Su Santidad Benedicto XVI.Ciudad del Vaticano.Roma.(Italia)
Santo Padre:
He dejado pasar esta semana, y que S.S. haya podido descansar de estos días, que supongo habrán sido demasiado ajetreados para un hombre de su edad, para enviarle mi empatía y mi deseo sincero de que sea feliz en el desempeño de esta ardua tarea que le ha caído sobre los hombros. Le entiendo cuando decía a sus paisanos que había rogado a Dios que le librara de esta carga, porque hace falta mucha fuerza para sobrellevar todo lo que supone el gobierno de un estado, aunque sea pequeñito, y la dirección espiritual y material de tan gran cantidad de fieles que dicen pertenecer a la Iglesia Católica.
En primer lugar quiero decir a S.S. que no se preocupe por lo que dicen muchos, que le critican por su trayectoria, pero que también dicen que ellos no creen ni son católicos. Es lógico que no compartan sus ideas porque tampoco comparten sus creencias, así que no se preocupe por ellos, porque no se podía esperar de ellos otra reacción diferente.
Sin embargo, sí quiero trasmitirle la preocupación de muchos que sí se consideran católicos y, por lo tanto comparten sus creencias, y que no se sienten demasiado integrados con las doctrinas que emanan de la jerarquía. Cuando hablaba en la homilía de la misa “pro eligendo papam” de la dictadura del relativismo que impera en la sociedad actual, me hacía pensar en que podemos estar asistiendo al, tantas veces citado, efecto péndulo. Es posible que se pueda estar pasando a relativizar “todo” porque, durante mucho tiempo, se ha mantenido “todo” como verdades y costumbres permanentes e inmutables.
Tengo que confesarle que no lograba entender muy bien cuando se decía que el evangelio era la buena noticia porque traía la liberación a los hombres, y se decía que, entre otras cosas, la predicación de Jesús traía la ruptura de las ataduras en que se había convertido la religión para los judios. Una religión que aún hoy sigue anclada en normas minuciosas que se fijan más en el exterior que en lo interno, más en la circunstancia que en lo realmente sustancial.
Pero un día descubrí porqué el evangelio de Jesús podía ser liberador. En sus enseñanzas venía a decir que nos olvidásemos de los antiguos diez mandamientos de la ley de los judios y que a partir de ahora Él nos dejaba sólo dos. Amar a Dios y amar al prójimo, o lo que es lo mismo amar al prójimo por amor a Dios. Era así de fácil, o si se quiere, así de difícil.
Pero no le quiero cansar más, reciba mi afecto y la solicitud de su bendición,
Un católico algo descreído.