Se quedó un rato de rodillas delante de la maleta abierta, contemplando perpleja aquella masa heterogénea de prendas. Se decidio a ordenarlas por colores; dabajo las más oscuras, encima las de colores claros. Luego pensó que era mejor colgarlas en perchas y colocarlas en el armario. Las de Carlos a la izquierda, las suyas a la derecha, pero ni así lograba organizar el caos de la ropa que parecía crecer y cada vez ocupaba más espacio en la habitación que iba encogiendo a medida de que pasaba el tiempo. Agotada se sentó en el borde de la cama. Tenía que hablar con Carlos, sería lo primero que haría cuando volviese del paseo. ¿Por qué le había dejado sola? pensó, y de pronto le pareció que todo se iluminaba en su mente. La había traido aquí para abandonarla en el molino. El fuerte olor a naptalina que desprendía las ropas hacía irrespirable el aire de la habitación. Pensó en abrir la ventana pero no se atrevió por si alguien la espiaba detrás de los visillos de las ventanas de enfrente. ¿Por qué su marido quería dejarla? ¿Es que ya no la quería? ¿Se había cansado de ella? Porque sí era su marido, lo decía el pasaporte que él había dejado en la recepción, además ella se acordaba de todos los invitados que había asistido a la ceremonia y de lo guapo que estaba Carlos con su esmoquin. Sin descorrer la cortina acertó a entreabrir la ventana, un soplo de aire fresco le acarició el rostro que se reflejó desvaído en el cristal. Desde allí se divisaba el jardín del que había hablado el maletero; le pareció ver a Carlos vadeando el rio camino del molino. Pensó en bajar en su busca, pero si no tenía el pasaporte ¿Cómo iba a preguntar por él? Sobre la mesilla estaba la llave de la habitación. Preguntaría por el señor de la 92; sí era lo más sencillo. Pero si salía y se llevaba la llave y él volvía ¿cómo podría entrar? Entonces él se enfadaría y en este caso tendría razón porque le había mandado que organizase el equipaje y la mayoría estaba aún sobre la cama. Los zapatos debían colocarse en la parte baja del armario, los sombreros arriba, recordaba que la ropa interior debía ir en los cajones y el camisón y el pijama en las mesillas de noche. En el fondo de la maleta estaba el reloj despertador, se había parado y no tenía ningún otro medio para saber la hora. Debían ser cerca de las siete porque la luz de la tarde se estaba tiñendo de violeta. Junto al reloj, el portarretratos con su fotografía de novios. Ya no habia ninguna duda de que estaban casados.
Por fín había terminado, todo ya estaba en orden, pero quiso cerciorarse de que todo estaba en su sitio. Abrió el armario, la ropa de Carlos no estaba en las perchas, tampoco estaba en los cajones su ropa interior ni su pijama en la mesilla de noche, aunque ella podría jurar que la había colocado allí solo hacía unos minutos. Seguro que todo tenía una explicación y él se lo aclararía cuando volviese del molino. Él siempre tenía explicación para todo. Él le había explicado porqué tuvo que firmar aquellos papeles para que él se hiciese cargo de todos los negocios cuando murió papá y porqué tenían que casarse lo antes posible aunque a mamá no le parecía bien que ella se casase con el hijo del administrador, a pesar de que era tan guapo. Luego le había explicado porqué no debían salir mucho de casa y porqué era mejor vivir su amor al resguardo de las envidias de los amigos. Ahora también le había explicado lo bien que lo pasarían en el balneario alejados de los problemas de la gran ciudad.
El cansancio y las emociones de ese día fueron venciendo su resistencia y terminó por caer rendida sobre la cama. La última imagen de su mente antes de dormirse fue la figura de Carlos cruzando descalzo el vado del rio. Ella se prometió que también tenía que ir mañana a ver el molino.