La Real Academia de la Lengua define mediocridad como algo de calidad media,
y también como de poco mérito y tirando a malo, o sea, nada parecido a la “Aurea mediocritas" o "Dorada mediocridad" de la filosofía de Horacio.
Entre
los médicos, entre los políticos, entre los peones camineros, entre los
militares, entre los tractoristas, entre los financieros y entre los clérigos,
seguro que podemos encontrar no pocas personas que presentan signos de
flagrante mediocridad.
Y
en muchas ocasiones vemos, no sin cierta sorpresa, que estas personas, van
alcanzando poco a poco una cierta preeminencia dentro de las organizaciones a
las que pertenecen. Es más, hay organizaciones que potencian el ascenso de los
mediocres, posiblemente debido a que los que ostentan el poder no quieren la
escalada de quienes puedan hacerles competencia, y promocionan a los que ellos
saben que no tienen capacidad para hacerles sombra.
Claro
está que si un peón caminero o un tractorista es mediocre, generalmente solo
afectará al desempeño de su trabajo y no tendrá demasiada repercusión en la
sociedad. No es así en los médicos, militares, políticos y sacerdotes, quienes
sí podrán tener una influencia perniciosa dentro de sus ámbitos de actuación,
con repercusiones graves para otras personas.
En
el ámbito militar, político y financiero hay una organización muy jerarquizada
y es más difícil que el mediocre alcance un poder incontrolado, aunque en
muchas ocasiones haya llegado a su umbral de la ineptitud.
El
peligro es mayor dentro del sector de la medicina, cuando el sistema permite
que el mediocre ejerza de forma autónoma, ya sea de forma particular o en una
consulta de la Seguridad Social, con el solo control de los propios pacientes
que, en muchas ocasiones, cuando se dan cuenta es ya demasiado tarde.
Pero
posiblemente el caso más peligroso es el de los clérigos. Desde el púlpito y
desde el confesionario van aleccionando a sus feligreses que escuchan sus
enseñanzas sin ninguna actitud crítica y aceptan todo lo que les llega del “representante”
de dios.
Así
los clérigos, que generalmente actúan con total independencia dentro de sus
iglesias, sinagogas o mezquitas, difunden lo que ellos proclaman como “palabra de dios” y que en
muchas ocasiones no pasan de ser unas ocurrencias demasiado personales de lo que
ellos entienden que debe ser una norma moral de convivencia. ¿Os habéis fijado
lo que dicen muchas veces en sus homilías y sermones?
Y
en el caso de los clérigos es donde mejor se puede apreciar cómo su Organización
se esfuerza en seleccionar para sus ministros a personas de perfil bajo que se
limiten a trasmitir una serie de consignas con muy poco margen para la
interpretación personal.
En
los semilleros (seminarios) donde se cultivan estos clérigos, se busca que
todas las semillas crezcan dentro de la uniformidad; se procura retirar las
malas hierbas, las que crecen demasiado deprisa y las que se van quedando
atrofiadas y todo ello en un ambiente artificial de humedad y temperatura
constante para que el desarrollo de sus cultivos sean uniformes y dentro de un
patrón establecido.
Luego,
cuando las semillas ha alcanzado un punto de maduración, se les trasplanta a la
vida real, pero cuidando mantenerlas alejadas de las perniciosas influencias de
todo lo que pueda desviarlas de un fin para el que han sido convenientemente
programados. Se les priva de una vida afectiva, se les aisla de la sociedad y se les sigue adoctrinando para que sigan,
durante toda su vida, fieles a las enseñanzas que recibieron desde su más
tierna estancia en el semillero. Si alguna de estas semillas deja de creer en
lo que le enseñaron, le convencen para que sigan como si nada hubiera cambiado
y, al menos, mantengan las apariencias. De todos son conocidas las trabas que
se ponen a los clérigos que quieren secularizarse.
Si
vemos la historia, muy pocos de estos clérigos serán capaces de salir de la
mediocridad para la que han sido programados y, generalmente, se les conoce
como herejes; aunque algunos – muy pocos – también les han llegado a llamar
santos.