1.-Chinchón:
mi pueblo.
Entre montes alfombrados de
olivos y caminos blancos, la silueta de Chinchón se recorta en el azul del
cielo que va cambiando en las distintas estaciones del año, desde el gris
perlado de los fríos días de enero, hasta el fuerte azul cobalto de los atardeceres
otoñales, pasando por el turquesa primaveral y el violeta de los ocasos de
finales de agosto.
Chinchón se asoma a los altos
páramos donde se confunden las últimas estribaciones de la Alcarria y los
límites de la Mancha. Porque Chinchón es, sin duda, el último pueblo de la
Alcarria o del primero de la Mancha, aunque la organización administrativa nos
diga que estamos en la Comunidad de Madrid.
Sus casas, el trazado de sus
calles y plazas, sus patios, el carácter de sus gentes y sus costumbres, el
color de su cielo y de sus campos es prácticamente igual a los de tantos
pueblos con que formaron parte de los antiguos campos de Castilla.
Chinchón es un pueblo. Aunque
tiene el título de ciudad, Chinchón es un pueblo. Chinchón es una excepción. Un
error en la geografía de Madrid, un lapsus en la historia, un anacronismo de la
modernidad. Chinchón sólo se puede entender visto por los ojos de un artista o
de un poeta.
Don Manuel Alvar dejó escrito:
“Pensé que estar aquí sería vivir sin
desazones. Fue entonces cuando lo conté: traté con gentes que eran personas y
supe de las horas, largas, cuando los gorriones gritan o las golondrinas chían
enloquecidas; cuando vi que las flores no eran efímeras, sino que duraban como
un dulce canto de amor y los árboles daban lecciones de rigor y no de lujuria”.
Y José Manuel de Lapuerta, que
inicio su carrera sacerdotal en nuestro pueblo, lo supo captar en sus versos:
“La silueta, Chinchón, de tus
callejas
Queda dentro de mí; y tus rincones,
Tus cuestas, tus escudos, tus balcones...
La fuerza castellana de tus rejas.
Por eso, cuando noto que te alejas,
Que te marchas, con tantas
ilusiones,
Encuentro en mí sobradas las
razones
De que mis versos se me vuelvan
quejas”.
Chinchón no está situado en un
cruce de caminos. Para llegar aquí hay que desviarse de las rutas que llevan a
otros sitios más importantes. Para llegar a Chinchón, hay que venir
expresamente. Es posible que ésta sea una de las causas por las que las gentes
de Chinchón han sido siempre muy celosas de los suyo. Cuentan que es un pueblo
demasiado conservador y posiblemente sea verdad. El caso es que ha pasado el
tiempo, demasiado, y Chinchón se ha mantenido como una isla al resguardo de los
cambios que han ido arrasando, poco a poco, la mayoría de las tradiciones y
costumbres de los pueblos y su antigua fisonomía.
Después llegarían los años del
éxodo a la Capital, y muchos, que buscaban un mejor porvenir para sus hijos,
salieron de Chinchón, pero, siempre, manifestándose orgullosos su origen.
Y llegó el seiscientos y el turismo, y como Chinchón, aunque no está
en un cruce de caminos, estaba cerca de
Madrid no tardó en ser descubierta por los pioneros que se asombraron de
cómo había sobrevivido aquel reducto del pasado a tan pocos kilómetros de la
"civilización" y algunos se quedaron a vivir aquí.
Si quieres venir a Chinchón,
tienes que saber que está situado muy cerca del epicentro de la Península, al
sureste de la provincia de Madrid. Por eso, cualquiera que tenga que cruzar
España puede aprovecharla oportunidad para hacernos una visita. Seguro que no
se arrepentirá y siempre recordará este pueblo singular.
Viniendo de la zona levantina,
por la nacional III, tienes que coger el desvío de Villarejo de Salvanés, y
pasando por Belmonte de Tajo, llegas hasta Chinchón.
Si procedes del sur, tomas el
desvío de Aranjuez de la nacional V, y por la comarcal 305, pasando por
Villaconejos, tienes tu destino a sólo 20 kilómetros.
Desde la zona de Toledo, por
Ocaña y Villarrubia de Santiago, llegas hasta Colmenar de Oreja y a cinco
kilómetros está Chinchón.
Desde Madrid, puedes tomar dos
caminos. Son unos 45 kilómetros. El más directo es la Nacional III hasta el
puente de Arganda, donde tomas la comarcal 311. Es una carretera que tiene fama
de tener muchas curvas, lo que te va a obligar a no ir demasiado deprisa; pero
es que para venir a Chinchón, es necesario empezar a saborear el viaje desde su
inicio. Cuando has subido las cuestas de Morata, y dejas a tu izquierda la
fábrica de cemento, puedes contemplar en el horizonte la silueta de Chinchón
sobre los montes que coronan la vega del Tajuña. Podrás distinguir su iglesia y
el perfil de sus casas que se recortan en el cielo, generalmente, siempre de un
azul intenso.
Cerca hay un stop, donde
tomarás la carretera de la izquierda. A la derecha, está San Martín de la Vega
y, antes, la urbanización de Valgrande, asomada a la vega.
Conviene que vayas despacio
para poder recrearte en la inmensidad de la vega, que riega el río Tajuña. Las
pequeñas parcelas, como pintadas de mil colores, se extienden desde Morata a
Titulcia, formando un laberíntico mosaico que no ha sido capaz de recomponer la
concentración parcelaria. El río tajuña, bordeado por chopos y álamos blancos,
cruza de norte a sur la vega, dejando claramente separados el secano y el
regadío, hasta que va a morir en el río Jarama, cerca de Ciempozuelos, después
de su lento devenir de ciento dieciséis kilómetros desde las tierras de
Guadalajara.
Dejando a la derecha la antigua
venta de Frascuelo, entras en el término municipal de Chinchón, para
encontrarte, a la derecha, la moderna fábrica de la Alcoholera de Chinchón.
Cruzando la vega, pasado el
puente del río, encontrarás dos molinos de agua, uno de ellos recientemente recuperado como establecimiento turístico-cultural.
Después de subir las cuestas,
te volverás a encontrar con la panorámica de la silueta del pueblo recortada en
el horizonte, en el que podrás distinguir claramente los verdes cipreses del
camposanto que señalan el cielo con sus dedos alargados.
A falta de sólo un kilómetro
estarás en el boliche de Santiago, que te ofrece la oportunidad de entrar al
pueblo por arriba o por abajo. No lo
dudes, por cualquiera de los dos caminos, siempre, serás bien recibido.
El otro camino, desde Madrid,
es por la Nacional V de Andalucía. Tomas el desvío de Ciempozuelos, y por Titulcia,
cruzas el río Tajuña por el puente del Molín Caído. Encaramado en las
escarpadas rocas de la derecha se pueden adivinarlas ruinas del Castillo de
Casasola que fundó Juan de Contreras “El Viejo”, y que después fue propiedad de los condes de
“Puñoenrostro”. Subiendo por el camino
del valle, por la comarcal M-404, dejas a tu izquierda la urbanización del
Nuevo Chinchón, y desde allí podrás contemplar la más bella panorámica del
pueblo. A la derecha el Castillo de los Condes que aún vigila la inimaginable
llegada del enemigo; a la entrada del pueblo, el Monasterio de las Madres
Clarisas que fundara Don Diego Fernández de Cabera y Bobadilla, tercer Conde de
Chinchón; y dominando todo, la iglesia parroquial de Nuestra Señora de la
Asunción, antigua capilla de los Condes, que parece abrazar la torre de
ladrillos rojos, a la que estuvo unida la antigua Iglesia de Santa María de
Gracia que destruyeron los franceses.
Y has llegado a Chinchón. Busca
un lugar donde aparcar tu coche y disponte a pasear sus calles. Si has entrado
por la parte de abajo, piensa que las cuestas que tienes que subir ahora,
después serán de bajada. Si has entrado por arriba, mejor no pienses...
Y lo primero que te vas a
encontrar son sus habitantes, te los voy a presentar:
Los Chinchonenses, o los
chinchenetes, que también así se nos conoce, - los de Chinchón - somos personas
amables con los que nos visitan. Es más, yo diría que somos demasiado
hospitalarios con los forasteros. En Chinchón, siempre ha tenido mayor
predicamento el foráneo que el autóctono.
Son muchas las virtudes que nos
adornan. La seriedad, entendida como honradez, la laboriosidad, la hombría de
bien, la lealtad y la nobleza; estas dos últimas son virtudes que incluso
aparecen en el lema de nuestro escudo como reconocimiento del Rey Felipe V.
Pero también debemos reconocer
que somos individualistas, demasiado sumisos, condescendientes en demasía y
poco dados al reconocimiento de la valía de nuestros paisanos.
Otro rasgo que nos caracteriza
es nuestro "orgullo" desmedido de pertenencia a este pueblo. Nuestra plaza es la mejor del mundo, nuestra
mujeres son las más bonitas y nuestros hombres los más valientes, pero siempre
hablando en plural, porque, si hablamos en singular, ya se sabe lo que dicen
los evangelios sobre lo de ser profeta en su pueblo.
Y este largo preámbulo era para
decir que Chinchón sigue -como la vida- igual. Parece anclado en un pasado
nostálgico y, como todo lo antiguo,
bello. Y eso es lo que le hace atractivo para esa ingente cantidad de turistas
que nos visitan cada día, para encontrar en sus calles, en sus plazas, en sus
balcones y en sus hombres y mujeres los vestigios de un pasado no demasiado
glorioso, pero sí digno de ser recordado.
Si vienes a Chinchón, después
de visitar la plaza, la iglesia, el parador y el castillo, si puedes, párate
con algún viejo que te encuentres por la calle y pregúntale; con su hablar
pausado, usando palabras que ya no se oyen en la televisión, te contará que su
pueblo es el mejor del mundo, te hablará mal del ayuntamiento y de lo mal que
está la juventud, pero te sentirás como en tu propia casa, porque aquí, en
Chinchón, somos muy, muy hospitalarios con los forasteros.
Y seguro que podrás hacer tuyos
aquellos versos del cura poeta:
Al fondo, la alfombra verde
De los olivos dormidos.
Al lado, la blanca nota
Del polvo sobre el camino.
El polvo seco no duerme
Como duermen los olivos;
Cuando le surcan los carros
Rompen su sueño tranquilo.
Y tú, Chinchón de Castilla,
No dormirás en mi olvido,
Tu recuerdo es como el polvo
Que levanto en mi camino.
Y vuelvo a vivir de nuevo
Todo lo que en ti he vivido
Andando caminos blancos
A los pies de tu castillo.
Hay una fuerza que une
Mi destino a tu destino
¿Por qué me estarás tan lejos
El Eremita
Relator independiente.
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