Cándido Juverias Redondo nunca había tenido suerte. Desde pequeño, en su casa, le tocaba siempre cargar con los trabajos más pesados y tenía que estar dispuesto siempre a cumplir las ódenes no sólo de sus progenitores, sino incluso de sus hermanos mayores.
- ¿ Cómo hay que decirte que tienes que recoger todos los chismes de la habitación de Onofre?
Después, en el Colegio siempre era el encargado de borrar la pizarra y recoger las tizas que se le caian al maestro.
En los guateques era el que ponía los discos. A él le gustaban las canciones de Rosalía pero siempre terminaba poniendo las del Duo Dinámico, para garantizarse la invitación para el próximo guateque. En uno de ellos conoció a Maria Eulalia, que tenía gafas y le gustaban los Beatles y después de coincidir varios sábados le acompañò hasta su casa y cuatro años después se casaron en la Parroquia de San Evaristo, a la que pertenecía Laly - como llamaban a Maria Eulalia sus amigos - después de un noviazgo bastante insulso en el que no hubo las románticas aventuras que había leido a hurtadillas en las novelas que le cogía a su hermana Elvira.
Había hecho la mili en el Regimiento de Infanteria Inmemorial número uno, y salió a cinco guardias de media a la semana. Le arrestaron diez veces, nueve de ellas por causas ajenas a él y se licenció una semana después que su reemplazo por haber llegado tarde al toque de retretra del último día.
Entró a trabajar en una empresa de calderería propiedad de un tio del hermano político de su abuelo materno y después de haber pasado por todos los puestos de meritorio llegó a integrarse en el equipo de proyectos gracias a su facilidad de aprendizaje en la informática que por aquellos tiempos iniciaba su vertiginosa incorporación a los sistemas operativo de la empresa.
Primero naciò Jorge Eduardo, luego Alejandrina-Eulalia y cinco años más tarde Vanesa por un fallo de cálculo en las prescripciones del ginecólo de Laly.
Cándido Juverias Redondo nunca tuvo suerte pero siempre había tenido un buen caracter que le había proporcionado una gran cantidad de amigos y un sincero reconocimiento de todos ellos. Económicamente se fue defendiendo, más por la habilidad de su mujer en la administración, que por la cuantia de sus ingresos. Habían conseguido una vivienda de protección oficial por la que tenían que pagar diez mil pesetas al mes durante veinticinco años y en los ultimos tiempos parecía que el mal fario se había olvidado de él.
Eduardito y Lalita se defendian con sus estudios en la Universidad y Vanesa no desentonaba en su primer año de Instituto.
- Cándido, pase por el despacho de Dirección, que quiere verle D. Gumersindo.
D. Gumersindo era el hijo del tio del hermano político de su abuelo materno, que desde que murió su padre se había hecho cargo de los destino de la empresa de caldereria. No había terminado sus estudios de ingeniería técnica pero tenía muy claro que era absolutamente necesaria una regulación de empleo para garantizar la viabilidad de la empresa.
- ¡ Pase, pase, Cándido ! ... Pero, sientese, que Vd. es de la casa...
Las palabras sonaban como huecas y se notaba que lo estaba pasando francamente mal, a pesar de que su imagen era la tópica de un ejecutivo moderno, aparentemente insensible, que se esforzaba por aparentar tranquilidad.
- Cándido, Vd. ha sido uno de los pilares en los que se asentó nuestra empresa. No sólo gozó de la plena confianza de mi padre, sino que gracias a Vd. se inició una política de renovación tecnólògica que nos ha permitido afrontar con éxito la feroz competencia del mercado actual...
Sus palabras las iba recitando como un guión previamente escrito en el que se había cuidado minuciosamente que ni sobrase ni faltase ninguna. Tragó saliva, esbozó un sonrisa forzada, que más pareció una mueca. y prosiguió:
- Nadie mejor que Vd. conoce la actual situación. Ya lo hemos hablado en varias ocasiones. La llegada de las multionacionales y la actual competencia nacional nos obliga a tomar drásticas medidas para salvar lo verdaderamente importante: nuestra Empresa...
¿ Cuantos años tiene Vd. ya, Cándido ?
- Cincuenta y cinco...
- Pues mire, Cándido, el motivo de esta entrevista es trasmitirle una propuesta que le ruego estudie con calma... y lógicamente sin ninguna prisa... porque, como ya le he dicho, Vd. es de la casa y de ninguna manera quiero que piense que ésto es un ultimatum... Como le decía, quiero que piense la siguiente propuesta:
Cándido no lograba creerse lo que estaba oyendo. Efectivamente era él. No estaba soñando, el mismísimo Director Gerente, Gumer, el primo del hermano político de su abuelo, al que le había enseñado lo poco que había sido capaz de aprender de la empresa le estaba dando la boleta de una manera indecente.
- Hemos estudiado su situación - siguió oyendo como si lo estuviese soñando - Por los años que lleva cotizados puede acogerse a los dos años reglamentarios de paro que no tendrá ningun problema para que se lo amplien a otros dos más y después conseguir una pensión no contributiva por un año hasta llegar a los sesenta, cuando puede acogerse a la jubilación anticipada. Además le ofrecemos una indemnización voluntaria de diez millones de pesetas que le ofrecemos a Vd, Cándido, en reconocimiento a su impecable trayectoria en la Empresa, y que no dudo que Vd. valorará y que le ruego no comente con sus compañeros porque le estamos ofreciento un trato de privilegio, como ya le he dicho, sólo en consideración a ser uno de los que más han contribuido a la modernización de la empresa...
Aunque no había prisa, a los cuarenta y cinco días salía de nuevo del Despacho del casi pariente de su madre, con un cheque nominativo de diez millones y una bandeja de plata en la que habían gravado su nombre, el de la empresa y la fecha del 23 de Octubre de 1997, que era el día oficial de su despido y para más señas festividad de San Servando.
A Cándido, hijo de Genaro Juverias y de Clotilde Redondo, una vez más, se le había alejado la suerte, pero no por ello le había cambiado el carácter. Estaba seguro que las buenas artes administrativas de Maria Eulalia serian capaces de conseguir que la armonia familiar no se resintiese por la nueva situación laboral.
Se propuso que su incorporación a la E.P.P.(Empresa Pública del Paro) no le condicionaría en los demás aspectos de su vida. Siempre había presumido de tener muchas aficiones y ahora estaba decidido a no agobiarse con la idea de encontrar un nuevo trabajo aunque, por supuesto, nunca renunciaría a esa posibilidad.
En los meses siguientes organizó el album de sellos que tenía olvidado desde hacía veinte años. Ordenó, clasificó y archivó todos los contratos, escrituras y demás documentos que desde siempre estaban en ese cajón de la libreria del salón y que nunca se había atrevido a vaciar. Hizo unos albumes preciosos con las fotografias de los niños poniendo ingeniosos "pies" debajo de cada una de ellas.
Mientras tanto empezó a leer esos libros, ya casi olvidados, que le habían ido regalando para sus cumpleaños, para los que nunca había tenido tiempo: pero tuvo que desistir porque había perdido vista y le costaba trabajo concentrarse.
Poco después se sacó el abono trasporte y se dedicó a recorrer todos los trayectos de Madrid. En unos meses era, sin duda alguna, uno de los mejores conocedores de todos sus monumentos y era capaz de trazar el mejor itinerario para llegar a cualquier destino.
Pero en ese tiempo, sobre todo, se hizo un verdadero experto en televisión. Se había asociado a Canal Satélite y a Via Digital y consiguió tal habilidad con el mando a distancia que era capaz de seguir hasta cinco programas simultaneamente si eran de variedades y tres más cuando se trataba de competiciones deportivas; aunque nunca había conseguido seguir más de tres películas de intriga a la vez.
Pero de lo que de verdad, de verdad, llego a saber fue de tertulias. Poco a poco fue elaborando un dosier en el que iba analizando no sólo las personas que asistian sino también sus estudios, ocupaciones, ideologias políticas, tendencias religiosas, etc., etc...
Los más apreciados, según sus conclusiones eran los artistas, algo rojillos y descreidos y que siempre estuviesen en desacuerdo con lo que se trataba ese día en la tertulia. Claro que refiriendose a lo que él llamaba "tertulianos profesionales" porque entre los "amateurs" se cotizaban mejor los que eran capaces de contar con la mayor desvergüenza las causas de sus divorcios, los motivos de sus infidelidades o las consecuencias de sus deslices.
Pero descubrió que en todas las tertulias se daba un denominador común. Podría faltar el catedrático engreido, el periodista sabelotodo, el actor progre, la folclórica restaurada, el deportista sonriente, el cura del opus, el filósofo ocurrente, el médico escéptico, el cantante repipi, el Padre Apeles o Pitita Ridruejo, pero desde luego, en ninguna tertulia, por lo menos en ninguna tertulia que se precie podría faltar el marica. Y no un catedrático, o un médico, o un actor, o un deportista, o un cantante o un cura, o un filósofo homosexual, no; lo que no podía faltar en una buena tertulia era, eso, un maricón, que no necesitaba tener más méritos que el ser capaz de que todo el auditorio no tuviese ninguna duda de sus tendencias sexuales.
Y a Cándido se le encendió esa lucecita que todos llevamos encima de nuestra cabeza y que sólo se enciende una o dos veces en la vida.
Se puso a régimen, perdió quince kilos hasta que se le quedó cara de panoli distraido, se hizo colocar un postizo que le caía hacia la frente lo que le permitía retirarselo constantemente con un movimiento sincronizado de su mano derecha con un leve desplazamiento hacia atrás de su cabeza, se compró unas camisas de seda haciendo juego con unos pantalones ajustados, se colocó un anillo de diseño en el dedo meñique de la mano izquierda, se cambió el reloj a la mano derecha y se colgó al cuello un collar de oro con una cruz de rubies y brillantes y se fué a ver a un antiguo compañero del Inmemorial número uno, que trabajaba de realizador en una cadena privada, atipló todo lo que pudo su voz y empezó a poner a parir a todo el que era conocido, sin excepción alguna y muy especialmente a los otros maricas de las tertulias.
Se había acordado de que cuando era pequeño y llegaba la Navidad se puso de moda lo de: si quiere tener tranquila su conciencia : " ¡ siente a un pobre en su mesa ! "; ahora el "slogan" se había transformado ligeramente : si quiere que su programa alcance los máximos topes de audiencia: " ¡ Siente a un marica en su tertulia ! "...
- ¡ Candy , han llamado, Maria Teresa Campos, Ana Rosa Quintana, el Cantizano, el de la Noria, la de Gente de TVE, el de "Está pasando" y la Rosa Villacastín para ver qué días tienes libres para invitarte a sus programas ! Los de Tele 5 insisten en que cuando quieras te preparan el debate con el Peñafiel, y que por el precio no hay problema...