Uno de los belenes premiados en el Concurso de este año en Chinchón.
A veces me he encontrado con personas cuya vida pública y privada no demostraba un especial sentido religioso; en cambio se mostraban beligerantes en la defensa de las tradiciones católicas.
Defendían las procesiones, los símbolos cristianos de la Navidad, las novenas a los Santos, en fin, todo lo que forma parte de la parte más folclórica de la religión.
Pero no solo eso, consideraban que cualquier cuestionamiento a estas "celebraciones" era un ataque frontal a la propia religión.
En cambio, estas mismas personas suelen ser esquivas a la hora de debatir sobre las cuestiones morales que plantea esa misma doctrina.
Y es que la religión folclórica obliga bastante menos; incluso es bonita y nos puede llegar a emocionar con los cantos tan pegadizos, con el boato de la liturgia, el dulce olor del incienso y, no digamos, con los artísticos pasos de Semana Santa y, sobre todo como hemos visto estos últimos días, los angelitos, los pastores, los Reyes Magos y el Misterio de Belén.