Don Diego, el conde constructor.
Diego Fernández de Cabrera y Bobadilla, III Conde de Chinchón, nació en Chinchón en fecha que desconocemos y murió en Madrid el 23 de noviembre de 1608. Tesorero general de la Corona de Aragón, mayordomo de la Casa Real y consejero de Estado, Guerra, Aragón e Italia.
Diego Fernández de Cabrera y Bobadilla fue el hijo primogénito de Pedro Fernández de Cabrera, II conde de Chinchón desde 1522, y de Mencía de la Cerda y Mendoza, tía de la célebre Ana de Mendoza, mujer de Ruy Gómez de Silva.
Han llegado pocas noticias acerca de la primera etapa de la vida de Diego, aunque se sabe que nació en la villa de Chinchón. Sus primeros pasos en el servicio del Rey los dio en jornadas de guerra. Algunos cronistas señalan su participación en las campañas militares contra Francia de la década de los cincuenta y en el socorro de Mazalquivir de 1563. Posteriormente se asentó en la Corte para asistir a su padre en sus oficios, hasta el punto de que, en 1571, se rumoreó que le iba a traspasar la Tesorería General de la Corona de Aragón, que le daba acceso a los consejos de Aragón e Italia, y que su padre disfrutaba desde 1558, gracias a su relación con el portugués Gómez de Silva. Durante este período se inició en los entresijos del Gobierno y en las intrigas y maniobras palaciegas, en las que llegó a ser consumado especialista.
Don Diego Fernández de Cabrera y Bobadilla nació en Chinchón, como varios de sus hermanos y como su padre, y como él también desempeñó importantes cargos oficiales estando, siempre, muy cerca del Rey Felipe II.
Esta estrecha relación con el monarca se puede comprobar en la correspondencia que mantuvieron. Son un total de 26 cartas manuscritas, en 47 folios, fechadas de 1567 a 1594. En estas cartas autógrafas, Felipe II se expresa con total libertad, exponiendo sus opiniones y sentimientos en temas sobre el príncipe don Carlos, las Cortes de Monzón, la revuelta de Aragón, el asunto de su secretario Antonio Pérez, las Cortes de Tarazona, y todo tipo de consultas sobre nombramientos religiosos y políticos, obras arquitectónicas, viaje a Cataluña, etc. Estas cartas demuestran fehacientemente que don Diego Fernández de Cabrera y Bobadilla fue uno de los más influyentes ministros de todo su reinado.
Felipe II le distinguió con su amistad y le nombró su secretario para la contrucción del Monasterio del Escorial. Este cargo le hizo ser muy entendido en construcciones, conocimientos que puso en práctica para terminar muchas de las obras que había iniciado su padre en Chinchón y acometer la reconstrucción de los Castillos de Chinchón y de Odón. Además de los conocimientos técnicos que pudo adquirir con estas obras, ideó el sistema de destajos en las obras del Monasterio, lo que permitió abaratar los costes y acelerar la construcción, racionalizando y organizando los trabajos de tal forma que no se entorpeciesen entre sí los obreros que desempeñaban los distintos oficios y tareas en la construcción.
Tuvieron que pasar cerca de 70 años desde la destrucción del castillo por los comuneros, para que el tercer Conde de Chinchón, Diego Fernández de Cabrera y Bobadilla, decidiera comenzar su reconstrucción y la del castillo de Odón. En su persona se reunieron los factores determinantes para poder llevar a cabo dichas reedificaciones: fue "el hombre más rico de Castilla y era un experto en arquitectura".
Si pensamos que este castillo se reconstruye cuando España era la primera potencia mundial y "en cuyo imperio no se ponía el sol", no parece lógica la decisión de hacer una fortaleza defensiva puesto que no era previsible ningún ataque enemigo. Aparentemente, la decisión de hacer esta fortaleza estaría motivada por un afán de notoriedad del conde.
Pero encontramos otra teoría para justificar la reconstrucción de los castillos. El conde era una persona religiosa y piadosa, como lo muestra sus aportaciones para la construcción de la Iglesia de Chinchón, pero también tenía un carácter ambicioso e intrigante, y durante su vida se granjeó enemistades y envidias de otros nobles con los que litigó para la consecución de sus propiedades; como, por ejemplo, sus pretensiones sobre el condado de Ribagorza. Quizás ante el temor de las represalias, el Conde de Chinchón se viera ante la necesidad de reconstruir sus antiguas fortalezas y dotarlas de artillería para hacer frente a un hipotético asalto.
Por lo tanto, aunque la función del conjunto era defensiva, era, también residencial para los condes, al menos temporal, y tenía un claro significado simbólico del status señorial de su propietario.
Otro de los retos con que tuvo que enfrentarse el Conde fue la construcción de la capilla de la Piedad, aunque no logró verla terminada. Las obras se dila- taron durante casi cien años, más por dificultades en la financiación que por la envergadura de la obra. Hubo varias reuniónes de los responsables municipales y eclesiásticos con los condes de Chinchón. Concretamente el 23 de mayo de 1586, 22 de enero de 1587 y otra en el mes de febrero de ese mismo año. En estas reuniones se convino con el conde de Chinchón y su hermano don Andrés, arzobispo de Zaragoza, "que no pudiéndose congregar en la iglesia vieja ni la cuarta parte de los mil trescientos vecinos que tenía la villa y estando empezada hacía más de cuarenta y ocho años la iglesia nueva, de cantería y muy capaz para todos los vecinos y cerca de la iglesia antigua, era tan costosa la obra que no podía terminarse en ciento ni doscientos años con la renta de la otra".
También utilizaron los condes la prerrogativa de usar la iglesia como enterramiento. En el presbiterio y en la cripta que se encuentra debajo del altar mayor existieron distintos sepulcros, en los que había colocadas losas con inscripciones alusivas a los mismos. En el cuestionario enviado al Cardenal Lorenzana se detallan seis: la ya comentada, dedicada al primer conde don Fernando, otra a su hijo don Pedro, una tercera en memoria de Don Diego, el tercer conde y tres más dedicadas a las esposas de los condes, doña Teresa de la Cueva y Toledo, doña Mencia de la Cerda y doña Inés de Pacheco.
Quedaba otro contencioso pendiente en el Condado. Un contencioso que se remontaba a más un siglo. Las diferencias de los Condes de Chinchón y la Ciudad de Segovia habían sido muchas y se habían dirimido en los tribunales e, incluso, en los campos de batalla. Ya era hora de terminar con estas contiendas y gracias a su gran amistad con el Monarca, el conde logra que el Consejo Real dicte Sentencia de vista favorable a la Concordia, según la cual las partes contendientes renunciaban recíprocamente a algunas de sus pretensiones, y es ratificada por el propio rey Felipe II en Illescas el 29 de mayo de 1593 y en San Lorenzo el 14 de julio de 1593. Habían tenido que pasar 113 años para dirimir el pleito de los Señores de Chinchón con la Ciudad de Segovia.
Siendo don Diego Conde de Chinchón, en el año 1599, se produjo la visita al Palacio de los Condes, de don Pedro Fernández de Castro y Andrade, en aquel momento Marqués de Sarria y futuro Conde de Lemos, descendiente también de los Condes de Chinchón, acompañado por su protegido y secretario particular, don Félix Lope de Vega y Carpio quien, según cuentan, terminó aquí de escribir y firmó su comedia “El Blasón de los Chaves de Villalba”; obra que dedicó a su anfitrión después de hacer la primera lectura pública en las veladas celebradas en el palacio de los Condes de Chinchón. Esta comedia fue publicada después, en el año 1618, y está clasificada, según Menéndez Pelayo, dentro del teatro de Lope de Vega en el apartado VIII - Crónicas y leyendas dramáticas de España, con el número LXXIV.
Se casó con doña Inés Pacheco, hija del marqués de Villena y duque de Escalona Diego López Pacheco, y de Luisa Bernarda de Cabrera y Bobadilla, tercera marquesa de Moya, con la que tuvo un hijo, don Luis Jerónimo Fernandez de Cabrera y Bobadilla, que le sucedió como IV Conde de Chinchón.
Desempeñó muy altos cargos de responsabilidad y de confianza del rey, la mayoría de ellos fueron los mismos que había ocupado su padre. Muere en el año 1607 y siglos después, cuando se efectúa la enésima reparación en la iglesia en el año 1980 se pinta una lápida, en el frontal del altar mayor, en recuerdo de este conde y dice así:
AQUÍ YACE EL SEÑOR DON DIEGO FERNÁNDEZ DE CABRERA, CONDE DE CHINCHÓN, DE LOS CONSEJOS SUPREMOS DE SU MAJESTAD Y DE ARAGÓN, MAYORDOMO TESORERO GENERAL DE TODAS LAS REALES CÁMARAS DE LA CORONA DE ARAGÓN, SEÑOR DE LOS SEXMOS DE VALDEMORO Y CASARRUBIOS, ALCAIDE MAYOR PERPETUO DE LOS ALCÁCERES REALES DE LA CIUDAD DE SEGOVIA, ALFÉREZ MAYOR PERPETUO Y TESORERO DE LA CASA DE LA MONEDA DE DICHA CIUDAD Y DEL CONSEJO SUPREMO DE ITALIA.
MURIÓ AÑO DE 1607.
BEATI MORTUI QUI IN DOMINO MORIUNTUR. (Bienaventurados los muertos que murieron en el señor)
Durante los años que estuvo don Diego al frente del condado de Chinchón, se produjo consecuentemente un gran aumento en la actividad constructiva de Chinchón, lo que repercutiría en la llegada de obreros especialistas de los distintos gremios relacionados con la construcción, así como un aumento de puestos de trabajo para obreros no cualificados, y todo esto supondría una mayor actividad comercial y económica para el pueblo.