poco raro.
- Don Pedro, son las siete, ¿me necesita para algo?