Desperté con el cuerpo dolorido. Era como si hubiese recibido una tremenda paliza y además no veía nada. Todo estaba absolutamente a oscuras o me había quedado ciego, pero los ojos eran lo único que no me dolía del cuerpo. Estaba boca a bajo en un suelo húmedo y demasiado frío. Era cemento o una superficie rugosa, pero con demasiada humedad. Me costó levantarme; al hacerlo mi cabeza tropezó con lo que debía ser la esquina de una mesa. Olía a viejo. Una mezcla de óxido, ropa apulgarada, aceite de linaza y alcanfor. Cuando estuve de pie extendí los brazos, moviéndolos para no volver a tropezar. Llegué hasta una pared que debía estar pintada al “gotelé” y tenía algunos desconchones. Palpé un interruptor, lo pulsé pero no se encendió ninguna luz. ¿Realmente estaría ciego? No recordaba nada... No sabía lo que había pasado... no sabía donde estaba... ¿Me habrían secuestrado...? Mi corazón empezó a palpitar apresuradamente... en el total silencio en que me encontraba se podían oir perfectamente sus latidos cada vez más acelerados. Mi primera intención fue pedir socorro, pero pensé que antes era mejor averiguar donde estaba. Me quedé parado, de pie, y no se oía nada. Estaba inmóvil sin apenas atreverme a respirar. Me pareció escuchar como un leve ruido que bien podía estar producido por algún pequeño ratón. Dí una palmada y el ruido cesó al instante. Me pareció percibir un zumbido casi imperceptible que debía provenir de otra habitación cercana. Por la reverberación de mi palmada pensé que la estancia no era demasiado grande. Levanté un brazo, me puse de puntillas y logré tocar el techo, debía medir poco más de dos metros. Mi mano tropezó con una bombilla que colgaba del techo, sin lámpara ni tulipa, estaba fria, lo que me tranquilizó porque ahora sabía que no había luz y que no debía estar ciego.
Me dí cuenta de que en el dedo anular de la mano derecha tenía un anillo. Debía estar casado.. ¿Tendría hijos? No lograba recordar nada. Me palpé la ropa. Por la textura debía vestir un chandal con sudadera y unas zapatillas de deporte. Sin embargo me vino a la mente un traje azul marino, una corbata de rayas rojas y grises y una maletín negro... Pero no lograba fijar mingún recuerdo y la cabeza me empezó a doler de nuevo.
Avancé muy despacio, cerciorándome de que no iba a chocar con ningún mueble. Al dar un paso tropecé con un recipiente que debía tener líquido, por el ruido que hizo al volcarse. Enseguida me incliné para recogerlo y pude comprobar que era una bidón de plástico, al que se le había caído el tapón. El líquido era disolvente, no lo podía ver pero su olor era inconfundible. Aunque lo levanté rápidamente se había derramado algo del líquido porque mis pies se resbalaban. Con más cuidado llegué a otra pared; allí había una puerta que estaba cerrada. No tenía cerrojos ni pestillos ni se veía ninguna claridad por ninguna de las rendijas del quicio. La golpeé con los nudillos, era metálica, de una sola pieza y debía estar esmaltada porque su tacto era más cálido que el de las chapas sin pintar. Nunca, antes, había tenido que renunciar al sentido de la vista y ahora sentía miedo... No sabía mi nombre; realmente no sabía quien era... Sólo que estaba a oscuras, en un lugar desconocido, con todo el cuerpo dolorido... pero algo más tranquilo porque ahora pensaba que no estaba ciego.
¿Sería médico... o tal vez empresario..? Me vino a la mente la imagen de un coche grande, muy limpio... Sería un magnate de la industria... pero yo iba delante... No, no podía ser taxista... era mejor no pensar....
Pude tocar dos sillas de madera torneada con el asiento de anea; una estantería en la que estaban colocados siete botes que debían de ser de pintura por el tamaño; también pude contar hasta diez cajas de cartón llenas de libros que olían a polvo y humedad, lo que, extrañamente, me resultaba familiar. En el centro de la habitación había una mesa cuadrada cubierta con un hule viejo, porque tenía algunos cortes y, no sé porque, pensé que debía ser de cuadros rojos y azules. Sobre la mesa había un plato con mondas que olían a naranja, un vaso vacio y una botella de plástico sin tapón, que tenía algo de líquido. Puse un dedo sobre la boca de la botella, la incline y el contenido no me produjo ninguna sensación. Llevé el dedo a mi boca y era agua. Me atreví a dar un trago para ver si calmaba mis nervios. Estaba caliente y tenía un ligero sabor a cal.
Junto a otra de las paredes palpé otro mueble que podía ser un banco de bricolage. Encima, en uno de los extremos, una caja de poco más de dos palmos de largo y uno de ancho, que pesaba mucho. Por su tacto frío y su consistencia, deduje que era metálica; además tenía dos asas redondeadas y abatibles. Era, sin duda, una caja de herramientas. En la parte de arriba tenía un cierre que unía las dos partes en que estaba dividida la tapa. Lo quité y la caja se abrió hacia los dos lados dejando que mis dedos fuesen descubriendo los dos pisos de pequeñas estanterías llenas de tornillos, clavos, tuercas, y tacos de plástico. En el fondo había un martillo, tres destornilladores, el más pequeño con punta de estrella, unas tenacillas, unos alicates y otro utensilio alargado con mango de madera que, solo con el tacto, no pude identificar. Lo volví a cerrar y mis manos siguieron la exploración. En la pared, colgados en unos clavos, había una tenaza grande, una llave inglesa, un mazo y .... uno de mis dedos había tropezado con algo punzante. Sentí un dolor agudo y me llevé instintivamente el dedo a la boca. Me salía sangre, sentí su sabor dulzón y esperé a que dejase de sangrar. Busqué en mi bolsillo y lié el dedo con mi pañuelo. Ahora con cuidado fui palpando hasta comprobar que era un serrucho. Lo descolgué. Su hoja era flexible, con los dientes demasiado afilados. El mango era de madera y por el tacto parecía estar muy usado. Lo empuñé y mi dedo índice encontró una pequeña muesca que me resultó conocida... Sí, yo conocía este serrucho... y yo era... claro, yo era Manolo...
- Desde luego, Manolo, te le llevaba diciendo miles de veces... ¡Tienes que arreglar la cerradura del sótano y tienes que quitar esos cables de la escalera, que te vas a matar un día!... pero tú, como siempre, ni caso...