En mi programa de festejos particular, me he permitido algunas licencias y hoy, a pesar de ser el día de la Virgen, yo voy a celebrar el día de San Roque.
Hoy, como ayer no trasnoché, también me he levantado temprano. Después del aseo personal y un desayuno como el día requería, me he puesto mi traje nuevo, con la corbata azul de rayas rojas y azules que son los colores de la bandera de Chinchón, y me ido dando un tranquilo paseo hasta la Iglesia Parroquial, eso si, buscando las sombras que ya a estas horas calienta bien el sol.
Me he sentado en uno de los bancos de atrás, enfrente de la capilla del Cristo, porque desde allí se tiene una bonita panorámica de la Iglesia, con una vista perfecta de la Asunción de Goya.
Mi mente me ha llevado a los tiempos en los que, en este día, Rodrigo de las Heras acompañaba al órgano a la orquesta y coro que cantaba en la misa solemne.
También me ha parecido ver a don Emiliano Montero con su sotana de ribetes rojos, que mostraba su categoría de canónigo que ejercía en Barbastro, y quien se gustaba titular como predicador del Rey. El era el encargado de pronunciar el solemne sermón de San Roque, que nos retrotraía a la prosa engolada de Fray Gerundio de Campazas, y que solía empezar con un sonoro “Tu, Roque de Montpellier...”, para después pormenorizar la vida y milagros del Santo.
Este año, con asistencia restringida, la ceremonia fue más familiar y, si cabe, más emotiva y piadosa.
Después no se formó la tradicional comitiva para acompañar a las autoridades civiles, militares y religiosas hasta la plaza de la Ermita del Santo; paseo amenizado con los Pasodobles de la banda de música, ni se sirvió el refrigerio acostumbrado de limonada, servida en vasos de plástico.
Con unos amigos, a los que no veía desde el año pasado, nos cercamos al Bar la Villa para tomarnos unas cañas y una ración de gambas a la gabardina, que sigue haciendo igual de bien el nieto del tío Manolo y de la tía Matilde.
Después de la comida familiar y la correspondiente siesta reparadora, a la caída de la tarde, hemos quedado mi mujer y yo con otras cuatro parejas, ( ya se sabe que no se deben ser más diez personas en una mesa, por estos de las restricciones ) y nos hemos sentado en la terraza de la Balconada.
Una de las terrazas, dicho sea de paso, que han colonizado toda la plaza, incluido parte del ruedo y que no serían compatibles con el paso de una hipotética procesión que todos esperamos en vano, mientras nos tomábamos unos aperitivos.
Hasta parecía que se podía escuchar en la lejanía el redoble del tambor y la marcha religiosa de la banda de música y que incluso se podía oler la cera quemada de las velas... y un desfile interminable de familias, todas engalanadas con trajes de fiesta, que recorrían el ruedo de la plaza, sorteando las mesas de las terrazas invasoras....
Y todos nosotros podríamos asegurar que vimos al mismísimo San Roque, en su carroza engalanada con claveles rojos, que pasó volando por encima de nuestra cabezas camino de su ermita.
Y con las nostalgia de otros tiempos, que ya hasta nos parecían lejanos, nos dirigimos a nuestras casas, porque en Chinchón, a mediados de agosto, cuando llega la noche empieza a refrescar.
Cronista: Celedonio Ramírez y Martinez