Nos cuenta Benito Hortelano en sus memorias una costumbre que, según él, había en el pueblo para cortejar a la novia. Aunque nos podamos resistir a dar credibilidad a sus palabras por lo inverosímiles que son, os las transcribo por su curiosidad:
“Corría el año 33 (1833) y yo seguía muy contento por la libertad que me concedían para salir de noche, como es costumbre en el pueblo, y se llama ir de ronda, que se reduce a que, después de cenar, que se hace al anochecer, salen los mozos unos a los billares, otros a las tabernas a jugar al mus, y la mayor parte a platicar con la novia hasta las once de la noche. Conviene dar una explicación de esta costumbre, cuyo origen creo viene de los árabes y creo no la tienen en ningún otro pueblo de Europa, sino en Castilla, la Mancha y Andalucía. Las muchachas de los pueblos de España desde los doce o catorce años ya están en amores, y muy desgraciada ha de ser la que no tenga un par de novios entre quien elegir, conservando estos amores seis u ocho años y a veces diez y doce si el novio tiene que ir al servicio de las armas, pues entonces se dan palabra de casamiento y ella no da oídos a otro hasta que, cumplido el tiempo de servicio, que son seis años, vuelve el novio y se casan.
Pero lo particular de los amores de los pueblos es que el novio no puede entrar en la casa de su adorada hasta que la pide en debida forma para casarse, y hasta aquella época no tiene más remedio que hablarla que es por la cerradura de la puerta de calle o por el conducto que por debajo de la puerta da salida a las aguas. Así, pues, en cada puerta de la calle, pasadas las nueve de la noche, hay un mozo boca a bajo, con la cabeza metida en el albañal, platicando con su adorada prenda, como ellos dicen, y ella por la parte de adentro y en la misma posición, se pasan tres o cuatro horas conversando, y esto lo hacen todas las noches, todos los meses, y por espacio de muchas años, sin que uno ni otro falte a la cita, que es convenida o por un fuerte silbido que el muchacho da en la calle, o por un aullido u otra señal por el estilo. Los sábados es costumbre dar música a la novia, cantando algunos romances amorosos, que por cierto, algunos de ellos, por lo sentimentales, significativos y con tan buenas voces cantados, hacen recordar lo que nos dicen de los antiguos trovadores. Los domingos, vestidos de gala, si es verano la chaqueta al hombro y en cada bolsillo un pañuelo de seda, sombrero de calaña y un palo en la mano, se colocan en la esquina para esperar que pasen las muchachas, y cuando llega a pasar la que cada uno espera, echa a andar detrás, sin decirle nada, hasta que, en llegando a las orillas del pueblo, se juntan y entablan conversación, ambos de pie, hasta el anochecer, a cuya hora cada cual se va a su obligación con caras alegres y risueñas y esperando con ansia el domingo próximo para hacer lo mismo. Lo que hablan estos enamorados noche a noche y después los domingos es cosa que no he podido nunca averiguar, pues no sé de dónde ni sobre qué puede conversar gente generalmente rústica. Yo por mí sé que con mi Paula sólo hablaba a la puerta de la calle algunos ratos y sólo majaderías; los demás harían lo propio”.
Si alguien tiene algún testimonio que afirme o contradiga lo que nos cuenta nuestro paisano Benito Hortelano, todos agradeceríamos que lo compartiese con nosotros.