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martes, 26 de junio de 2012

EL AMO CAPITULO XX


La situación política y social se había deteriorado de tal forma que se podía palpar el ambiente prebélico en las conversaciones y comentarios que se oían en la calle, en las tertulias e incluso en los corrillos vecinales. Casi todos coincidían en que el levantamiento militar era un hecho y así se lo había dicho Genaro.
- Mi suegro, que está muy en contacto con la jerarquía eclesiástica, dice que la situación es insostenible y que la dejación del Gobierno en solucionar la situación de inseguridad no deja más camino a los militares que el tomar el mando por la fuerza. En las altas esferas de la Iglesia temen un ataque frontal hacia todo lo religioso. Sabe de buena tinta que existen contactos de alto nivel con las autoridades militares para tomar medidas urgentes para reconducir la situación.
También en Recondo el miedo se había apoderado de los grandes terratenientes. Sólo escuchar lo de socializar los medios de producción hacía temblar a don Nicomedes y a los demás contribuyentes, que estaban de acuerdo en que era necesario tomar medidas urgentes.
También el Amo coincidía con las previsiones de su hijo.
- Estoy de acuerdo con lo que dice Genaro. En Recondo ya se habla abiertamente de que las tierras tienen que ser para los que las trabajan. Sí, se oye lo del levantamiento militar… pero yo no estoy seguro que se vaya a producir,  y en todo caso, ¿Quién puede garantizar que vaya a triunfar un golpe de estado? Yo creo que habría que tomar otras medidas, porque nosotros somos los que más tenemos que perder… No sé, no sé… habrá que pensar algo…
El tiempo era bueno porque había llegado ya la primavera. Pero en ese viaje a la capital don Nicomedes no se alojó en la casa de Rosa, aunque ya no vivían allí sus hijos. Ni siquiera ella se enteró de esta visita a Madrid. Se alojó en el Hotel Regina de la calle de Alcalá, muy cerca de la Puerta del Sol. Había concertado una entrevista con los representantes de un grupo de inversores que  estaban interesados en comprar fincas de labor en la zona centro de la Nación. Él había traído los certificados de todas sus propiedades rústicas en Recondo y en los municipios limítrofes. Representaban un verdadero imperio de más de quinientas hectáreas en las mejores zonas de cultivo, repartidas por todo el Partido Judicial. Estaba dispuesto a ponerlas todas en venta y quería conseguir el mejor precio posible.
La situación no era la más propicia para efectuar las venta porque también otros terratenientes había llegado a conclusión de que era mejor vender las propiedades que esperar a que se las quitasen ese hatajo de descamisados maleantes que poco a poco se estaban adueñando del poder sindical y político del país.
Las negociaciones fueron arduas y se prolongaron por más tiempo que él había previsto, pero una semana después se había fijado el precio. Un total de trescientas setenta y cinco mil pesetas a pagar en el momento de firmar las escrituras y con la condición de que no entrarían en posesión de las mismas hasta que se recogiesen los esquilmos que había sembrados, dando así tiempo al actual propietario a despedir a los aparceros. Por lo tanto se acordó que los nuevos propietarios entrarían en las tierras a partir del mes de noviembre en las tierras de labranza y en enero del año siguiente en los olivares, para dar tiempo a la recolección de la aceituna. El precio sería satisfecho íntegramente en monedas de oro y plata de curso legal.
Hechas las oportunas gestiones, el señor Notario les citó a las doce horas del día 5 de mayo del año  mil novecientos treinta y seis en su despacho de la calle de Alcalá, muy cerca del hotel donde ese día se alojaron don Nicomedes Gómez Carretero, esta vez acompañado de doña Maria de la Amargura Pastrana de las Olivas, su esposa, a la que no le gustaba demasiado viajar a la capital pero que esta vez no tenía más remedio que acompañar a su esposo para firmar todas las escrituras de compraventa.
Para el viaje habían contratado los servicios de un coche al punto, de la capital, que fue a recogerles a Recondo, les trajo a la capital y les devolvió después al pueblo, ahora ya con su extraordinario tesoro camuflado en un bolso de cuero que habían comprado para esta ocasión y que hizo el viaje de vuelta entre el matrimonio que no lo perdió de vista en ningún momento ni quisieron que el conductor lo depositase en el maletero del coche.
Cuando llegaron a casa las monedas se pusieron en un cofre que doña Margará se encargó de camuflar en un escondrijo que había habilitado en el dormitorio principal del matrimonio.
La situación seguía deteriorándose y el miedo a posibles represalias en el pueblo aconsejaron que Patrocinio la más pequeña que tenía veinticuatro años se fuese a pasar una temporada con unos familiares que tenían en Denia, un pueblecito de alicante, donde estaría tranquila sin ocurría algo en Recondo.
Prepararon la maleta con sus ropas y dos días después montaban su padre y ella en el tren que les llevaría a la capital. Después ella cogería el expreso hasta Alicante, donde la esperaba uno de sus primos para llevarla al pueblo con sus padres.
Cuando despidió a su hija en la estación, se fue a casa donde Rosa le esperaba. Esta vez sólo se quedaría un par de días, y a ella le gustaba hacerle agradable su estancia.
- Rosa, tengo algo muy importante que decirte. Mira, la situación en toda España es muy delicada; tú ya lo ves por aquí, pero en Recondo es mucho peor. Ya sabes que allí nos tienen envidia y me temo que pueda ocurrir algo malo. A mi hija pequeña la he mandado a casa de unos primos de Alicante, y los demás estamos preparados por si tenemos que salir de allí precipitadamente. Entonces no sé si podré venir a visitarte… Para los asuntos de Recondo ya he tomado las medidas necesarias, ahora tenemos que pensar en solucionar lo de aquí…
Aunque él nunca parecía haberse preocupado demasiado de esta su otra familia, en esta ocasión había aflorado en él una desconocida conciencia que le obligaba a responsabilizarse de lo que les pudiese ocurrir. No podía decirle nada a su mujer, que no iba a consentir ninguna “debilidad” hacia los hijos bastardos y su mantenida, por lo tanto se cuidó de que en la venta de las tierras se apartasen cinco mil pesetas, que aparecía en el contrato en concepto de comisiones, y que él retiro personalmente para disponer de efectivo suficiente para lo que él estimase oportuno sin tener que dar explicaciones a su esposa.

- Aquí tienes Rosa. Son tres mil quinientas pesetas en monedas de plata. Guárdalas en un lugar seguro. No se lo comentes a nadie, ni siquiera a los chicos, esto es tu seguro de vida. No sé si te podré seguir enviando el dinero al Monte de Piedad, pero aquí tienes este pequeño capital, que te puede garantizar una vida decente durante muchos años…
Hoy Rosa no tenía ninguna duda de que el Amo la quería de verdad y se avergonzó de los pensamientos que le habían asaltado en algunas ocasiones. Y esa noche se durmieron abrazados aunque antes no habían hecho nada más.
Al día siguiente, cenaron en el Riscal. Por la tarde había estado en el Rialto donde daban, en sesión continua, dos películas recién estrenadas, "Morena clara",  y "Currito de la Cruz", protagonizada por el famoso torero Antonio García "Maravilla". Terminaron dando una vuelta por la Gran Vía para tomarse un "coctail" en la barra de Chicote. Había que celebrar la llegada del verano y despedirse, porque el Amo ya no pensaba volver hasta después de las fiestas patronales de Recondo.

jueves, 21 de junio de 2012

EL AMO CAPITULO XIX


Todo el pueblo se había echado a la calle. Las manifestaciones recorrían las principales avenidas de la capital, desde la Carrera de San Jerónimo a la Plaza de Oriente. La puerta del Sol, la Plaza Mayor y la Gran Vía estaban repletas de manifestantes con grandes pancartas, vitoreando a la República y lanzando “mueras” al Rey, que había tenido que salir del país esa misma noche.
El pueblo no podía resistir la situación de total penuria económica y los políticos no habían sabido poner coto a la degradación a que había llegado la vida política y social de España. En las últimas elecciones municipales que se terminaban de celebrar los monárquicos habían ganado en los pueblos pequeños, como había ocurrido en Recondo, pero los republicanos lo habían hecho en las grandes capitales. El pueblo lanzado a las calles había obligado a las Cortes a proclamar la República.
Los más exaltados provocaban graves disturbios por toda la ciudad. Hubo intentos de asalto en iglesias y conventos, algunos curas fueron atacados y la inseguridad se adueñó de las calles. El gobierno había decretado la amnistía para los delitos políticos y en el ambiente se respiraba una euforia contenida en el pueblo, pensando que con la proclamación de la República se iniciaba la solución de la mayoría de sus problemas. La alta burguesía se había encerrado en sus casas intentando no provocar a las clases trabajadoras que durante estos días se había adueñado de las calles. En los pueblos la situación realmente no había cambiado casi nada. La clase dominante controlaba todos los resortes del poder político, social y económico y no iba a permitir que las leyes que dictase la nueva República tuviesen vigencia en su vida cotidiana.
Fueron especialmente graves los sucesos ocurridos en la mañana del día 10 de mayo. Los partidarios del depuesto rey Alfonso XIII iban a inaugurar en la calle de Alcalá el Círculo Monárquico. Al escucharse desde la calle los acordes de la Marcha Real, algunos viandantes intentaron asaltar el edificio y tuvieron que intervenir las fuerzas de orden público.
Se empezó a propagar por toda la ciudad la noticia de que un taxista había sido asesinado por los monárquicos en los enfrentamientos y un grupo de exaltados se dirigió al edificio del periódico ABC para incendiarlo. Aunque la Guardia Civil logró evitar el asalto, en los enfrentamientos varias personas resultaron heridas, lo que contribuyó a preparar los lamentables sucesos que ocurrieron los días siguientes.
Varios edificios religiosos fueron asaltados. Se quemó una casa de los Jesuitas en la calle Isabel la Católica con su iglesia y la biblioteca que guardaba más de 80.000 volúmenes, entre ellos muchos incunables y ediciones príncipe de los principales autores españoles del Siglo de Oro.
Ardió también el Colegio de la Inmaculada y San Pedro Claver y el Instituto Católico de Artes e Industrias de la calle Alberto Aguilera, el Centro de Enseñanza de Artes y Oficios de la calle Areneros, la Parroquia de Santa Teresa y San José de los Carmelitas Descalzos de la Plaza de España, el Colegio del Sagrado Corazón de Chamartín, el Convento de las Mercedarias Calzadas de San Fernando, y varios edificios religiosos más por todo Madrid.
Quedó en la memoria colectiva con el nombre de “La quema de los Conventos de Madrid” y muchos lo justificaron considerando que era la respuesta lógica a la pastoral que el Cardenal Pedro Segura había publicado unos días antes, en la que instaba a los fieles a unirse para salvar los derechos amenazados  de la Iglesia; lo que para muchos republicanos era una declaración de guerra, y que ayudó a incrementar el sentimiento anticlerical de muchos ciudadanos
Pero, poco a poco, la vida de la ciudad se iba normalizando y poco o nada había cambiado para Rosa y sus hijos. Rosita estaba preparando su boda con un joven dependiente de una tienda textil de la calle Pontejos, que había conocido cuando acompañaba al señor Emilio para comprar las telas para los trajes de torero. Evaristo, que así se llamaba el buen mozo, era de un pueblo de Toledo llamado Menasalvas, y había llegado a la capital buscando nuevos horizontes, porque el pueblo no ofrecía a los jóvenes ninguna salida laboral, como no fuese la de permanecer ligado a la tierra, dependiendo únicamente de los jornales que quisiesen pagar los dos o tres terratenientes que eran los dueños de todo el pueblo.
A Rosa le había parecido bien la elección de su hija y se iniciaron los preparativos de la boda. Rosita había cambiado de trabajo y ahora bordaba para un taller muy importante que la habían admitido porque eran clientes conocidos de la tienda donde trabajaba Evaristo. Se iban a ir a vivir de alquiler a una pequeña vivienda en una corrala de la calle Sacramento y con el sueldo de los dos podrían ahorrar para en unos años buscar una vivienda mejor.
En realidad la boda no tenía mucho que preparar. Los padres del novio vivían demasiado lejos y eran demasiado pobres para venir hasta la capital sólo para la boda del hijo. Nicomedes tenía dicho que él no podía venir a la boda de la niña, para evitar que alguien lo pudiese reconocer y que la noticia llegase a Recodo y tuvieron que recurrir de nuevo al trabajo que le mantenía tanto tiempo alejado de la familia; no obstante mandó al Monte de Piedad cien pesetas, para que Rosa pudiese hacer un buen regalo a los novios.
Por tanto, el acompañamiento se iba a reducir a la madre de la novia, a Genaro que iba a ejercer de padrino y Emilita, su novia, a una hermana de Evaristo que estaba sirviendo en la casa de un anticuario que tenía la tienda en la calle Toledo y que sería la madrina, el dueño de la tienda de telas, la dueña del taller de bordados, y la Julita, la señora Susana, su marido el señor Braulio y el señor Emilio, los vecinos de la casa.

La ceremonia se celebró en la Iglesia de los Paúles. La novia lucía un traje negro de crespón, y un mantoncillo bordado que era regalo del señor Emilio, que había llegado a tomar un gran cariño a la joven. Después, la madre de la novia ofreció a todos los asistentes una suculenta comida en su casa. En la salita colocaron la mesa de los patrones que habían bajado del taller del señor Emilio; trajeron sillas de las casas de los vecinos; añadieron platos,  vasos y cubiertos de la vajilla y la cristalería de la señora Susana; sacó un mantel que le regaló el Amo cuando deshicieron la casa de sus padres, con lo que la mesa nupcial no desdecía en nada a la del mejor restaurante de Madrid. Preparó unas chacinas de aperitivo, un guiso de carne de ternera, y de postre unos dulces típicos de Recondo, que llamaban pestiños, con una copita de aguardiente anisado también típico de allí. El novio obsequió a los hombres con unos puros habanos que había conseguido de estraperlo.
Genaro ya había cumplido los veintitrés y estaba trabajando en la tienda de velas de don Bernardo, el protector de Julita. Cuando terminó el Colegio con don Lorenzo, gracias a los buenos oficios de la vecina, el muchacho  entró a trabajar en “La Cera Virgen” donde empezó a conocer todos los secretos de la industria cerera y a relacionarse con parte del clero de la Corte que eran los principales clientes de la tienda; también daban servicio a clientes particulares que todavía utilizaban este medio como alumbrado de las casas aunque poco a poco iba disminuyendo este mercado. Allí también conoció a Emilita, la hija del jefe que no tardó en enamorarse de ese muchacho tan simpático y sanote que desde un principio había puesto sus ojos en ella.
Cuando pensaron en preparar esta boda, sí se plantearon más problemas a la hora de justificar la ausencia paterna. Los padres de Emilita pertenecían a la burguesía acomodada de la capital, con muy buenas relaciones con las autoridades eclesiásticas, y no iban a admitir la situación familiar del novio. Por lo tanto era necesario buscar una escusa inapelable que impidiese la presencia del  padre.  
Decidieron organizar todo como si él fuese a estar presente. En una de sus visitas, Rosa le convenció para que conociese a la novia de Genaro y que era necesario hacer frente a los gastos de la boda que debía estar en consonancia con la categoría de la familia de la novia. Él, como solía ocurrir cuando era un tema de dinero, no puso ninguna objeción a pagar la parte proporcional de los gastos, pero mantuvo inalterable su decisión de no asistir a la ceremonia.
Dos días antes de la boda se recibió un telegrama anunciando que don Nicomedes, comandante del mercante “La Colonial” estaba retenido en Génova, por no se sabía qué asuntos de aduanas, que no se podrían solucionar en, por lo menos, una semana. Lo inminente de la ceremonia y estando ya hechos todos los preparativos, hacían imposible aplazarla, por lo que la ausencia del padre del novio quedó para todos ampliamente justificada.
La ceremonia tuvo lugar en la Colegiata de San Isidro, oficiando la misa don Emiliano, el canónigo tío abuelo de la novia, que pronunció un sentido y emocionado sermón, exaltando las virtudes de María Emilia, él nunca empleaba el diminutivo para referirse a su sobrina, a la que también había bautizado.
Después, el banquete se celebró en Casa Botín, bajo el arco de Cuchilleros, muy cerca de la Iglesia, junto a la Plaza Mayor. Por parte de la familia de la novia hubo más de cuarenta invitados, entre los que se encontraban el deán de la catedral y varios clérigos de alto rango que tenían una influencia directa en las relaciones comerciales de “La Cera Virgen” con la Jerarquía eclesiástica. Por la familia del novio, Rosa que fue la madrina, su hermana y cuñado, y la tía Mercedes, hermana de la madre, que había llegado expresamente desde Recondo para esta celebración. La Julita no podía ir porque no querían poner en un compromiso al padre de la novia, aunque ninguno de la familia conocía su existencia.
Los recién casados se irían a vivir a un piso, encima de la tienda de velas, que les habían preparado los padres de la novia, para que pudiesen atender el negocio sin necesidad de hacer grandes desplazamientos, porque últimamente la capital se estaba poniendo imposible con todo el tráfico que había por las calles.
En su siguiente visita, el Amo había traído un pañuelo de seda italiana, como regalo para la novia y como justificante de su estancia en esas tierras, aunque lo había comprado Rosa, unos días antes, en una tienda muy elegante de la calle Fuencarral.
Desde que se habían casado los dos hijos y la Rosa estaba sola en casa, las visitas del Amo eran más frecuentes. Y no ya por los motivos de antaño, sino porque aún le gustaba contarla sus hazañas.
En una de estas visitas contó lo que le había pasado justo al día siguiente de proclamarse la República.  Se llamaba Juanita  y era una muchacha muy bonita a la que había echado la vista desde que entró a servir al Solar. Era menuda y muy poquita cosa pero estaba muy desarrollada y tenía dos buenas tetas. Estaban solos en la casa y la arrinconó en el dormitorio. Hizo que se desnudase delante de él y la obligó a chupársela. Ella se resistía pero él la agarró por los pelos y puso su cabeza entre sus piernas… Entonces ella vomitó y él la sacudió un bofetón…
- Y la salvó que llegó mi primo el Alcalde para anunciarme lo de la proclamación de la República, que si no… Y la sinvergüenza todavía decía que era virgen y que no lo había hecho nunca, ni con su novio… Que digo yo, ¿Es que los jóvenes de ahora son todos maricas?...  Luego la muy puta se fue de casa sin despedirse y no volvió más por el Solar…
- Amo, un día te vas a meter en un buen lío. Las cosas están cambiando y ya no se puede ir por ahí avasallando a la gente. Tienes que tener cuidado, que ahora los sindicatos tienen mucha fuerza y si te denuncia esa muchacha te puede complicar mucho la vida… No pienses que ahora son las cosas como antes… como cuando lo nuestro… ahora es diferente, y ya no se tiene respeto a los señores… ¡Tienes que tener cuidado!
- Ya sabes que en Recondo nunca pasa nada…
- Pero no se habrá enterado nadie… ¿Ella no lo habrá dicho, no?
- ¡Qué se yo!... la verdad es que el otro día, me había tomado unas copas en el Casino y se me fue un poco la lengua… ya me conoces, me gusta presumir… y además ella me estaba provocando siempre y se lo tenía merecido… Yo no sé cómo, pero se enteró mi mujer y me tuvo “castigado” durante casi un mes sin dejarme venir a Madrid… Ya te he contado cómo se las gasta doña Margara…
- Amo, tienes que tener más cuidado, que ya no es lo mismo y ahora puede pasar cualquier cosa.
Rosa, que le conocía bien y sabía cómo pensaba, se preocupaba porque pensaba que algún día alguien podía darle su mercido. En situaciones como esta, ya no sabía si le tenía lástima, si le despreciaba, o si aún sentía algo por él. Tenía ya más de cincuenta años. Su aspecto había cambiado demasiado. Su vientre prominente, sus piernas flácidas, su cara siempre demasiado roja, sus ojos que parecían tener dificultad para abrirlos, su mirada siempre esquiva, su pelo cada vez más escaso y su boca demasiado carnosa con unos labios en los que resaltaban unas pequeñas venitas de color morado, le daban un aspecto algo repulsivo si no fuera porque todavía le debía tener algo de cariño.
En muchas de estas visitas, el Amo ya ni le exigía lo que doña Margara llamaba el débito conyugal.
Y también, desde que se habían casado sus hijos, como Rosa se encontraba muy sola en casa y las visitas del Amo no ya no eran demasiado frecuentes, siempre con mucho cuidado y sin que nadie se enterase, Silverio solía pasar algunas noches para dormir con ella, procurando salir muy de madrugada para que ni la Julita pudiera enterarse.

martes, 19 de junio de 2012

EL AMO. CAPITULO XVIII


Pero todo este asunto del chico del señor Justino le hizo pensar a Rosa en la situación de las gentes que había a su alrededor. Realmente ella era una privilegiada. Lo que se veía a diario por la calle mostraba la miseria generalizada en la que vivía el pueblo. Los pordioseros llenaban plazas y calles; cientos de mendigos que se ganaban la vida implorando la caridad pública, y que no tenían más alternativa que la delincuencia. Y muchas mujeres terminaban inexorablemente en la prostitución, al no tener medios decorosos para poder subsistir, olvidando, si era preciso, hasta el ilustre linaje de sus progenitores. Le había dicho su vecina Juanita que había oído que más de la mitad de las mujeres de Madrid, de una u otra forma, ejercía o había ejercido la prostitución. Y lo explicaba así:
- Mira, Rosita, una parte son las que han sido seducidas por sus amantes, como nos ha ocurrido a nosotras, otra parte son criadas que no ganan lo suficiente y tienen que buscarse la vida como pueden, y el resto han llegado a esto por la miseria; unas pocas, son modistillas y algunas, hasta que han sido vendidas por sus propias familias… Nosotras somos de las privilegiadas, que podemos vivir una vida decente y somos respetadas… pero en nuestro caso hay muy pocas… Lo dicho, Rosita, nosotras hemos tenido mucha suerte…
Pero este asunto también tuvo otra repercusión para ella y sin que, al principio, fuese consciente de sus consecuencias. Lo ocurrido había arruinado la vida del señor Justino y del resto de sus hijos. Aunque las autoridades llegaron a la conclusión de que ni el padre ni los demás hijos eran conocedores de lo que había ocurrido ni habían cooperado en el crimen, el hecho es que afectó a su vida personal y a su trabajo. La noticia había corrido por todo el barrio y los clientes tenían miedo de llevar su calzado al taller de un criminal, porque las disquisiciones entre culpabilidad e inocencia son difíciles de discernir y es más fácil determinar la culpabilidad de todos, que aunque hubieran quedado libres, sabe Dios, si no estaban también compinchados.
Como había bajado el trabajo, era frecuente ver a los hijos entrar y salir del taller, en el que muchas veces sólo quedaba el padre que no salía de allí porque decía que no tenía ánimos para ver a nadie. Silverio, el mayor, que aún seguía soltero, seguía siendo un hombre amable y simpático y muy apreciado por todos los vecinos y era considerado como uno más de la casa.
Rosa se paraba a veces en el portal para charlar un rato con él, y más ahora que le veía más triste y cabizbajo por todo lo que había ocurrido y por el giro que había dado su vida, por la falta de trabajo y por ver cómo les rehuían incluso sus antiguos amigos.
- Muchas gracias señora Rosa, ya sé que todo esto tendrá que cambiar, pero lo estamos pasando muy mal… sobre todo mi padre, que no sé si lo va a resistir… Dice que no quiere vivir, y yo creo que no va a ser capaz de sobreponerse…
Y se le saltaban las lágrimas; lo que difícilmente no ablandaría el corazón de una mujer y más tratándose de un hombre hecho y derecho, y además bueno, amable y todavía bien plantado.
- Tienes que tener ánimos, Silverio, ya verás, todo esto pasará…
Le cogió instintivamente de la mano y él apretó la suya trasmitiéndola una sensación desconocida para ella. Su piel captó un sentimiento de ternura y verdadero afecto que nunca había sentido. Fueron no más de cinco segundos. Ella apartó su mano, pero sus ojos se encontraron con los del hombre y sus lágrimas parecieron reproducirse en sus propios ojos.
- Gracias, muchas gracias, señora Rosa…
Él, como todos los vecinos, conocía su situación; pero también, como todos ellos, lo disimulaba y hablaba del señor que venía a verla como si realmente fuese su marido que era marino y tenía que pasar mucho tiempo fuera por culpa del trabajo.    
- Dime Rosa, soy más joven que tú.
Ella subió precipitadamente los dos tramos de escalera que daban a rellano del primero, él entró en el taller. Los dos sabían que algo podía haber nacido entre ellos, pero Rosa se resistía a admitirlo. Él había encontrado un aliciente para seguir viviendo. Durante las siguientes semanas Rosa trató de evitarle y si se encontraba con él en el portal pasaba junto a él sin detenerse y casi sin atreverse a mirarle.

Y un día de esos volvió el Amo, como siempre sin previo aviso para quedarse unos días. Esta vez le encontró más despótico y más intransigente; dijo que no estaba de humor para hablar de sus aventuras amorosas, lo que realmente era sorprendente porque era prácticamente su tema preferido de conversación. Sin embargo pareció estar más atento con los niños y se interesó de los progresos de Rosita en el bordado y del aprendizaje del niño en la escuela.  Y el primer día se fue a la cama nada más terminar de cenar y cuando ella llegó con un camisón nuevo que se había comprado, él ya dormía plácidamente.
Al día siguiente después de prepararle el café con una rebanada de pan tierno que ya había traído de la compra, con aceite y azúcar, acercó una silla para sentarse junto a él. Rosita había subido a bordar con el sastre y el Genarín estaba en el colegio.
-¿Te pasa algo, Amo?
- Margara no me deja vivir. Se ha propuesto que no pueda acercarme a ninguna de las criadas y está detrás de mí todo el día. Dice que le ha dicho el cura que ella tiene la culpa de que yo sea así, porque no quiere tener relaciones conmigo… y se ha empeñado en que todos los días tengamos fiesta. Si es como un saco de patatas… y claro, así no se me levanta… Ella se pone a llorar, dice que no la quiero, intenta ponerse amorosa… pero no sabe…
- Pues enséñala tú… dile lo que tiene que hacer… lo que a ti te gusta… lo que yo te hago…
- ¡Tú estás loca! ¿Cómo me va a hacer ellas las guarradas que tú me haces?
- ¿Estás diciendo que yo soy una guarra?
- ¡Déjate de tontunas y vamos a la cama, que ahora me he animado!
Por primera vez el Amo le pareció un ser despreciable y cruel. Hasta ahora no había querido ver la realidad y se había querido engañar ella misma. Intentaba disculparle, decirse que era como un enfermo que no se podía controlar, y que con ella se había portado bien y que a veces parecía que la quería… Pero en ese momento se le pusieron delante todas las jóvenes criadas a las que había tomado por la fuerza, todas a las que había destrozado su vida, la misma doña Margara que bien estaba pagando su engaño, para atraparle, con una vida llena de desprecio y soledad a pesar de su posición económica. Y se vio a ella misma como la más furcia de las mujeres, que se había vendido por una vida regalada y sin trabajo a cambio de reírle sus fechorías y de satisfacer sus más depravados deseos sin recibir una muestra de ternura y verdadero cariño. Él parece que también esta mañana quedó satisfecho, pero ella tuvo que ir al retrete a vomitar.  
Siguió muy raro los días siguientes; salieron dos tardes de paseo con los niños y se volvió a Recondo, aunque no dijo cuando pensaba volver.
A la mañana siguiente bajó al bajo a dejar unas sandalias del niño, que no es que fuese demasiado urgente su reparación, para que les arreglasen las suelas que se había desgastado. Estaba sólo el señor Justino, al que encontró muy desmejorado, quien prometió que se las arreglaría rápidamente porque ahora, desgraciadamente, no había demasiado trabajo; pero que no se molestase que él o alguno de sus hijos se las subirían cuando estuviesen arregladas.
Ella había pensado que vería a Silverio y ahora se dijo para sí que ojala fuese él quien las subiera. Sólo este pensamiento la hizo ruborizarse y eso que nadie la veía. Nadie llamó esa tarde a su puerta a excepción de Rosita cuando volvió de buscar a su hermano del colegio.
Estaba sola en casa, ya había tomado la leche con achicoria y un trozo de pan del día anterior. Se azaró cuando golpearon la puerta y salió a abrir atusándose el pelo.
- Buenos días, Rosa, vengo a traerte las sandalias del chico.
- Entra, Silverio, ¿Cuánto es?
- No, nada, no tiene importancia… no es nada.
- De ninguna manera, ahora están las cosas mal y tienes que cobrarme, si no, ya no volveré a llevaros más trabajo…
- Bueno… si te pones así, es un real…
Ella entró en la cocina, para sacar los veinticinco céntimos…
- ¿Quieres un poco de leche con achicoria? Lo acabo de preparar…
Él se atrevió a cogerla por la cintura y la besó en los labios. Ella no se resistió y le atrajo hacia el dormitorio. Él no era demasiado experto en estas artes pero suplió sus carencias con un respeto y una ternura a los que ella no estaba acostumbrada. Su torpeza y precipitación a ella le parecieron delicadeza y amor descontrolado.
Cuando terminaron no sabía si había sido demasiado corto o que a ella se le había pasado el tiempo sin sentir. Durante unos segundos permanecieron tumbados en la cama cogidos de la mano. A sus edades, ya las necesidades amorosas tenían unos ritmos más pausados y unas urgencias menos perentorias. Ella, realmente no necesitaba un amante, sólo necesitaba un amigo. Él se levantó un poco azarado y la volvió a besar en los labios. Ella le correspondió, pero antes de que se marchara, le cogió por la mano…
- Esto no se puede repetir… no sería bueno para ninguno de los dos... No quiero que mis hijos se puedan enterar y mucho menos que se entere mi Amo y pierda todo lo que tengo… Gracias Silverio, pero esto no se puede repetir.
Sólo se enteró la Julita que siempre estaba al acecho y nadie se explicaba cómo podía enterarse de todo lo que pasaba en la escalera. Pero ella era una amiga y su secreto estaba a salvo.

viernes, 15 de junio de 2012

EL AMO CAPITULO XVII


Pero el tiempo, al parecer, no parecía muy dispuesto a decir nada, y poco a poco se fueron apagando las aficiones policíacas de los vecinos. Lógicamente se terminaron las reuniones en el taller de costura del sastre de toreros, pero Rosa cogió un poco de confianza con el señor Emilio y un día pasó a visitarle. Lo había consultado con la señora Susana, y le había dicho que la mejor hora era a media mañana, que era cuando de mejor humor estaba.
- Pues mire usted, señor Emilio; disculpe mi atrevimiento, pero ya sabe que mi Rosita se ha hecho ya una mocita y ya no tiene edad para seguir yendo al colegio, porque ya sabe leer, escribir y sabe hasta dividir por tres… el caso es, sabe usted, que las cosas no están muy bien… y yo había pensado que si podría venir al taller para que al menos fuese aprendiendo un oficio. Ella es un chica muy callada y muy trabajadora… y además muy predispuesta para aprender… si usted le fuese enseñando a bordar… lo del sueldo ahora no es importante… lo principal es que ella, ya le digo, vaya aprendiendo un oficio… y yo se lo iba a agradecer mucho, señor Emilio.
El sastre sabía que estas cosas no funcionaban casi nunca, porque cuando eran conocidos, los aprendices se tomaban demasiadas confianzas y no los podía reprender si hacían algo mal. No obstante, la chica parecía espabilada y a la madre la había cogido aprecio… y más por su situación… porque aunque oficialmente estaba casada y su marido era marino, por lo que pasaba muchas temporadas fuera, ya todos en la casa sabían cual era el verdadero estado de la Rosa.
Así que a partir de primeros del mes siguiente, todas las mañanas salía Rosita de su casa para subir al segundo piso, con el firme propósito de aprender a bordar alamares para los trajes de torero.
El Amo había distanciado las visitas, aunque los ingresos en la cartilla del Monte de Piedad llegaban siempre puntuales, por lo que Rosa vivía con una cierta holgura y sin pasar las estrecheces a las que la gente humilde está acostumbrada.
Ahora, Rosa vestía de luto riguroso por la muerte de sus padres, que en menos de tres meses habían muerto los dos. El médico había dicho que de mucho vivir y mucho penar y es que realmente los dos habían tenido una vida llena de penurias y carencias y que al no haber tenidos hijos varones les impidió prosperar, porque era bien sabido que sólo habiendo abundancia de mano de obra se podía alcanzar prosperidad y la posibilidad de escalar otras posiciones sociales. Además se podía decir que habían tenido una vida demasiado larga, puesto que la esperanza de vida media era de unos treinta y cinco años, que aún era menor en las clases sociales más bajas.
Cuando Rosa recibió la noticia no pudo ir a Recondo, porque una de las cosas que le había prohibido el Amo desde que se casó con doña Margara, era que la viesen por allí, para evitar las habladurías y que se pudiese conocer su relación con su familia. Así que lloró en soledad la muerte de sus padres que sólo comunicó a la Julita y a la señora Susana.
La Rosita hacía progresos en su aprendizaje en el arte de los bordados, y el señor Emilio estaba muy satisfecho de la actitud de la muchacha, de su carácter callado y de su recato y docilidad. Genarín, como ya todos le llamaban en la vecindad, se criaba como un niño fuerte y despierto y la Rosa había pensó llevarle lo antes posible a la escuela de don Lorenzo, ahora que ya no tenía que pagar las clases de Rosita, y en ese curso había empezado el chiquillo su formación educativa, sin mucho entusiasmo, todo sea dicho. El bueno de don Lorenzo era lo que, por entonces, se llamaba un “maestro ciruela” que apenas reunía alumnos suficientes para garantizarse una vida medianamente decente y poder dar de comer a su mujer y a sus tres hijos, porque él estaba acostumbrado a las estrecheces y se conformaba con bien poco.
Pero de nuevo los vecinos volvieron a recordar la terrible muerte del señor Cosme, cuando varios funcionarios de la brigada policial empezaron a visitar con asiduidad la casa. No decían nada, no preguntaban nada. Se limitaban a entrar en el patio, tomar medidas de la altura de la ventana de la cocina del señor Cosme. Subían al rellano del primer piso y escrutaban cualquier rendija, cualquier desperfecto de la puerta.
Volvieron de nuevo pasados unos días, pero esta vez visitando uno a uno a cada vecino del edificio. Sólo preguntaban si habían visto algo ese día; si desde entonces habían notado algo extraño en el comportamiento de alguno de sus convecinos. Aseguraban que no se sospechaba de nadie en el edificio y que estos interrogatorios eran sólo rutina para ir descartando sospechosos.
Visitaron todos los pisos del inmueble, incluso el taller del bajo del señor Justino y la bodega del señor Severiano. Ahora, parece ser, buscaban si alguno tenía una escalera que fuese lo suficientemente alta para llegar a la ventana del señor Cosme desde el patio interior de luces del edificio. Sólo en el taller de zapatería había una que se utilizaba para alcanzar los pares de zapatos que se almacenaban en unas estanterías de madera que llegaban hasta el techo.
Pero seguían sin dar ninguna pista a los intrigados aficionados a investigadores, que habían vuelto a reunirse uno o dos días en casa del sastre, pero sin llegar a ninguna conclusión, aunque ahora ya no eran los hijos los únicos sospechosos.
Dos semanas después, una mañana temprano, llegó una dotación de policías que tomaron la puerta del edificio. Dos entraron al portal y bloquearon las escaleras de subida. Después llegó el Inspector Páez acompañado por otro policía de paisano que debía ser de la brigada secreta. Dos policías más entraron bloquearon la entrada de los dos locales comerciales. Llamaron a la puerta del taller; salió a abrir el señor Justino, que por su cara se podía deducir que sabía a ciencia cierta a lo que había venido la policía.
Sólo unos minutos más tarde, Servando, el segundo de sus hijos, salía esposado y acompañado por los dos policías que acompañaban al inspector.


Al día siguiente ya conocían todo lo ocurrido. El muchacho, había confesado todo. Sabía por el propio señor Cosme que tenía el dinero en casa, aunque se llevó una buena sorpresa cuando vio la cantidad. Nada menos que tres mil cuatrocientas veinte pesetas, la mayoría en monedas de oro y plata, que escondía en una bolsa de tela azul que guardaba en una lata metálica que a su vez había puesto en un doble fondo de uno de los cajones del armario. Subió por la escalera de mano hasta llegar a la ventana de la cocina que no tenía ningún sistema de seguridad. Él lo conocía perfectamente porque lo veía todos los días. Hasta había probado con anterioridad si era posible acceder a la vivienda desde allí.
Ese día salió del taller con su padre y sus hermanos, pero volvió pasada la media noche. Nadie le vio llegar, ni nadie, después le vio salir. Se había puesto una capucha con un antifaz negro;  colocó la escalera debajo de la ventana y subió sigilosamente. Dio un golpe seco en el cristal que se rompió cayendo algunos trozos al suelo de la cocina, pero nadie pareció oír nada. Si no se despertó con este ruido, él pensaba que el viejo no se despertaría, y tenía toda la noche para encontrar el escondrijo del dinero. Buscó por todo el piso sin éxito, por lo que pensó que debía estar en el dormitorio. El señor Cosme dormía en la cama y fue tanteando el armario, sacó la ropa con mucho cuidado de no hacer ruido, sacó los cajones y en el grande de la parte de abajo advirtió que tenía un doble fondo. Fue cuando quitó la tabla que cubría ese fondo cuando despertó el viejo. Se asustó mucho, medio en penumbra y con una reacción bastante irracional, se abalanzó sobre el ladrón. El muchacho le empujó y el viejo cayó hacia atrás y se golpeó con la cama. Quedó petrificado cuando observó que le salía mucha sangre por la nuca. Cogió la bolsa sin saber realmente lo que contenía. Se dirigió a la puerta de entrada que tenía las llaves puestas en la cerradura. Abrió, las tiró al suelo, descorrió el cerrojo, tiró de la puerta cuidando que no diese portazo y bajo con sigilo las escalera. Salió al patio, retiró la escalera, entró en el taller y se sentó, desfallecido por la tensión y los nervios, en la mesa en la que él trabajaba todos los días arreglando zapatos.
Entonces se dio cuenta del dinero que tenía en sus manos y se asustó aún más de lo que estaba, sabiendo que había matado a ese pobre hombre. Escondió su botín en un agujero que ya había preparado en un rincón del taller, debajo del material y se fue a su casa, sin que nadie viese ni sospechase nada.
Sabía que no podía delatarse por cambiar de hábitos y gastar más dinero que de costumbre, por eso decidió que no lo utilizaría hasta que no se hubiese olvidado todo el asunto. Pero cometió dos errores. Uno motivado por su impaciencia, porque cambió una de las monedas de oro a un prestamista para tener dinero suelto con el que poder darse algún capricho con los amigotes y correrse una aventura con una furcia a la que tenía echado el ojo en una mancebía de la calle Postas.
Y el otro, que fue el que le llevó a ser descubierto, fue su desconocimiento de los nuevos métodos científicos que estaba empezando a utilizar la policía científica. La ciencia dactiloscópica. Para hacer el robo había previsto taparse la cara y la cabeza, pero no se había preocupado de ponerse unos guantes en las manos. Por desgracia para él, sus huellas habían quedado marcadas en los cristales de la ventana y en algunas superficies planas de los muebles. Como era una ciencia todavía en experimentación, la policía decidió no actuar de inmediato porque no tenía una muestra con que comparar las huellas, y decidió esperar.  Fue entonces, cuando el prestamista que era confidente policial, les habló de una moneda de oro que había llevado un joven, que además demostraba un cierto nerviosismo.
El muchacho fue juzgado, encontrado culpable y condenado a morir a “garrote vil”; porque, como, decía el señor Braulio, en estos tiempos se castigan preferentemente, y a veces con penas excesivas, los delitos contra la propiedad; precisamente porque «el mayor crimen contra la propiedad es no tener propiedad»
La Rosa, se lo repitió a su hija una y mil veces.
- Hija, hay que ser honrado, porque, al final, el que hace mal, lo termina pagando.

martes, 12 de junio de 2012

EL AMO. CAPITULO XVI


Durante unas semanas las puerta del piso estuvo precintada por la policía y de vez en cuando aparecían por allí distintos funcionarios de la Científica que se encerraban en el piso, se supone que para hacer las investigaciones que requieren estos casos.
Unos días después llegaron los hijos que ya habían recibido autorización para entrar en la casa, sacaron algunos enseres y pusieron un gran candado en la puerta. Comentaron a la señora Susana que era con la que más confianza tenían, que por ahora iban a dejar cerrada la casa y después pensarían qué hacer con ella.
El caso es que el suceso había soliviantado el ánimo de todo el vecindario y muy especialmente de los propios inquilinos del inmueble, y había tenido una abundante repercusión mediática  en las gacetillas de sucesos, que lo habían bautizado como “El crimen de la calle Leganitos”.
Los vecinos del edificio, y muy particularmente a los de la escalera principal, estaban conmocionados por lo ocurrido. Era el comentario diario entre ellos y ninguno se creía del todo la versión oficial, aunque estuviese respaldada por el prestigioso inspector Páez, a quien ya todos se referían por su mote del “Dandy”.
- Mi Braulio dice que hay muchas cosas que no se han aclarado….
El marido de la señora Susana, que era de carácter retraído, poco hablador y buen observador; por su trabajo de acomodador, había aprendido mucho de las obras de enredo y misterio que regularmente se programaban en el teatro y sobre todo en las películas del cinematógrafo, porque también hacía algunas sustituciones en el Cine Doré de la Carrera de San Jerónimo, lo que le daba oportunidad de visionar todas las películas. Había estado muy atento a las pesquisas de la policía y encontraba algunas contradicciones que a su entender no había sido suficientemente aclaradas.
En el taller del señor Emilio, se había formado el gabinete de investigación que iba a descifrar el misterio de la muerte del señor Cosme. A la hora de la siesta, se reunían todos los componentes del equipo, a saber; el propio Braulio y su esposa, la Julita y la Rosa, que no estaban muy al tanto de las técnicas de investigación, pero que ponían mucho interés y solían aportar detalles que a los demás se le podían haber pasado; y el anfitrión que esto de la investigación criminal parecía haberle sacado de su natural apatía por todo lo que le rodeaba.
- Lo primero que no cuadra en este caso es lo de que el ladrón… o lo que sea… entrase por la ventana. Efectivamente había cristales rotos en el suelo de la cocina y eso indica que se rompieron desde fuera… ¿Pero no pudo abrirse primero la ventana y después romper el cristal, para despistar a los investigadores? Y además, venid conmigo a la cocina…
Todos le siguieron y a indicación suya se fueron asomando uno a uno por la ventana.
- ¿Os dais cuenta? Esa es la ventana de la cocina del pobre señor Cosme que Dios le tenga en su gloria… Para llegar hasta ella, primero hay que entrar al patio de luces…. Efectivamente la puerta está abierta y cualquiera lo puede hacer… Pero para poder entrar por la ventana es necesario una escalera de mano… que tenía que haber traído el propio ladrón… Luego parece que salió por la puerta, porque se dejó el cerrojo sin correr y la cerradura sin echar… Tendría que haber vuelto después al patio para retirar la escalera… demasiado complicado en esta situación, que lo que quiere el delincuente es terminar cuanto antes…  Y bajar otra vez por la escalera de mano era más difícil y además tendría que haber echo ruido y ninguno de nosotros escuchó nada extraño esa noche… Que no, que no me cuadra a mí lo de que el ladrón… o lo que fuese, entrase por la ventana de la cocina…
- Pues la otra alternativa era entrar por la puerta…
- Efectivamente, señor Emilio, y esa, es la más plausible.
Lo de plausible lo había oído al comisario de una comedia dramática y era la primera vez que lo había podido emplear con propiedad; aunque tuvo que aclarar a su equipo, poco formado en temas de gramática, que significaba aceptable, admisible y más propiamente, creíble.
La Juanita, que también era aficionada a leer novelas policíacas en las interminables horas de soledad que le ofrecía su monótona vida, supo incidir en la cuestión a la que intentaba llegar el director de la investigación:
- Pues entonces se necesitaron unas llaves o que abriese el propio señor Cosme..
- Ahí está la cuestión. ¿Quién tenía llaves de la casa? Yo creo que ninguno de nosotros tiene esas llaves. ¿No?
- No, ninguno de nosotros ha tenido nunca las llaves de ese piso….
El Señor Emilio que estaba deseando intervenir, se atrevió a aventurar…
- Pero alguno, digo yo, pudo coger las llaves en alguna ocasión, hacer una copia, y guardarla, dejar pasar el tiempo… y esperar el momento más propicio… Además cualquiera de nosotros también pudo llamar a la puerta esa noche, y el señor Cosme nos habría abierto la puerta. ¿No?
- Efectivamente, todo eso es posible, señor Emilio. Por lo tanto, todos nosotros podemos ser también sospechosos.
- Rosa se llegó a asustar.
- Pero ninguno de nosotros lo ha hecho. ¿Verdad, señor Braulio?
- Por supuesto que no, hija… Para mí hay unos sospechosos evidentes… ¡Los hijos!
El señor Braulio se quiso adelantar a que alguno de los reunidos pudiese denunciar a los que él consideró siempre los principales sospechosos. Y es que no le gustaba nada el aspecto del marido de la hija. Iba siempre mal trajeado, era antipático, y hasta debía de maltratar a su mujer… a la que se veía siempre con ojeras y cara demacrada…
- Otra cuestión es si efectivamente el señor Cosme tenía dinero en casa…
- Eso sí, no paraba de presumir de ello… aunque nunca decía lo que tenía, pero aseguraba que lo tenía a buen recaudo porque no se fiaba de los bancos… Y además lo decía en todas partes… Yo se lo oí decir en la carnicería y en la panadería…
- ¿Y cuanto podía tener?
- Pues mucho… Cuando le compraron su parte del solar, además del piso les debieron dar por lo menos tres mil pesetas… y además tenía un local alquilado ahí cerca, en la calle Fomento… Sí debía tener una buena hucha el pobre señor Cosme…
- A quien Dios tenga en su gloria…
- Señor Braulio, yo creo que no es lógico que los hijos lo hiciesen, porque al final todo será para ellos… y además no parece que lo estén pasando mal… creo que cuando vendieron el solar les dieron algo de dinero y no parece que anden mal…
- Pero el egoísmo de la juventud… y que hay gente muy mala…
- Y desde luego, no tenemos ninguna prueba que los incrimine directamente… Y además la policía sabe mucho más que nosotros y no parece que sospechen de ellos…
- Pues a mí no hay quien me quite que ha sido alguno de ellos… ¡el tiempo lo dirá!
- Yo estoy con usted, señor Braulio. ¡El tiempo lo dirá!

jueves, 7 de junio de 2012

EL AMO CAPITULO XV


Fue en uno de esos años cuando un terrible suceso conmovió a los vecinos del número diez de la calle Leganitos. El señor Cosme, el del número uno de la primera planta, vivía solo desde que su Enriqueta falleció unos meses antes. Debía tener ya cerca de los sesenta aunque se encontraba bien de salud y se valía por si mismo para hacer todas las tareas de la casa, aunque todas las vecinas se habían ofrecido para echarle una mano si era necesario.
Tenía un hijo y una hija, ambos casados que vivían por el ensanche de Argüelles, que aunque no estaba demasiado lejos, sólo le visitaban de tarde en tarde, decían que por lo atareados que estaban con sus trabajos y la crianza de sus muchos hijos.
Sólo tenía alguna dificultad para subir escaleras, y aunque vivía en el primer piso, siempre se tenía que parar en el primer descansillo para coger fuerzas, antes de afrontar el segundo y definitivo. Era amable y dicharachero y siempre tenía en el bolsillo algún caramelo para cuando se encontraba con Genarín y Rosita que le tenían un gran cariño, posiblemente como el sustituto de los abuelos que no habían conocido. Desde que se quedó viudo tenía una rutina que seguía religiosamente. Todos los días a las doce y quince minutos salía de casa para hacer la compra. Con su gorra de lana en invierno, con un sombrerito de paja en verano, con su chaquetón de paño o en chaleco y mangas de camisa, salía del portal con su capacho de rafia y su bastón para visitar a la Emilita, la de la panadería, a Luisa, la lechera,  a Tomás el Carnicero y a Cándido el de los ultramarinos.
Tenía fama de roñoso y algo avaro, y también de tener mucho dinero escondido en su casa, porque siempre había dicho que no se fiaba de los bancos ni del Monte de Piedad, que según él sólo servía para empeñar las mantas en verano para ir de vacaciones al pueblo.
Aquel jueves nadie le vio salir por la mañana, pero tampoco nadie le echó de menos durante todo el día porque aparte de esa salida matinal, siempre estaba en casa y rara vez se oían ruidos dentro. Al día siguiente fue la señora Susana quien se extrañó de no verle y llamó a la puerta de Julita para preguntar si le había visto.
Las dos llamaron a Rosa y después al señor Emilio y todos llamaron a la puerta del señor Cosme. Esta vivienda sólo tenía esta entrada porque la puerta de servicio, por la otra escalera, había sido tapiada. Nadie contestaba y volvieron a insistir con golpes más fuertes, pero con el mismo resultado. Ninguno de ellos tenía llave de la casa y el sastre, con buen criterio, pensó que lo mejor era llamar a los guardias, porque en estos casos debe ser la autoridad la que tome las decisiones, que para eso tienen mayor experiencia para saber lo que hay que hacer en casos como este.

Aunque todos conocían a sus hijos, lo más que sabían era que vivían por Argüelles, que venían muy poco a ver a su padre y ninguno de ellos sabía podía facilitar las señas exactas de sus domicilios. Esto es lo que informaron a la pareja de guardias que se presentó veinte minutos después de que la Julita se acercara al cuartelillo, para dar la noticia. De paso preguntó en las tiendas que él frecuentaba y todos dijeron que hacía dos días que no había pasado por allí.
Uno de los guardias hizo amago de querer abrir la puerta de una patada; su compañero le detuvo y sacó unas ganzúas, y sin demasiado esfuerzo, la puerta se abría fácilmente porque sólo estaba echado el resbalón de la puerta, sin las dos vueltas posibles de la cerradura ni echado el pequeño cerrojo que había hacia la mitad de la parte superior de la puerta.
Dijeron a los vecinos que esperasen en el rellano de la escalera y los dos agentes entraron en el domicilio tomando las precauciones que preveían las ordenanzas. Hasta el rellano llegó un característico olor que no presagiaba nada bueno. Toda la casa estaba en desorden. Los cajones de los muebles abiertos, los cuadros descolgados, las ropas esparcidas por el suelo, la alacena abierta y hasta la leñera revuelta.
Al principio no lo vieron, estaba semioculto debajo de la cama del dormitorio. El colchón de la cama esta medio caído en el suelo y le cubría medio cuerpo. Tenía puesto el pijama y en la chaqueta se podía ver una gran mancha roja que ninguno de los dos guardias dudó por un momento que era de sangre. Comprobaron que el señor Cosme estaba muerto presionando la vena carótida y no quisieron mover el cadáver; fuera los vecinos ya se habían percatado de lo ocurrido y las mujeres lloraban mientras el señor Emilio trataba de apaciguarlas.
Cerraron la puerta y uno de los guardias se quedó vigilando mientras el otro corrió hacia el cuartelillo para informar del homicidio.
No mucho más de media hora más tarde llegaba el inspector Páez, de la recién creada Policía científica, como era llamada la Brigada de Investigación Criminal dependiente de la Jefatura Superior de Policía de Madrid. Era el inspector un hombre de unos cuarenta y tantos años, ya algo calvo, alto y siempre muy acicalado. Su nombre era Delfín aunque casi nadie lo conocía porque en la Comisaría era conocido como “Inspector Páez” o, a sus espaldas, como “El Dandy”. Tenía fama de meticuloso y eficaz, y no quería que este caso fuese una excepción en su ya larga carrera contra la delincuencia. En honor a la verdad, también había tenido algún problemilla por unas acusaciones anónimas que se había recibido en la Jefatura de unos sobornos que nunca llegaron a probarse.
Aunque los guardias le habían puesto en antecedentes, él quiso inspeccionar personalmente el escenario del crimen.
- No es normal que un anciano deje sin dar todas las vueltas a la cerradura y sin poner el cerrojo… Sería una coincidencia que se le hubiese olvidado anteayer y precisamente ese día le visitasen los ladrones…
Y es que el primero y, por ahora, único móvil que se estaba barajando era el robo. Más teniendo en cuenta lo que se le había escapado a una de las vecinas el comentario de su fama de avaro y de guardar el dinero en casa. En las primeras pesquisas no había aparecido nada de dinero y en la casa no había nada más que pudiese atraer a los ladrones.
- Guardia, la ventana de la cocina ya tenía el cristal roto cuando han llegado.
- Sí, Inspector Páez; estaba una hoja abierta y el cristal roto… Los cristales, como ve, están en el suelo, por lo que se debió romper desde fuera… Pienso, yo.
- Es una buena apreciación… Recojan los cristales que hay en el suelo, pónganlos con mucho cuidado en un sobre, para ver si podemos obtener alguna información en Jefatura con las pruebas dactiloscópicas.
Cuando hubo terminado de su meticulosa inspección, llegó el médico forense para autorizar el levantamiento del cadáver.
A eso de media tarde llegaron los hijos que habían sido avisados por la policía. El mayor, Cosme como su padre, y Eduvigis su esposa, y Antonia, su hija pequeña y Julián, su marido.
A señora Susana, cuchicheó a Rosa y Julita, que habían situado el puesto de observación en casa de Rosa, que no veía a los hijos del señor Cosme demasiado afectados.
- Yo creo que estaban deseando que el viejo la diñase para heredar.
- No sea bruta, mujer, tú que res muy mal pensada.
En la autopsia se determinó que la muerte la había ocasionado un fuerte golpe en el parietal izquierdo, posiblemente ocasionado por una caída fortuita sobre una de las barras del somier de la cama. El inspector Páez, había llegado a la conclusión de que había un sido un robo. Que el ladrón entró por la ventana de la cocina; que el viejo se despertó por el ruido de los cristales, que forcejeó con el ladrón, que éste le pudo empujar y que el pobre hombre cayó de espaldas golpeándose accidentalmente en la cabeza.
- Un caso de libro. A ver si tenemos suerte con las huellas, que seguro que son de algún ratero conocido en la Jefatura y ¡Caso cerrado!
Tres días después todos los vecinos acompañaron el cadáver del señor Cosme hasta su última morada, después de una misa de “córpore insepulto”.

lunes, 4 de junio de 2012

EL AMO. CAPITULO XIV


Y pasaron casi seis años más. La niña asistía a las clases de don Lorenzo, que tenía la escuela en un piso de la calle del Reloj, y había hecho su Primera Comunión en el Convento de las Descalzas Reales. Ese día estrenó un vestido pero no vino nadie del pueblo a la ceremonia. Habían muerto los padres del Amo, solo con unos meses de diferencia. Sus padres también estaban muy delicados, lo que les hacía ya imposible venir a verla. Ahora sólo su hermana y muy de tarde en tarde llegaba a la capital para hacerla una visita. En Recondo había habido muchas novedades. Se había construido un asilo para los ancianos pobres de la localidad y el mayor signo del desarrollo que estaba experimentando el pueblo se plasmó en la llegada del tren, con lo que se había acortado significativamente el tiempo para llegar desde la estación de Recondo a la del Niño Jesús de la Capital.
Eso hacía que desde entonces las visitas del Amo eran mucho más frecuentes. Y ya no sólo para saciar las urgencias de su vehemente apetito sexual, sino para poder hablar con su Rosa, que era con la única que tenía la confianza suficiente para contarla todos sus afanes, sus cuitas, sus aventuras y desventuras, incluidas, por supuesto, las de sus andanzas amatorias.
Pero cualquier escusa era buena para darse una vuelta por la capital. En Madrid, después de cerca de cincuenta años de que se iniciaran los proyectos de construcción de una gran avenida al estilo de las grandes capitales europeas, por fin se iban a inaugurar las obras para la construcción de la Gran Vía. Nicomedes también utilizó este acontecimiento para venir a visitar a la Rosa.  Esa mañana que se había declarado de fiesta a efectos docentes, como un matrimonio más, llevando de la mano a Rosita, Nicomedes y Rosa se acercaron hasta la llamada “casa del Ataud”, donde se habían instalado la tribuna, que ocuparía la Familia Real, profusamente adornada con tapices de la Real Fábrica. Junto al presidente del Gobierno don José Canalejas, ocuparon la presidencia el mismísimo Alfonso XIII, la reina madre doña María Cristina, las Infantas Isabel y María Teresa y la Reina doña Victoria Eugenia de Battenberg, a quienes acompañaba el príncipe Adalberto de Baviera. Junto a esta tribuna se instalaron dos más para el Cuerpo Diplomático y para los miembros del Ayuntamiento de Madrid, con el Alcalde don José Francos Rodríguez al frente.
Tras escuchar la Marcha Real y los discursos del Alcalde y del Presidente, S.M. el Rey don Alfonso XIII descendió de la tribuna real, se dirigió a la “Casa del Cura”, anexa a la Iglesia de San José, y comenzó su demolición con una piqueta de plata.
Terminada la ceremonia, dieron una vuelta por los alrededores y terminaron comiendo un buen cocido madrileño en la Casa de la Bola, que tanto gustaba al Amo y era visita obligada en casi todas sus visitas a Madrid.
Nicomedes había cumplido ya los treinta y se había incrementado su deseo desenfrenado de conquista de todo lo prohibido. Por supuesto que con su mujer sólo cumplía cuando no tenía más remedio y cuando la Margara quería aumentar la familia. Ya tenía tres hijos con ella. Sacramento de once, Nicolás de seis y la pequeña Patrocinio que había cumplido ya los dos años. Con la Rosa  se encontraba más a gusto, pero también había perdido un poco de interés acostarse con ella, porque ahora, lo que de verdad le excitaba era que las mujeres se resistieran para él tomarlas por la fuerza.
Luego llegaba a Madrid y se regodeaba narrando sus conquistas, casi siempre con las criadas de la casa, y contando los pormenores se llegaba a excitar y entonces era cuando disfrutaba con su Rosa.  Ella ya se había acostumbrado a estas sesiones más de diván de siquiatra que de cama y también ella terminaba excitándose oyendo las procacidades detalladas por el Amo, que no escatimaba detalles a la hora de pormenorizar sus aventuras amorosas, aunque ella había llegado a la conclusión que muchos de estos detalles estaban más en su calenturienta mente que en la realidad de lo sucedido.
Fue en uno de estos encuentros cuando Rosa perdió la sensatez y no puso ningún impedimento a la culminación del acto sexual a pesar de saber que había riesgo evidente de poderse quedar embarazada. La verdad es que se había hecho experta en artimañas para evitar el riego de quedar preñada, y su instructora había sido su vecina Julita que en eso era una verdadera maestra. Sabía cómo satisfacer al Amo evitando todos los riesgos, si bien es verdad que en esos casos era ella la que no quedaba satisfecha. Y esta noche, había bajado las defensas, se había excitado demasiado con las guarradas que contaba el Amo y cuando quiso darse cuenta, ya no había remedio.
Nueve meses después nacía Genaro. El nombre lo tomó de Genaro Buitrago, el padre de su padre, un hombre que destacó en Recondo por su gran fuerza y su merecida fama de hombre cabal y honrado. Y el Amo mostró más afecto e interés por el niño que el que había dedicado a su hermana.
Y Rosa no podía dejar pasar esta oportunidad. Unos meses después fue al Registro Civil y sacó el certificado de nacimiento de los dos hijos. Rosa Martínez Buitrago y Genaro Martínez Buitrago y los guardo en la caja de hojalata que tenía en el armario. Asesorada por su vecina, se compró un camisón de hilo color carmesí, casi trasparente, en una mercería que traía lencería especial, directamente de París.
En la siguiente visita del Amo lo estrenó y esa noche él no necesitó recurrir a sus narraciones eróticas para quedar plenamente satisfecho.
- Amo, hay dos cosas que llevo mucho tiempo queriéndote decir… Tus padres estaban de acuerdo en que este piso se pusiese a nombre de la niña cuando nació, pero el tiempo fue pasando y no se hizo nada. Ahora ya no tienes que pedir autorización de nadie para hacerlo… Pero he pensado que es mejor que lo pongas a mi nombre, porque hacer la escritura a nombre de los dos niños podría ocasionar algún problema. ¿Qué te parece?
- Si tú quieres, no hay problema… lo podemos hacer cuando te parezca… y ¿qué es lo otro?
- Yo sé que prometiste a doña Margara que no reconocerías nunca legalmente a nuestros hijos… ni yo te lo voy a pedir ahora… Pero mira, he sacado unos certificados del Registro y podías poner una nota diciendo que son hijos tuyos… Esto no tiene ningún valor legal y en realidad no vale para nada… Pero yo pienso que ellos, cuando sean mayores te agradecerán este detalle…
Ella sabía que él no se iba a resistir, y de nuevo, ya sin el camisón, volvieron a la cama.
El Amo, aunque se podía hacer el viaje de ida y vuelta desde Recondo a la capital en un solo día, era frecuente que se quedase por lo menos una semana y aprovechaban para salir de paseo con los dos niños.
Él había envejecido y su aspecto había cambiado. Ya no era el joven algo tímido, pero de porte esbelto y distinguido y de cabello abundante y algo ensortijado. Ahora ya empezaba a tener un vientre prominente, había perdido parte del pelo y se había dejado un poblado bigote engomándose las puntas para que apuntasen hacia arriba. Casi siempre vestía ternos de colores consonantes con las distintas estaciones meteorológicas y solía llevar un delgado bastón de madera con empuñadura de nácar, más por estética que por estática, que le daba prestancia y distinción. Cualquiera que le viera por primera vez aseguraría que era un respetable y severo caballero, educado, cortés y respetuoso, y nadie se atrevería a juzgarle como cruel depredador de honras femeninas, crápula, soberbio, obseso sexual y déspota con sus inferiores, aunque cobarde y taimado con cualquiera que se atrevieses a hacerle frente.
Rosa tenía porte y ademanes de matrona. Bien es cierto que seguía manteniendo el aspecto sano de las mujeres de pueblo, su innato carácter afable y la cara de niña buena a la que siempre acompañaba la sonrisa francas de sus labios y la sencilla picardía de sus ojos. Ahora también había engordado y vestía con cierto aire desenfadado y algo provocativo, que añadía un atractivo más para su Amo.  
En el viaje del mes siguiente se acercaron al despacho del señor Notario, en el número veinte de la calle Tudescos, con quien había concertado la visita para firmar la escritura de donación del piso de la calle Leganitos a la madre de sus otros hijos naturales, a los que había reconocido extraoficialmente con una nota al dorso de sus partidas de nacimiento, sin que se enterase su esposa doña Margara, que en Recondo ignoraba el motivo real de esta visita de su marido a la capital.

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“Luz del Cielo” y otros relatos con nostalgia. 2019. Proximamente en este blog

CUENTOS DE CAFÉ CON LECHE

CUENTOS DE CAFÉ CON LECHE
Cuentos de café con leche. Pinchar en la imagen para leer los cuentos.

CUENTOS AMORALES

CUENTOS AMORALES
"Cuentos amorales" 2005. Inédito. Para leer los cuentos, pincha en la imagen

LOS CUENTOS DEL ABUELO

LOS CUENTOS DEL ABUELO
Próximamente en este blog.

TRABAJOS FORZADOS

TRABAJOS FORZADOS
Recopilación de 44 relatos escritos para el taller literario.2007-2012. Para leer los relatos pinchar en la portada.

LOS VELOS DE LA MEMORIA I. HISTORIA DEL SOLAR

LOS VELOS DE LA MEMORIA I. HISTORIA DEL SOLAR
"Los velos de la memoria". Historia del Solar. Edición restringida de 95 ejemplares. Se presentó el 10.1. 2010.

LOS VELOS DE LA MEMORIA II. EL AMO.

LOS VELOS DE LA MEMORIA II. EL AMO.
Los Velos de la Memoria II. El Amo. Edición digital. 2012.

DÉJAME QUE TE CUENTE....

DÉJAME QUE TE CUENTE....
"Déjame que te cuente"... 2013. Recopilación. Para leerlo, pinchar en la portada del libro.

LOS VELOS DE LA MEMORIA III LA HEREDERA

LOS VELOS DE LA MEMORIA III LA HEREDERA
LOS VELOS DE LA MEMORIA III. La Heredera..AÑO 2014.

HISTORIAS DE INTRIGA PARA DORMIR LA SIESTA

HISTORIAS DE INTRIGA PARA DORMIR LA SIESTA
2013.Recopilación de relatos. Para leerlos, pincha en la portada

PAISAJES CON FIGURA

PAISAJES CON FIGURA
2013. Recopilación. Para leer los relatos, pinchar en la portada

MIS LIBROS DE ENSAYO. LA OPINIÓN DEL EREMITA

MIS LIBROS DE ENSAYO. LA OPINIÓN DEL EREMITA
LA OPINIÓN DEL EREMITA. Recopilación. 2008-2013. Para leer los trabajos, pinchar en la portada.

LA OPINIÓN DEL EREMITA 2º TOMO

LA OPINIÓN DEL EREMITA 2º TOMO
Segunda entrega. Próximamente en este blog.

MIS OBRAS DE TEATRO.

MIS OBRAS DE TEATRO.
Un ramito de Violetas. Para leerlo, pulsar en la portada.

MIS LIBROS DE POESÍAS.

MIS LIBROS DE POESÍAS.
"SINSENTIDO" Para leer las poesías, pinchar en la portada.

MIS LIBROS DE VIAJES

MIS LIBROS DE VIAJES
Los viajes del Eremita.Volumen I. 2016.

LOS VIAJES DEL EREMITA VOLUMEN II

LOS VIAJES DEL EREMITA VOLUMEN II
VOLUMEN II. LOS VIAJES DEL EREMITA.

LOS VIAJES DEL EREMITA. VOLUMEN III

LOS VIAJES DEL EREMITA. VOLUMEN III
Los viajes del Eremita. 2016.

LOS VIAJES DEL EREMITA. VOLUMEN IV

LOS VIAJES DEL EREMITA. VOLUMEN IV
Los viajes del eremita.Volumen IV. 2016.

EL CATÁLOGO DE MI PINTURA.

EL CATÁLOGO DE MI PINTURA.
POLITÉCNICA. CATÁLOGO DE ARTE. Pintura, dibujo, diseño.Para ver el catálogo, pinchar la portada

FOTOGRAFÍA: ESPAÑA,UN MOSAICO DE IMÁGENES.

FOTOGRAFÍA: ESPAÑA,UN MOSAICO DE IMÁGENES.
ESPAÑA: UN MOSAICO DE IMÁGENES. Fotografías. Para verlo, pinchar en la portada.

FOTOGRAFÍA: CHINCHÓN EN DUOTONO.

FOTOGRAFÍA: CHINCHÓN EN DUOTONO.
CHINCHÓN EN DUOTONO. Fotografía.Para ver la exposición, pinchar en la portada.

FOTOGRAFÍA. DETALLES

FOTOGRAFÍA. DETALLES
MAS DETALLES. Fotografías. Para ver la exposición pincha en la portada.

FOTOGRAFÍA: ACORTANDO DISTNACIA

FOTOGRAFÍA: ACORTANDO DISTNACIA
ACORTANDO DISTANCIAS. Fotografías. Para ver la exposición, pinchar en la portada.

FOTOGRAFÍA: FRUTAS Y VERDURAS

FOTOGRAFÍA: FRUTAS Y VERDURAS
FRUTAS Y VERDURAS. Fotografías. Para ver la exposición, pinchar en la portada.

FOTOGRAFÍA: PAISAJES EN MI RECUERDO

FOTOGRAFÍA: PAISAJES EN MI RECUERDO
PAISAJES EN MI RECUERDO. Fotografías. Para ver la exposición, pinchar en la portada.

FOTOGRAFÍA: FOTOGRAFÍAS OCULTAS

FOTOGRAFÍA: FOTOGRAFÍAS OCULTAS
FOTOGRAFÍAS OCULTAS. Fotografía. Para ver la exposición, pinchar en la portada

FOTOGRAFÍA: DENIA EN FALLAS

FOTOGRAFÍA: DENIA EN FALLAS
DENIA EN FALLAS. Fotografías. Para ver la exposición, pinchar en la portada

FOTOGRAFÍA: CHINCHÓN EN FIESTAS

FOTOGRAFÍA: CHINCHÓN EN FIESTAS
CHINCHÓN EN FIESTAS. Reportaje fotográfico. Para verlo, pinchar en la portada

FOTOGRAFÍA: TURISMO

FOTOGRAFÍA: TURISMO
TURISMO. IMÁGENES DE MIS VIAJES. Fotografías. Para verlas, pinchar en la portada.

FOTOGRAFÍA: MIS FOTOS.

FOTOGRAFÍA: MIS FOTOS.
MIS FOTOS. Folografías: para verlas, pinchar en la portada

FOTOGRAFÍA: COMIDAS

FOTOGRAFÍA: COMIDAS
COMIDAS. Fotografías. Para verlas, pinchar en la portada

FOTOGRAFÍA: UN VIAJE A CÓRDOBA Y GRANADA

FOTOGRAFÍA: UN VIAJE A CÓRDOBA Y GRANADA
VIAJE A CÓRDOBA Y GRANADA.FOTOGRAFÍAS. Para ver el reportaje, pinchar en la portada.

FOTOGRAFÍA: FLORES Y PLANTAS

FOTOGRAFÍA: FLORES Y PLANTAS
Flores y Plantas. FOTOGRAFÍAS. Para ver esta exposición, pinchar en la portada.

LAS RECOMENDACIONES DEL EREMITA: CHINCHÓN MONUMENTAL.

LAS RECOMENDACIONES DEL EREMITA: CHINCHÓN MONUMENTAL.
CHINCHÓN MONUMENTAL. Una visita virtual por las calles, plaza y campos de Chinchón. Para verlo, pinchar en la foto.

Museo Etnológico LA POSADA DEL ARCO

Museo Etnológico LA POSADA DEL ARCO
Una visita al Museo LA POSADA DEL ARCO.Para ver la visita virtual, pinchar en la fotografía.

EL MUSEO ULPIANO CHECA

EL MUSEO ULPIANO CHECA
Una visita al Museo ULPIANO CHECA en Colmenar de Oreja.Para ver la visita virtual, pincha en la imagen:

IMÁGENES RELIGIOSAS DE CHINCHÓN

IMÁGENES RELIGIOSAS DE CHINCHÓN
Una visita a las IMÁGENES RELIGIOSAS de CHINCHÓN.Para ver las imágenes, pincha en la Galería.

CARTELES DE TURISMO EN EL MUNDO

CARTELES DE TURISMO EN EL MUNDO
Un recorrido por distintos países y ciudades, visitando sus carteles de turismo. Para verlos, pinchar en la imagen.

ALELUYAS CHINCHONETAS

ALELUYAS CHINCHONETAS
ALELUYAS CHINCHONETAS. Para poder ver todas las aleluyas chinchonetas, pinchar en el dibujo.

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