Estábamos todos tan bien. Aunque como es normal, unos mejor que otros, pero bien. Eso si, preocupados por la situación de Cataluña y envueltos en las elecciones; con las bolsas fluctuando, pero sin grandes sobresaltos. Los partidos de fútbol del fin de semana, el aperitivo los domingos en el bar de la plaza; alguna salida a cenar en un restaurante con los amigos, llevar a los niños al cole; vamos una vida plácida y monótona, y haciendo planes ya para las vacaciones de Semana Santa, que con un poco de suerte hasta parecía que iba a hacer buen tiempo.
Pero de pronto, las televisiones empiezan a decir que en China ha aparecido un virus con nombre de corona... pero China está muy lejos y ya se sabe que los chinos comen cosas muy raras y les habrá pasado por eso.
Pero resulta que no. Que China no debe estar tan lejos porque el virus llega a Italia y en pocos días, a todo el mundo.
Y, de pronto: alarma, confinamiento, tiendas cerradas, no se puede ir a trabajar... Vamos, todo paralizado, y todos en casa. Sin el fútbol del fin de semana, ni siquiera por televisión, sin ni siquiera ciclismo, que parece que al ser al aire libre y los espectadores alejados... sin motos, ni siquiera billar que ahora llaman snooker, o algo así.
Bueno, y ni siquiera la misa de los domingos: ¡Con la Iglesia hemos topado, Sancho! Pues nada, ni los curas protestan.
¿Con cuanto menos se monta una protesta o una huelga general? ¿Qué digo una protesta? ¡Una revolución!
Por mucho menos, el mundo entero estaría con las armas en la mano y ningún gobierno del mundo habría sido capaz de contener a sus ciudadanos. Por mucho menos que esto, estábamos todos dando tiros.
En cambio, la gente en los balcones de su casa, aplaudiendo a las ocho de la tarde, la gran labor de los sanitarios, que realmente se lo merecen por su heroica lucha, aún a costa de su propia salud.
Y lo más grave que ha pasado es que los políticos están aprovechando la coyuntura para tirarse los trastos a la cabeza, que alguna rentabilidad política conseguirán, aunque estén dando gracias al Dios de cada uno, por haberles librado de este embolado, en el que hagas lo que hagas, seguro que te equivocas, porque está ocurriendo algo inaudito, impensable, insólito, indescriptible, y totalmente desconocido; por utilizar algún adjetivo que no empiece con i.
Las estadísticas están dándonos datos, desgraciadamente en la información todos son números y parece que cuando hablan de infectados, de altas, incluso de fallecidos, son sólo eso, números; números anónimos, inanimados, que no tienen sentimientos. Y eso no es verdad. Detrás de cada uno de esos números hay una persona, una vida, posiblemente una tragedia, y en todos, dolor y en la mayoría esperanza.
Un bichito desconocido ha sido capaz de cambiar los parámetros en la Vida de todo el mundo. Difícilmente todo vuelva a la normalidad o, a partir de ahora, nos tengamos que acostumbrar a una nueva normalidad, en la que muchos de los valores, muchas de las costumbres, muchas cosas que parecían imprescindibles antes, serán diferentes; y este cambio, no lo ha hecho una revolución, ni una nueva doctrina religiosa o social, ni una dictadura militar, ni una nueva concepción política; lo ha hecho un virus desconocido que parece ser trasmitió algún animal a un humano en un lugar recóndito de esa nación tan grande que es China.
Y los ingleses ya no hablan del “Brexit”, Donald Trump, se ha tenido que guardar muchas de sus propuestas; solo algunos nostálgicos siguen hablando de la independencia de Cataluña; y algunos políticos aún piensan que de esto pueden sacar “tajada”. ¡Allá ellos!
Lo que es seguro es que después de esto, muchas cosas van a cambiar, sobre todo, estoy seguro que esto va a cambiar nuestras vidas y ya nada volverá a ser lo mismo.
Pero de pronto, las televisiones empiezan a decir que en China ha aparecido un virus con nombre de corona... pero China está muy lejos y ya se sabe que los chinos comen cosas muy raras y les habrá pasado por eso.
Pero resulta que no. Que China no debe estar tan lejos porque el virus llega a Italia y en pocos días, a todo el mundo.
Y, de pronto: alarma, confinamiento, tiendas cerradas, no se puede ir a trabajar... Vamos, todo paralizado, y todos en casa. Sin el fútbol del fin de semana, ni siquiera por televisión, sin ni siquiera ciclismo, que parece que al ser al aire libre y los espectadores alejados... sin motos, ni siquiera billar que ahora llaman snooker, o algo así.
Bueno, y ni siquiera la misa de los domingos: ¡Con la Iglesia hemos topado, Sancho! Pues nada, ni los curas protestan.
¿Con cuanto menos se monta una protesta o una huelga general? ¿Qué digo una protesta? ¡Una revolución!
Por mucho menos, el mundo entero estaría con las armas en la mano y ningún gobierno del mundo habría sido capaz de contener a sus ciudadanos. Por mucho menos que esto, estábamos todos dando tiros.
En cambio, la gente en los balcones de su casa, aplaudiendo a las ocho de la tarde, la gran labor de los sanitarios, que realmente se lo merecen por su heroica lucha, aún a costa de su propia salud.
Y lo más grave que ha pasado es que los políticos están aprovechando la coyuntura para tirarse los trastos a la cabeza, que alguna rentabilidad política conseguirán, aunque estén dando gracias al Dios de cada uno, por haberles librado de este embolado, en el que hagas lo que hagas, seguro que te equivocas, porque está ocurriendo algo inaudito, impensable, insólito, indescriptible, y totalmente desconocido; por utilizar algún adjetivo que no empiece con i.
Las estadísticas están dándonos datos, desgraciadamente en la información todos son números y parece que cuando hablan de infectados, de altas, incluso de fallecidos, son sólo eso, números; números anónimos, inanimados, que no tienen sentimientos. Y eso no es verdad. Detrás de cada uno de esos números hay una persona, una vida, posiblemente una tragedia, y en todos, dolor y en la mayoría esperanza.
Un bichito desconocido ha sido capaz de cambiar los parámetros en la Vida de todo el mundo. Difícilmente todo vuelva a la normalidad o, a partir de ahora, nos tengamos que acostumbrar a una nueva normalidad, en la que muchos de los valores, muchas de las costumbres, muchas cosas que parecían imprescindibles antes, serán diferentes; y este cambio, no lo ha hecho una revolución, ni una nueva doctrina religiosa o social, ni una dictadura militar, ni una nueva concepción política; lo ha hecho un virus desconocido que parece ser trasmitió algún animal a un humano en un lugar recóndito de esa nación tan grande que es China.
Y los ingleses ya no hablan del “Brexit”, Donald Trump, se ha tenido que guardar muchas de sus propuestas; solo algunos nostálgicos siguen hablando de la independencia de Cataluña; y algunos políticos aún piensan que de esto pueden sacar “tajada”. ¡Allá ellos!
Lo que es seguro es que después de esto, muchas cosas van a cambiar, sobre todo, estoy seguro que esto va a cambiar nuestras vidas y ya nada volverá a ser lo mismo.