Era el puente de mayo de 1998 y pensamos que era una buena ocasión para conocer Salamanca. Habíamos reservado una habitación en el Hotel Monterrey, muy cerca de su plaza mayor. Íbamos solos y por tanto fui el conductor y a eso de las diez de la mañana tomamos la A6 dispuestos a recorrer los 200 kilómetros. Aunque no me gusta hacer paradas, como era temprano, hicimos una parada en Peñaranda de Bracamonte para darnos un paseo por el pueblo y antes de llegar a Salamanca paramos en Calvarrasa de Abajo para comer en el Restaurante Los Gallegos.
Como entonces no existía el GPS, tardamos un rato en localizar el hotel y teníamos toda la tarde para tomar contacto con la ciudad.
Lo primero que nos llamó la atención fue la gran cantidad de jóvenes que llenaban las calles céntricas y sobre todo la impresionante plaza mayor, donde esa tarde estaba anunciado un concierto de jazz.
La catedral nueva, que empezó a construir Gil de Hontañon en el año 1513 y se habilitó para el culto en el año 1560.
En la Catedral Vieja visitamos el claustro, las capillas y el museo y nos contaron que las mujeres de Salamanca se negaron a casarse en la nueva catedral, y que aún se mantiene la costumbre de que las bodas de las salmantinas se sigan casando en la catedral vieja.
La iglesia de San Bartolomé con la estatua del Maestro Vitoria frente a su portada y la Casa de las Conchas y el Colegio del Obispo Fonseca con su portada plateresca y un retablo de Berruguete en la iglesia.
Después visitamos la Casa Lis, el Museo de Art Nouveau y Art DECO, donde esos días se exponía una muestra de litografías de Joan Miró.
Nos habían recomendado el restaurante La Parrilla de la Calleja, donde tomamos un solomillo con hojaldre que era la recomendación del chef.
Después de una reconfortante siesta, volvimos a pasear las concurridas calles del centro para termina en una de las terrazas de la plaza mayor.
Y había que regresar. Sin muchas prisas volvimos a Madrid antes de que se formasen los atascos típicos de estas fechas, aunque aprovechamos para hacer un visita rápida a La Alberca, donde comimos en un restaurante de los portales de su plaza.
Hoy recordándolo he vuelto a revivir aquel romántico viaje de un puente de San Isidro, a poco para terminar el siglo XX.